Bajo la apariencia de una comedia intrascendente se esconde un producto realmente interesante que efectúa una mirada profunda a un tipo de individuo con amplia representación en un sociedad como la actual que denota una abusiva dependencia del fenómeno de internet.

Lo que ha intentado, y en buena parte conseguido, el director Joseph Gordon-Levitt, un actor que debuta tras las cámara con magníficas perspectivas de futuro, aun más teniendo presente que es autor también del guión y que no renuncia a ser el protagonista, es reflejar el grado de deshumanización a que ha llegado el hombre de hoy, capaz de vivir buena parte del día ante un monitor seducido por la presencia de una mujer objeto que satisface plenamente sus necesidades sexuales.

El Jon que vemos ha llevado sus propuestas tan lejos al respecto, aunque la exageración tiene una base real, que disfruta más del sexo viendo pornografía en su ordenador que practicándolo en vivo con un ser de carne y hueso. Jon es un tipo bien parecido que se ha independizado de sus padres, aunque aún no tiene su futuro decidido y que, pese al éxito que tiene los fines de semana con las chicas que se le ponen a tiro, provocando la envidia de sus amigos, está enganchado a numerosas páginas webs que difunden películas porno que le proporcionan una autosatisfacción plena sin contrapartidas y sin ningún tipo de problemas.

Tanto es así que se ha convertido en un onanista contumaz que parece haber encontrado lo que quería. Hasta que se cruza en su camino, una chica 10, Bárbara, que parece romper en principio todos sus esquemas. Con unos diálogos plenamente coherentes, lo que determina el uso de términos tan vulgares como auténticos y con un repaso superficial si se quiere pero ilustrativo y jugoso, la cinta da paso en la segunda mitad a un importante cambio, motivado por la aparición de una mujer madura que aporta un toque dramático y constituye el capítulo menos brillante de la película.