En el momento en que me pongo a escribir esto, leo en la prensa virtual que ya son siete los mineros rescatados en el desierto de Atacama, seis chilenos y un boliviano. Quedan veintiséis todavía dentro, o debajo, o como diablos se haya de designar con un adverbio el drama de estar esperando durante horas a que los saquen del infierno. Llevan desde el cinco de agosto, sesenta y ocho largos días, como todos ustedes saben muy bien, como sabemos todos, ya que a todos nos ha conmocionado el hecho, tiempo más que suficiente para que todos hagamos muchas cosas, como pensar en nosotros mismos, como es lógico, y llevar adelante nuestras vidas cotidianas y quejarnos de nuestros pequeños, medianos o grandes problemas, pues no hay tragedia ajena, admitámoslo, que pare la marcha del mundo. Espero que mañana, cuando lean esto, la noticia sea que ya no hay noticia, que los treinta y tres mineros han sido finalmente rescatados. A ellos les quedará, después de la atención mediática mundial que su drama ha generado, llevar adelante, mejor o peor sus respectivas vidas cotidianas, como nos toca a todos. No debe ser fácil superar el trauma que llevan consigo y llevarán, probablemente, el resto de sus vidas. No sé, pero supongo que la mayoría no podrá seguir trabajando en la mina y tendrán que buscarse la vida de otra manera, en un país donde eso, buscarse la vida, no es precisamente fácil. No quería pasar sin mencionarlos.

Esta misma mañana se ha abierto la capilla ardiente del actor Manuel Alexandre, uno de los últimos "clásicos" del cine español que nos quedaba. Alexandre fue durante décadas uno de los secundarios habituales de un cine, el español de la posguerra, que dio algunos títulos magníficos, pero que siempre nos pareció, a los propios españoles, un poco secundario en su conjunto. Limitado por la censura, por la inexistencia de una industria mínimamente organizada, ligeramente menospreciado por el público propio que generalmente se decantaba más por el cine que venía de otros países, especialmente de los Estados Unidos, el cine español hecho durante el franquismo y, en los mejores casos, a pesar de Franco, estaba más para completar los programas dobles que para protagonizarlos. Como el propio Alexandre, como la mayoría de actores secundarios que le daban un rasgo de calidad y distinción a esas películas que, hoy por hoy, muy pocas veces volvemos a visitar.

¡Qué gran actor fue Manuel Alexandre y qué poco se le valoró durante décadas! Participó en casi 300 películas, entre las que hay, lógicamente, muchas que merecerían ser olvidadas. Ahora bien, no sé cómo lo hizo, pero siempre estuvo presente en las mejores, y aportando su naturalidad, su gracejo, su simpatía. Habitual de Berlanga, se ha hablado estos días de su participación en Bienvenido Mister Marshall o en Plácido. Yo siempre recordaré su pequeña intervención en esa joya entrañable y menor que fue Calabuch (una Peñíscola aún no malherida por el turismo) o en Atraco a las tres, de José Mª Forqué, junto a los inevitables López Vázquez, Alfredo Landa, Gracita Morales, película de perdedores, retrato gris y convincente de la posguerra y respuesta española al desgarrado humor del Rufufú de Mario Monicelli.