Aparentan dirigirse a usted, a mí o a la vecina del quinto, aunque tenga bemoles el darse por aludido/a cuando yo, usted y la vecina no somos sino anónimas posibilidades de lucro. Nos interpela una máquina, y leemos bienvenidas o gratitudes de pancarta. A no tardar, un robot nos preguntará por la familia. E igual nos psicoanaliza.

Aseguraba la novelista Jelinek que, para la mayoría de cosas, existen copias baratas, y sin duda les sale a cuenta esa amabilidad grabada en cinta que, más que satisfacer, estremece por su inanimada asepsia: "Su cambio. Gracias", "Gracias por su visita"… Los agradecimientos corren parejos a parabienes y buenos deseos que podrían meterse por donde yo me sé. "Felices fiestas" (que finalizaron hace meses) o "Que tenga usted buen viaje" –previo pago de su importe- en cualquier autopista. Y cuando el experto de turno advierte que la manipulada masa social (como picadillo de carne en el mortero del negociete) podría volverse refractaria a tanta ternura maquinal, la estrategia desciende al tuteo de Vueling y revuelve campechanía con mala educación en la misma grabación donde, por igual precio, podrían mandarnos a tomar viento sin sonrojo ni empacho, porque los artefactos saben tan poco de eso como sus programadores. Además, volaríamos igual de estrechos y tal vez entretenidos con la novedad.

No se plantean la sinceridad que pueda colegirse de las generalizaciones, del inmutable mensaje haga sol o caigan chuzos. Y el usuario, el conductor, cualquiera de nosotros, oídos sordos y ni puto caso al "Encantados de servirle" mientras den el coñazo a toro pasado y los paneles amarilleen en su hipocresía cagada por las palomas. Quizá se agradeciese el silencio; sin embargo, una cosa es tener que soportar las babitas lisonjeras, los tópicos cumplidos o esas venturas tontorronas e intempestivas, y otra distinta es, ya asumido hasta la extenuación que "Usted es lo más importante" (o sea, el de detrás, o el que aparezca el día del Juicio), enfrentarse a una interpelación que empiece por "Caballero…". Entonces debiéramos echarnos a temblar como oscuros objetos de deseo, aunque sea nada de compararlo con el teléfono, exactamente la inversa del eslogan universal cuando se te meten en casa, aunque sigamos representando lo mismo: puro beneficio en potencia al que requieren por su nombre, aunque nadie te haya llamado nunca Julio Alberto o Victoria Olga excepto esa voz del más allá; desde Marruecos, San Serenín del Monte o a saber tú.

Baretos y superficies comerciales te envuelven en un celofán de sentimientos degradados mientras que el teléfono, en plena siesta o mientras cenas, apunta la alegría de la voz que te reconoce hasta llegar a lo de Alberto u Olga que ni tu madre. "Mi nombre es Almudena y quisiera hablar con Don Julio Alberto". "… con Doña…". Si por el acento se supone un origen latinoamericano, cabe el recurso de contestar "No se encuentra". Lo he presenciado y suele funcionar, aunque podrán suponer el abanico de respuestas por parte de quienes tienen menos sentido del humor, como es mi caso. "¿Está el señor?". "¿Y su tía abuela?". Vale que, en tiempos de crisis, cada quién se agarra a lo que puede para sobrevivir, pero, ¿a santo de qué hay que aguantar la monserga un día tras otro? Digo yo que, para robarse los clientes entre compañías, llámense Vodafone, Orange o Movistar, habrá estrategias más sutiles y de mayor eficiencia, aun dando por sentado que el último invento del agresivo marketing es hacer con la amabilidad un cepo para ratones. La cortesía hipócrita, el afecto como reclamo para llenarse el bolsillo y, si el análisis económico aconsejase lo contrario, habrá llegado para nosotros el sudoku telefónico. "Si quiere quejarse, el uno, si diatriba genérica el dos, para información metafísica el tres y, en otro caso, espere. En breves instantes le atenderemos, porque ahora nuestras líneas…". Y a deleitarse con un excitante Scherzo.

Es posible que alguno de entre nosotros se lo tome como un reto, así que vamos a ver, se dirá: el 3 ya está, el 5 lo he repetido dos veces y si marco el 9 se corta, o sea que quiero hablar con un responsable. "Pues en este momento es imposible", de modo que marque el 2 o, mejor, toqui el dos, que decían en mi pueblo para mandarlo a paseo. Y esto, sufrido ciudadano, va a ir en aumento, como podrá deducir en cuanto intente aclarar su hinchada factura de Gesa. A no tardar, en las autopistas nos acompañarán en el sentimiento por panel electrónico o altavoz, porque, ¿quién no ha sufrido una pérdida? O la tendrá en el futuro. Y si se equivoca de número o a medio Scherzo marca alguno, de pura impaciencia, una voz robotizada le mandará sencillamente a freír espárragos mediante el eslogan del futuro: "Se jode: es lo que hay".

Por resistencia numantina, había pensado trasladar mi inquietud a la OCU; tal vez al Defensor del Pueblo Oprimido, pero, ¿y si, mientras aguardo respuesta, me ponen algunas ocurrencias de Belén Esteban? ¿O una máquina me recita el ¡Ay infelice!...? Es que la tecnología se impone y para ella, ya saben, no somos nada. Mejor dicho: nadie.

guscatalan@movistar.es