Lletra menuda

La interinidad diocesana

Llorenç Riera

Llorenç Riera

Los nombramientos y cambios episcopales acostumbran a incubarse bajo la mitra del secretismo y la especulación clerical centrada más en las personas que en la realidad y la implicación diocesana. Sebastià Taltavull presentó el pasado 28 de enero su preceptiva renuncia canónica. Normas obligan, pero él siempre ha dicho que está como un roble y en tal condición dispuesto a continuar. Lo saben en el Vaticano y en la última sacristía de Mallorca. El mensaje ha calado. Lejos de lo acostumbrado en estos casos, se confirma la continuidad del obispo por espacio de dos años. Queda reafirmada la entrega y la apetencia personal del prelado.

Pero no es el obispo, es la diócesis. Sería un error limitar la actual tesitura al ejercicio del episcopado por parte de Taltavull. La iglesia de Mallorca, ninguna excepción, está en declive, con dispersión de medios humanos menguantes y un proceso sinodal impuesto de resultado y traducción práctica todavía incierta. La crisis y el cansancio palpable invitan a la determinación, al gobierno a largo plazo y a la planificación realista antes que a la provisionalidad.

En este contexto, Sebastià Taltavull se convierte en algo así como el administrador apostólico de sí mismo, queda como el interino del cargo propio siguiendo una dinámica eclesiástica en la que sigue pesando la posibilidad y generosidad personal por encima de la realidad sociológica y la realidad objetiva.

Taltavull continuará presidiendo la diócesis (el término no es por necesidad sinónimo de liderar) y poniendo en práctica su acreditado don de omnipresencia en toda la isla. Se desvanecen todas las quinielas sobre la sucesión. No hay precedentes de confirmación oficial de una prórroga. Dentro de dos años, Dios dirá.

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