Escribo este artículo pensando en unos versos que acabo de encontrar por casualidad "googleando" en internet: "Y detrás de nosotros, todo el tiempo, corre el destino,/ un loco con una cuchilla de afeitar en la mano". Son los últimos versos de un poeta ruso del que nunca había oído hablar, Arseny Tarkovsky, el padre del director de cine Andrei Tarkovsky. Los he encontrado cuando buscaba información sobre otro director de cine, Robert Bresson, que influyó mucho en Tarkovsky (los dos recogieron un premio en el Festival de Cannes, en 1983, de manos de Orson Welles, y ninguno de los dos se atrevió a decir nada, tan sólo Tarkovsky murmuró en mal francés "Gracias, gracias" y salió a toda prisa del escenario, seguido por Bresson, que no sabía qué hacer al oír los aplausos mezclados con los abucheos).

Esos versos forman parte de un poema de amor titulado "Primeros encuentros". Googleando un poco más, he descubierto que Tarkovsky (padre) no publicó hasta muy tarde, en los años cincuenta, cuando la censura soviética abrió un poco la mano. Durante su juventud se ganó la vida escribiendo editoriales periodísticos resumidos en cuartetas en verso, ya que los obreros casi analfabetos no entendían el lenguaje de los periódicos (dentro de poco les ocurrirá lo mismo a nuestros estudiantes de la Logse, aunque nuestro prodigioso Zapatero esté convencido de que España posee el mejor sistema educativo de su historia, cosa indudable si se compara la Logse con el sistema educativo de los vándalos o de los visigodos). Se dice que Tarkovsky consiguió salir indemne de las purgas de Stalin porque durante un tiempo trabajó como intérprete del dictador. Cualquiera sabe. El caso es que este Arseny Tarkovsky es un poeta colosal y desconocido. Su hijo hizo recitar a una niña, al final de la película "Stalker", unos versos de un poema suyo. También los he encontrado googleando. "Ya ha pasado el verano/, y el aroma húmedo de las lilas/, y el sol en los estanques/, y nada ha traído nada". Si alguien encuentra por ahí un poeta tan bueno como este Arseny Tarkovsky, le regalo mi colección completa de discos de Nick Drake.

Googlear puede ser una tarea provechosa, aunque por lo general sólo sirve para perder el tiempo y caer en todo tipo de trampas y embelecos. En esta época, que no es menos supersticiosa que la Edad Media, la gente cree que internet es una especie de archivo inagotable del conocimiento humano, y eso es cierto. Pero la gente cree también que internet, por sí misma, es capaz de proporcionar todo el saber que necesitamos, y eso es una paparrucha descomunal. "Googlear" no sirve de nada si uno no posee una sólida formación humanística y científica -es decir, si uno no sabe mucho de historia, geografía, arte, química, física o biología-. Y tampoco sirve de nada si uno no posee unos conocimientos muy altos de inglés, los suficientes para entender, por ejemplo, un poema de T.S. Eliot. Si no es así, internet no sirve de nada o de muy poco, y lo único que podrán hacer los escolares que naveguen por la red con los escasos y pintorescos conocimientos que se adquieren en la Logse será engancharse a las páginas pornográficas, o en todo caso caer en manos de los charlatanes y embaucadores que se dedican a explotar a los incautos que navegan por la red sin la suficiente protección.

De hecho, toda la red está llena de trampas y de desvíos intencionados, y lo normal es que cualquiera que no sepa muy bien qué busca acabe en la página de un pedófilo, o en la web de un estafador que propone vender un BMW nuevo por el precio de una bicicleta, o en un sitio donde se cuelgan vídeos masoquistas y filmaciones de asesinatos, o en uno de esos portales que ofrecen jugosas autopsias en primer plano, o peor aún, en esos sitios donde cuelgan sus poemas unos adolescentes que ni siquiera conocen las leyes de la sintaxis (igual que algunos premios Cervantes, dicho sea sin ánimo de señalar). Por suerte yo he sabido encontrar este poema, que termina con dos de los mejores versos que he leído en mi vida. Y siento decir que en toda la poesía española del siglo XX no hay nada que pueda compararse, nada. Porque basta mirar un segundo hacia atrás para que todos veamos, corriendo entre la multitud o bien ocultándose en las esquinas, a ese demente que nos sigue a todas partes con una cuchilla de afeitar en la mano. Y si queremos, igual que hizo Tarkovsky, podemos llamarlo destino.