Se deja sentir desde los primeros compases que Woody Allen es únicamente actor y que no ha intervenido, salvo en cuestiones anecdóticas y en algún tipo de asesoramiento, en el proceso creativo. No debe sorprender por ello que estemos ante una comedia muy modesta, solo revestida de un limitado encanto en momentos esporádicos que, además, tiene el inconveniente de ir de más a menos, con un principio prometedor y divertido que se va diluyendo hasta una segunda mitad sin encanto y un tanto premiosa.

Tanto es así que lo mejor es el propio personaje que incorpora Allen, Murray, un veterano librero en delicada situación económica pero con capacidad para involucrar a su mejor amigo, un manitas que ejerce entre otras cosas de fontanero, en un negocio de prostitución masculina. El director, guionista y protagonista, John Turturro no ha encontrado el sendero idóneo para conducir un relato que podría haber dado bastante de sí.

En su quinto largometraje detrás de la cámara, tras títulos como Mac e Illuminata, se pone de manifiesto una vez más los altibajos de una obra que alterna los hallazgos y el ingenio personal con una cierta atonía. Y es cierto que el arranque es más que prometedor, con Murray convenciendo a su compañero de fatigas Fioravante para que entre en el juego muy rentable de la seducción femenina que puede sacarles de los apuros económicos que atraviesan, especialmente él, que acaba de cerrar su librería.

Siguiendo sus consejos y reforzado en su autoestima física, hasta el punto de que se siente un gigoló decidido a satisfacer plenamente a mujeres que necesitan sexo, el fornido revisor de las «cañerías» no tarda en ir rellenando su agenda. Incluso las primeras experiencias al respecto, previas al menage a trois, con la bella y casada dermatóloga Parker, revelan una encomiable picardía.

Pero la historia pierde intensidad y, sobre todo, imaginación cuando personajes como la viuda del rabino, que ha salido adelante en el más estricto puritanismo, ferreamente vigilada por la comunidad ortodoxa, distraen el sentido real de la cinta y provocan evidentes desarreglos en el ritmo. Momentos que coinciden, por otra parte, con una perdida de protagonismo del cometido de Woody Allen.