El escritor y periodista Juan José Millás, habitual colaborador de este periódico, le ha hecho una larga entrevista a Felipe González, ex presidente del gobierno español durante 13 años, que comienza con un párrafo propio de una novela negra. Dice así: "Felipe González habla cargado de razón al modo en que las pistolas hablan cargadas de balas. Quiere decirse que, más que pronunciar las palabras, las dispara envueltas en humo del Cohiba". Podría haber escrito este párrafo Dashiel Hammett, sobre un policía, sobre un detective privado, o sobre un ganster, personajes familiares de sus libros, pero el objeto de la descripción no es un tipo del hampa sino un destacado político de la escena internacional. La entrevista es magnífica y permite dibujar un perfil muy acabado sobre la personalidad del político socialdemócrata que se define a si mismo como un hombre que no ambicionó nunca el poder que da el dinero, aunque parece evidente que no le hizo ascos al poder que da la política. Hay análisis muy certeros sobre el sinsentido de las soluciones a la crisis financiera actual ("El mercado nos pide que nos endeudemos para salvarlo de sus errores y después nos pide que nos desendeudemos o nos penaliza"). Y juicios un poco chocantes sobre personajes implicados en actuaciones siniestras como el general Rodriguez Galindo, condenado a 71 años por secuestro y asesinato, aunque ya está en su casa por motivos de salud ("Lo conocí después de que lo procesaran, pero era un gran tipo y estoy seguro de que es inocente de lo que le acusaban"). Además de eso, hay abundantes reflexiones sobre el poder subterráneo ("En el Vaticano todo es subterráneo"), la vejez, la corrupción, los fondos reservados y la banalización de la política. Las confidencias sobre la vida familiar se centran extensamente en la relación con los hijos, pero no hay una sola palabra sobre su mujer, Carmen Romero, de la que se ha separado no hace mucho. No obstante, la revelación más polémica fue sobre ETA. "En 1989, o 1990, llega a mi una información sobre una reunión de la cúpula de ETA en Francia. Tuve que decidir si se les volaba, pero dije que no. Y no sé si hice lo correcto". El ex presidente explica que la información le llegó al margen de las operaciones ordinarias de la lucha antiterrorista (lo que sugiere que puede haber procedido de servicios secretos nacionales o extranjeros), y que en todo momento se valoró la imposibilidad de contar con la colaboración francesa. Y menos aún de intervenir allí sin autorización de su gobierno (entonces era presidente el socialista Mitterand). A una parte de la oposición, estas declaraciones le han parecido de un cinismo incalificable, y el PP se ha apresurado a proclamar que la famosa X que formuló el juez Garzon sobre la cabeza rectora del GAL era, como ellos ya sospechaban, Felipe González. Por supuesto, no hay ninguna reflexión sobre el hecho de que para entonces (1990) ya hubiese desaparecido el GAL, una organización parapolicial heredada, con otros nombres, de épocas anteriores. Ni tampoco sobre las diferencias morales que puedan existir entre la responsabilidad presidencial de decretar secretamente una guerra sucia contra ETA, una organización enemiga de España, y la de decretar sin esconderse una guerra salvaje contra Irak, un país que nunca nos había atacado. Es más, Franco le concedió a Sadam Hussein la Gran Cruz de Isabel la Católica, por habernos suministrado petroleo gratuitamente durante la crisis de 1977. Así se lo agradecimos.