Parecen estar hechos el uno para la otra. Aparentan entenderse bien. Cuando se juntan, y ya se han juntado algunas veces ante la cámara, la hilaridad, el absurdo y el teatro de lo terrible y surrealista fluye al momento. Ayer me lavé a conciencia los pies, le decía Fernando Arrabal con una copa de vino tinto en la mano, repantingado en un asiento del teatro de Valladolid donde se pone su obra El jardín de las delicias, a Usun Yoon, que no sólo está a la altura del disparate mental teatralizado por el bárbaro dramaturgo sino que llega a sorprender al autor pánico. Quíteme los calcetines y huélame los pies, señorita. Y Usun le quitó el calcetín. ¿Tienen un olor fuerte?, preguntaba Arrabal. No huelen, respondía la reportera. Vaya, me estaré haciendo viejo. Parecía preparada la escena, pero no era así. Este gran absurdo es una rareza sorprendente en una televisión con tendencia a la planicie más garrula. Son bocados de exquisita provocación, que ni siquiera encontramos en los estrambóticos tertulianos que se lo curran en las cadenas más extravagantes de la TDT, que se toman en serio sus recias bocanadas de vómito, arrojadas con ahínco, pero transformadas y vividas con humor por el espectador que ve y escucha ese sindiós nocturno. ¿Cómo no partirse la barriga cuando uno escucha al ex preso Mario Conde dar consejos de decencia cívica e integridad ciudadana? Si tuvieran un poquito de sentido del humor serían hasta grandes entretenedores, pero qué va, el humor está prohibido. Hay quien, como Mario Vaquerizo, el de Alaska, trata de llegar mediante su probada ignorancia, premiada por Pablo Matos con sección propia entre hormiga y hormiga, al humor surrealista, pero el resultado es tremebundo, el de un tipo de apariencia extravagante y trasnochada, con un interior de rancia folclórica apegada al conservadurismo más zoquete.

El pedo de Whoopi Goldberg

Luego hay situaciones que no se buscan pero se hallan, con resultados espectaculares. Huy, ha sido el sillón. Que no, hija, que no, que se te ha escapado un cuesco. La escena en directo se vivió en The View, un programa de la cadena estadounidense ABC donde un grupo de señoras, por donde pueden pasar Meryl Streep o Gwyneth Paltrow como invitadas, analizan la actualidad en una tertulia muy seguida. En una de las últimas entregas, a la actriz Whoopi Goldberg se le fue el punto y se tiró un pedo fenomenal. Salió del trance con naturalidad, o sea, echándole la culpa al sofá. Lo que hacemos todos. ¿Se imaginan a la finísima Ana Rosa Quintana peyéndose como una cosaca, abriendo los ojos, tapándose la boca, y diciéndole a Joaquín Prat que esas cosas no se hacen en público, que hay que venir de casa con el pedo tirado, y el otro, en viendo que la cosa va en serio y que tiene que tragarse el festival, acabar diciendo sí, ese cuesco es mío? Qué bonito. No está la cosa como para afear a la jefa, así que sí, si Ana Rosa se tira un viento en directo, la culpa es del sofá o del otro. Pero eso no pasa en nuestra televisión. Ana Rosa jamás se relaja. Los cuescos sonoros, en casa. Pero ay, ese sofá enorme donde posan sus culos tanta gente, y tantas horas por la mañana, tendrán memoria, y si hablaran nos contarían los follones sordos que se habrán tragado. Lo que quiero decir es que un pedo a tiempo relaja la tensión, distrae al contrario, desarma el argumento del otro, serena el ambiente, y provoca la risa. Si no hay nadie que te huela los pies en tu programa, intenta la renovación por vías más expeditivas.

La escatología como estrategia

De alguna forma, ya lo hacen nuestras estrellas más punteras. La otra mañana, porque hacía tiempo que no me embadurnaba en sus harinas, me tomé el primer café con Susana Griso y sus cuervos, y no falló. Ahora picotean en la caca en que poco a poco se va convirtiendo la imagen de Iñaki Urdangarin. Sobre él montan tertulias muy divertidas. Ahora todos saben todo. Como resulta que el duque, ex duque, yerno, o ex yerno apenas es un grano incómodo en la corona del rey, el Museo de Cera, tan sensible a las cosas que importan, ha reaccionado quitándolo de la escena llamada Familia Real. Aún no lo han tirado a la basura. Conectaron en directo con el Museo, y nos enseñaron al pimpollo con su nueva imagen. Nada de traje, ni de pose solemne. Lo han vestido con un jersey, le han renovado el tupé nevándoselo con canas, y le han puesto ojeras. Ni siquiera es un deportista de la Selección Española. Su efigie está como la de un simple visitante, decía el encargado. Para que la noticia fuese redonda tiraron de archivo y nos recordaron la retirada de Jaime de Marichalar. Impresionaba. Lo retiraron en una carretilla, como cascajo. Y ahí entró el hombre orquesta de Espejo público, Albert Castillón, que lo mismo te hace un juicio paralelo, te analiza sobre la marcha el discurso de Rajoy, o te cuenta un chiste. Tengo entendido, dijo, que la figura de cera de Iñaki la han puesto cerca de la calefacción. ¿En serio?, preguntó Susana, horrorizada al imaginarse cómo el apuesto Don Nadie se iba derritiendo en silencio hasta formar un montón de mierda en un rincón de la historia. Que no, mujer, que es una broma, dijo el fúnebre humorista. Y cambiaron de asunto sin salir del pastel escatológico. Pasaron imágenes de la boda de José María Aznar, hijo de Ese Hombre. Salto a Cuatro y veo una promoción de La selva en casa, lo nuevo de Frank Cuesta, que asegura que será un programa como el otro, pero con menos tacos. Así es. Joder, me toca los cojones, nadie me lo había dicho €que una mujer dirigiera el programa€. Puro teatro. Un asusta puritanos. Pero funciona. Sin embargo, de todo lo visto con la mirada de cazar surrealismos, pedos, tacos, y escatologías varias, me quedo con la propuesta del principio, huélame los pies, señorita. Semejante refinamiento es tan perturbador que apenas llama la atención. Se suele ir a lo gordo, como el Vaticano, que ha comprado el dominio vatican.xxx para que no se convierta en una página guarra. ¿Quién le olerá los pies a Ratzinger bajo los frescos de Miguel Ángel?