Es una cuestión que preocupa a padres y madres y al profesorado: ¿abrirán las escuelas de forma segura? ¿podrán volver los/as niños/as al colegio? ¿en qué condiciones? Hay quien dice que las escuelas deberían abrir con un nivel de transmisión comunitaria más bajo que el que tenemos actualmente. Probablemente es así. Las familias, a menos de un mes del inicio del curso, están preocupadas ante los brotes existentes. Y al mismo tiempo la OMS advierte que reabrir escuelas con alto nivel de contagios es arriesgado. O cómo se pregunta el epidemiólogo Fernando Rodríguez Artalejo, ¿Se podría volver hoy a la escuela de forma segura en algunas CCAA de España con un núm ero muy grande de brotes? Y la respuesta es: probablemente no, o con un riesgo apreciable de tener que cerrar escuelas poco después. Y como dice el exdirector en situaciones de crisis de la OMS Daniel López Acuña es necesario abrir con una incidencia menor de 25 por 100.000 en los últimos 14 días. Si es mayor tenemos que irnos a un escenario de semipresencialidad (con presencialidad de los niños/as más pequeños) o de volver a la enseñanza virtual que se puede complementar con pequeños encuentros de grupos pequeños.

Si miramos a Europa, las escuelas han estado abiertas normalmente durante semanas sin consecuencias negativas. Una buena lección podemos aprender de Dinamarca donde los planes iniciales establecieron que los niños se agruparan en compartimentos estanco de 10 ó 12 alumnos, con un maestro, para que los alumnos solo se relacionaran entre ellos y con entradas escalonadas y padres/madres tenían prohibida la entrada al centro. En otros países, Suecia nunca cerró para los menores de 16 años. Finlandia estuvo cerrada a la mayoría, pero los niños trabajadores clave en los grados 1-3 estuvieron en la escuela todo el tiempo. Francia comenzó la reapertura gradual el 11 de mayo, reabriendo completamente (excepto para las escuelas secundarias que continuaron el aprendizaje a distancia) el 22 de junio con asistencia obligatoria y horario normal. Y Holanda comenzó a reabrir a partir del 11 de mayo, con reapertura completa el 8 de junio. Algunos países, como lograron abrir con éxito las escuelas. Otros, como China, Israel o Corea del Sur, las tuvieron que volver a cerrar. Y la diferencia principal entre unos y otros era tener o no el virus bajo control en la comunidad antes de reabrir.

Todo ello podría ser en España porque algo hemos aprendido tras medio año de convivencia con la pandemia. Conocemos más del SARS-CoV-2, cómo se contagia, cómo podemos evitar el contagio, aunque no todo. Y eso debería permitir, junto a los datos de impacto social y económico del cierre de las aulas, analizar el riesgo-beneficio que supone abrir de nuevo los centros educativos.

Para analizar la situación, hay que contemplar dos cuestiones:

1. La de por qué deben volver los menores a la escuela

2. Y la de si, dadas las circunstancias actuales, deben o no hacerlo y cómo garantizar que sea una vuelta segura para todos, alumnado, profesorado y resto de personal de los centros.

Para asegurar el proceso, para garantizar el éxito, es necesario tener en cuenta algunos aspectos. Para la primera cuestión, en un artículo publicado en el New England Journal of Medicine, pudimos leer que expertos de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y de Saint Andrews (Reino Unido) reclamaban que la reapertura de las aulas de forma segura debe ser una prioridad nacional. Alegaban que la escuela, presencial, desempeña un papel clave de la educación y socialización, sobre todo para los más pequeños, y que privarlos de ella les impide acceder a los beneficios esenciales de desarrollo, sociales y de educación que comporta la escolarización, lo que exacerba las desigualdades socioeconómicas. Como decía un docente "Lo esencial de la educación, es formar a los niños para que el día de mañana sean personas responsables y contribuyan a mejorar la sociedad".

La segunda cuestión es mucho más compleja y requiere analizar la ciencia de lo que sabemos hasta el momento del SARS-CoV-2: cómo se contagia, quién lo contagia y cuál es la actual situación epidemiológica. La vía principal de transmisión son las gotas respiratorias que sacamos al respirar, estornudar, toser, reír, cantar, que pueden, bien sea de forma directa o indirecta (cuando tocamos una superficie contaminada y luego nos llevamos la mano a la cara) entrar al organismo a través de las mucosas. Una vía secundaria de transmisión son los aerosoles, partículas más finas que pueden permanecer durante algún tiempo en el aire en sitios cerrados. De ahí que las medidas de prevención sean las 3 "M": metros de distancia física, higiene de manos y mascarilla (al menos a partir de una edad) y que los peligros están en espacios 3 "C": cerrados (necesidad de ventilar las aulas), concurridos y cercanos. Y ello sin duda sería más fácil poniendo los ayuntamientos a disposición de las escuelas, todo tipo de hoteles, bibliotecas, museos o centros de conferencias que estuvieran cerca de su zona de influencia, para descongestionar. Además de que el material sería importante que se limpiara diariamente.

Sabemos que la incidencia de covid-19 entre niños y jóvenes es baja y que los niños y niñas se contagian en porcentajes similares a las personas adultas, aunque desde un punto de vista clínico, la mayoría pasan la enfermedad de forma leve o asintomática y sólo un 2% desarrolla formas graves. Aunque la evidencia científica por el momento es limitada, parece haber un factor edad relevante: por debajo de los 10 años, los niños parecen infectarse menos que los adultos y los adolescentes. También contagian menos. Por debajo de los 10 años, la probabilidad de que un niño transmita el virus es, en algún estudio, un 50% menor que la de un adulto. Si se demuestra que hay un umbral a partir del cual los menores comienzan a comportarse como adultos por lo que respecta a transmisión, se podrían establecer protocolos de seguridad distintos para primaria y secundaria. Los niños menores de 10 años en los estudios de transmisión tanto en el hogar como en la comunidad, también son menos susceptibles que los de 10 a 14 años. Los resultados de algunos estudios de seguimiento de contactos sugieren que los niños pueden ser menos infecciosos que los adultos, pero la fuerza de esta evidencia es débil y algunos de los estudios relevantes se realizaron cuando las escuelas cerraron. Los/as niños/as no son un grupo de riesgo importante para covid-19 y parecen jugar un papel menos importante en la transmisión. Y no hay mayor riesgo de exposición e infección de incidencia de covid-19 entre los profesores de guarderías, escuelas primarias y secundarias, que no ha tenido un mayor nivel de incidencia de covid-19 en comparación con otras ocupaciones.

Por tanto, es evidente que el contagio es una preocupación particular en las escuelas. Ante la situación actual, lo más normal es que haya transmisión del virus y que el virus entre en las escuelas e institutos, por lo que hay que incluirla en los planes de apertura para estar preparados cuando aparezcan infecciones. Sería mejor, y la evidencia de muchos países demuestra que es posible reducir las tasas de transmisión de la comunidad mediante medidas de control estrictas para que las escuelas puedan reabrir este septiembre con un nivel aceptable de seguridad. Junto con ello, puede haber algunas medidas que pueden ayudar un poco más, cómo doblar el número de aulas, para generar espacios burbuja, de alrededor de 15 alumnos/as y profesor/a, que sin duda son más baratos que lo que representa el cierre de un colegio, con lo que afecta a padres y madres a no poder ir al trabajo. Por otro lado, el cierre de escuelas tiene unas consecuencias muy negativas para niños y jóvenes.

La clave es llegar a septiembre con una incidencia baja, que haya pocos casos, que se puedan vigilar, seguir y cortar cadenas de contagio. Y, por supuesto, preparar la apertura de escuelas con protocolos estrictos de seguridad. Los grupos "burbujas" que no se mezclen con otros grupos, permitiría, de haber algún positivo, la trazabilidad de los contactos y evitaría cerrar toda la escuela. Pero tiene que haber responsabilidad colectiva, no enviar al niño al colegio si tiene fiebre u otros síntomas. Las entradas y salidas del centro deben ser escalonadas, para evitar aglomeraciones de padres y niños. Junto a ello, en los patios debe estar prohibido jugar con alumnos de otros grupos, además de abrir la posibilidad de utilizar los parques públicos para niños en horario escolar. Y claro, mucha higiene de manos y ventilación en el aula. El caso de los institutos es más complejo. Los y las adolescentes sí deberían llevar mascarilla en clase e intentar no mezclarse con otros grupos, ni dentro ni fuera de las aulas.

Todo ello en un entorno en el que vemos que niños y niñas, cuando se mantienen en casa, pierden mucho: pierden el aprendizaje académico, el aprendizaje emocional, las relaciones con sus compañeros o las oportunidades para jugar. Los niños que viven en la pobreza, los niños con discapacidades diagnosticadas y los niños pequeños enfrentan pérdidas más graves. Además, el aprendizaje de alta calidad es inherentemente relacional y social, no individual y centrado en el maestro. Los/as maestros/as también confían en la proximidad física para construir relaciones positivas con los estudiantes y administrar sus aulas; tales tareas pueden ser imposibles si los maestros están digitalmente separados de los estudiantes. Por lo tanto, debemos priorizar tanto la reapertura física completa de las escuelas o Dino semipresencial como los protocolos de seguridad definidos por Salud-Educación, con profesionales de salud en el apoyo al profesorado y con formación en covid-19 a los maestros.

Creo que la reapertura segura de las escuelas a tiempo completo para todos los niños/as de primaria debería ser, por lo tanto, una prioridad. La forma más segura de abrir escuelas por completo o parcial es reducir el número de alumnado por aula (sea contratando más profesorado y haciendo turno de mañana y tarde), dar clases en espacios al aire libre, en aulas descubiertas o en excursiones, abriendo las paredes de las escuelas a la sociedad en la que están y además, eliminar la transmisión comunitaria al tiempo que se aumenta la vigilancia. Y todo ello, en lo que sea posible, para evitar espacios cerrados, aumentando la ventilación de las clases y trabajando de forma adecuada aspectos de recreos y entradas y salidas.

Los adultos necesitarían mantener una distancia física entre ellos y tomar otras medidas para reducir la transmisión de adulto a adulto: por ejemplo, usar equipo de protección personal, cerrar los edificios escolares a todos los adultos que no son personal y celebrar reuniones digitales. Estas precauciones son especialmente importantes en la medida en que un % de maestros tienen 55 años o más y seguramente algunos tiene enfermedades de riesgo que hay que cuidar y que pueden dedicarse al trabajo de educación a distancia.

Muchas familias, particularmente aquellas con miembros del hogar clínicamente vulnerables, podrán querer optar por mantener a sus hijos en casa en estas circunstancias, independientemente de si las escuelas están físicamente abiertas. La enseñanza a distancia digital y otros servicios escolares deberían estar disponibles para todas las familias que elijan esta opción, y los educadores designados deberían ser responsables únicamente de la enseñanza a distancia.

Al igual que todos los trabajadores esenciales, los maestros y el profesorado merecen protección. La infraestructura física de las escuelas también deberá modificarse. Es posible que los estudiantes y los maestros necesiten comer en sus aulas, y las salas de docentes podrían cerrarse para no estimular la reunión de adultos. Los horarios pueden necesitar ser rediseñados para acomodar a los profesionales de educación especial y maestros especializados para que puedan acceder a los niños y a las aulas en los momentos apropiados. Incluso sería importante mejorar la ventilación, el saneamiento y las instalaciones para lavarse las manos y los baños. Estas mejoras han sido necesarias independientemente de covid-19; y son inversiones esenciales en equidad educativa y oportunidad.

Por tanto, reabrir las escuelas primarias no es solo una cuestión científica y tecnocrática. También es emocional y moral para alumnado y profesorado. Si vemos lo que dice el estudio de nuestro amigo Fernando Trujillo de la Universidad de Granada, el 69% del profesorado está preocupado por su formación en este nuevo mundo, el 67% por la falta de dispositivos entre el alumnado y también por la falta de personal y el 60% por la ausencia de medidas de higiene en el colegio. El cierre de las escuelas también ha puesto de relieve la injusticia social y económica, y los niños y familias históricamente marginados, y los educadores que los atienden, son los que más sufren y se les ofrece menos. Lo fundamental es que niños/as, familias, educadores/as y la sociedad merecen tener escuelas primarias seguras y confiables.

Mientras, padres y madre enseñemos a los niños en estas semanas que quedan de vacaciones a tomar precauciones. Y mucho espacio, muchas mascarillas y mucha higiene de manos en un entorno favorecedor en todo lo que se pueda.

Sin duda el problema de los espacios es importante. Habría que contratar más profesores y al mismo tiempo, quizás, hacer colegio mañana y tarde para disminuir los ratios en el aula y mucho más.

Mucho por hacer en estas semanas que faltan para empezar el colegio para que se pueda abrir bien y hacerlo de una manera segura y adecuada para alumnado, profesorado y familias. Esperemos que sea un buen septiembre.