"Los días pasan y las células se gastan". Así define el envejecimiento Gabriel Homs, para el que hay un factor que depende de la actitud más que de la biología: "Yo me hago mayor porque cumplo años, pero no soy viejo, eso es cuando te rindes". Él no se rinde, su curiosidad es "ver lo que pasará mañana".

Gabriel asegura que no volvería atrás, y eso que en sus 79 años ha hecho de todo y se lo ha pasado "muy bien", dice con ojillos traviesos. Su espesa barba es una de las más conocidas de Palma tras haber estado 20 años detrás de la barra de La Blanqueada y otros cinco más en su heredero, el Manamú, sirviendo agua de valencia y mojitos. Antes de eso, viajó por el mundo como marino mercante; fue empleado en Casa Planas; dirigió el Mallorca Tenis Club; trabajó en el hotel UTO; se fue hasta Helsinki en moto... "Tengo mis achaques, pero no me quejo", asegura, "envejecer es una etapa más: es aceptar las mermas que trae, acoplarse y está".

Para las hermanas Maria y Catalina Roig envejecer es una marea imperceptible, que ha ido subiendo sin que lo notaran. "Pues no te das cuenta, te vuelves mayor". Así, sin más. Un día va detrás del otro, te van pasando cosas alegres y tristes y de repente un día tienes 90 años. Maria los cumplió hace dos semanas: "Sí que hay días que pienso, ¿pero es posible?" Mientras habla, su hermana Catalina, que este año cumple los 91, asiente. Dos veces por semana van juntas a gimnasia y creen que de no hacerlo "no estarían tan bien".

"Siempre estoy haciendo algo", dice Maria, que vive con su marido, cocina para su familia, cose y hace jerseys y no perdona su visita semanal a la peluquería. Catalina enviudó hace dos años: "Al principio me sentí sola, ahora me siento bien, hablo con la gente de la escalera, mi familia viene a comer los domingos y yo voy los sábados, veo la tele, me voy a dormir cuando quiero y me levanto cuando quiero: voy y vengo, voy y vengo, todo el día".

Maribel Albertí, de 74 años, cree que hacerse mayor abre una etapa con potencial y oportunidades: "Es tener tiempo para poder hacer muchísimas cosas que no habías podido hacer antes: seguir aprendiendo, hacer cosas distintas,y enfrentarse al mundo, desde tus circunstancias, con ganas y con humor".

La actividad y la curiosidad también es la clave para Carmen Orte, catedrática de la Universitat, directora del Anuari de l'Envelliment y exreponsable del IMSERSO, quien cree que envejecer es "un proceso de aprendizaje" y es clave es "ser consciente de ello".

"La vejez es el estado al que todo el mundo quiere llegar pero en el que nadie quiere quedarse", dice Nicolás Flaquer, geriatra y director médico del hospital Sant Joan de Déu, citando a Cicerón.

Y hacia ese estado va España a todo tren: hay estudios que apuntan que en veinte años será uno el países más longevo del mundo. Ahora el 19% de la población española tiene más de 65 años, en Balears es el 15%. En 2030 el porcentaje subirá al 22% en el archipiélago y a nivel nacional llegará al 25%.

La frontera se mueve a los 75 años

Flaquer recuerda que los 65 años son la frontera que se acordó porque es la edad de jubilación, cuando una persona pierde su función económica y un momento que antes se asociaba a pérdida de capacidad física. Pero hoy envejecemos mejor y más tarde y por eso el geriatra cree que sería más conveniente empezar a hablar de la tercera edad a partir de los 75 años. En las islas, 81.200 personas han soplado ya las 75 velas: es el 7% de la población total (y un 60% son mujeres).

Balears se mantiene más joven que otras comunidades debido a la inmigración, pero no se librará del boom de los mayores (la consecuencia esperada del babyboom de hace 70 años): ¿Estamos preparados para la inversión de la pirámide poblacional? La pregunta tiene muchas respuestas, ya que toca muchas esferas: la social, la sanitaria, la personal, la económica, la tecnológica...

A nivel social y sanitario, Flaquer cree que "hay inquietud" y los responsables implicados están adoptando medidas. Cita el plan de atención al paciente crónico del IB-Salut (que acabará llegando a 35.000 personas con tres o más enfermedades complejas, como diabetes, EPOC, hipertensión u obesidad) y la reciente acreditación que ha obtenido su hospital para iniciar la primera unidad docente multidisciplinar de geriatría de Balears, en la que a partir de junio médicos y enfermeras podrán especializarse para atender al paciente mayor.

De momento, en la red pública únicamente el Sant Joan de Déu tiene una unidad de geriatría, que desde su creación en 2004 ha ido creciendo hasta incluir consultas, hospital de día y unidad de hospitalización. Y, desde este año, la unidad docente multidisciplinar.

¿Por qué es cada vez más necesaria la geriatría? Para atender desde "una visión holística" a un paciente marcado por "la fragilidad" o "la complejidad", algo más determinante que la simple acumulación de años: "Uno no es viejo tanto por la edad que tiene, sino por su función y hay que intentar perder menos la función, que es lo que condiciona los años libres de discapacidad, aquellos en los que vas a tener la calidad de vida".

Aunque es un hecho que a partir de una edad es difícil no tener alguna enfermedad física a partir de una edad es difícil no tener alguna enfermedad física(el 60% de los mayores de 65 y el 88% de los mayores de 95 tienen alguna), la persona mayor se caracteriza por "la suma de la complejidad física, social, emocional, cognitiva, familiar". Y la geriatría busca dar respuesta a esa combinación.

Y por eso la soledad también entra en su campo de trabajo. Y de forma cada vez más destacada, ya que todos los expertos la señalan como una de las "epidemias del siglo XXI" y un "comprobado" productor de patologías, por ejemplo a nivel mental, ya que puede derivan en depresión, lo que propicia a su vez el deterioro cognitivo. La soledad además puede suponer una peor nutrición y más riesgo de caídas o complicar la detección temprana de enfermedades, al no haber personas alrededor que detecten los primeros síntomas. "Hay que detectar la soledad y tratarla", concluye el doctor.

Cruz Roja es consciente de este problema. Y por eso tiene su programa de compañía a domicilio, gracias al cual 1.150 personas mayores son visitados de forma regular por algún voluntario. Miguel Elvira es uno de los 380 voluntarios. Cada semana visita a Gabriel y desde su salón "arreglan el mundo" mientras la gatita Nemo dormita en el regazo de su dueño. Gabriel tiene problemas de movilidad y necesita una máquina de oxígeno, pero con la ayuda de Miguel y sin prisas a veces bajan los dos pisos que le separan de la calle y se van a tomar un café.

Cuatro días a la semana le traen la comida (un servicio del ayuntamiento de Palma, también gestionado por Cruz Roja) y del cuello le cuelga un dispositivo de telellamada para avisar en caso de tener algún problema. Está conectado al mundo a través de la televisión, la tablet, el móvil y el ordenador; habla con su familia y sigue yendo a pegarse comilonas con los amigos (amigos "de verdad", como los mojitos que servía en La Blanqueada). Gabriel vive solo pero no aislado. Se siente "muy arropado" y se lo sigue pasando "la mar de bien".

Carmen Orte cree que ese tipo de recursos "cercanos y especializados" así como una tupida "red social" son fórmulas a potenciar. "Hay que repensar el envejecimiento" y cómo afrontarlo, insiste: no basta abrir residencias. No es que no hagan falta (en Balears hay 4.136 plazas y la lista de espera para una pública ronda las 2.000 personas), pero, indica, no pueden ser la única solución. Hay otras opciones. La académica recuerda por ejemplo a Las Chicas de Oro, que fueron pioneras del cohousing, del compartir vivienda, algo aún no muy común entre los seniors.

La investigadora defiende que el cambio de chip no debe ser solo institucional: la sociedad también debe implicarse, no solo en el cuidado ("¿Tienes una vecina mayor que vive sola? ¿estás pendiente de ella?") sino también en la integración de estas personas. Son parte de la sociedad, hay que escuchar qué quieren y deben estar visibles y presentes. En la universidad, en los programas de la tele, en las tiendas. Las empresas deben hablar con ellos, les interesa hablar con ellos: "Una compañía de ropa alemana cambió el etiquetado y la distribución de los productos para atraer al público mayor y solo con eso ha incrementado sus ventas un 20%", cuenta.

Y lo mismo sucede con los diseñadores de la tecnología. La tecnología, razona, puede ser una oportunidad, pero también crear una brecha, con situaciones como las que ya se dan en las oficinas bancarias, donde usuarios de más edad tienen auténticas dificultades para sacar dinero o hacer gestiones en el cajero de forma autónoma y privada. "Yo estoy muy descontenta, no quiero ir al cajero", protesta Catalina. Gabriel lo tiene claro: "Yo sé hacerlo y en mi banco suelen ayudar a la gente, pero si me trataran mal, cogería mi dinero y me iría a otro banco".

Empoderados, como ciudadanos y consumidores

Esa determinación a hacerse valer como ciudadano y como consumidor es importante también para Orte. Los propios seniors deben cambiar la mirada, trabajar para mantenerse autónomos y empoderarse. Y para todo ello, indica la catedrática, la educación es fundamental. Por eso creó la Universitat Oberta de Majors (UOM) y en los últimos años ha organizado cursos de educación financiera para personas mayores.

Si Orte quisiera grabar un anuncio del envejecimiento activo, Maribel sería el testimonio ideal. A sus 74 años, asiste a cursos de vivir en positivo y de memoria; imparte clases de inglés a usuarios de la Llar Reina Sofía (su alumno más veterano ronda los 90 años); hace croquetas para sus nietas (además de deliciosos 'miguelitos' de crema y chocolate), habla cada día con sus hijos, tiene un abono para los conciertos de la Sinfónica (no se pierde ni uno) y canta en una coral. Durante diez años, fue voluntaria de DIME atendiendo a personas en paliativos en el hospital Joan March. Cuando hace dos años murió su marido, Antonio Nicolau, tuvo que dejarlo. Se movían muchas cosas por dentro.

Envejecer hoy no es lo mismo que antes y la percepción social va cambiando, pero sigue siendo la parada de tren a la que, como dijo Cicerón y recuerda Flaquer, todos quieren llegar pero en la que nadie quiere quedarse. Y, hasta donde sabemos, la siguiente parada, la muerte, ya es el fin de trayecto. Los protagonistas de estas páginas aseguran que ven venir ese momento con serenidad.

Gabriel tiene dos tumores y ha decidido no tratárselos ya que sabe que eso le hará perder calidad de vida. "Quiero vivir bien lo que me quede, sea lo que sea", argumenta. Las hermanas Roig tampoco se escandalizan ni se asustan cuando se les pregunta por la muerte: "Cuanto más lejos esté el momento, pues mejor, pero lo asumo muy bien", dice Catalina; "No le tengo miedo, igualmente de esto no nos escaparemos", añade Maria.

Maribel, que ha reflexionado mucho sobre el tema, razona que es un hecho "real e inevitable" y que la actitud de cada uno ante la muerte es lo que marca "vivir bien o mal". Su filosofía: "Debes vivir la vida sin hacer daño a nadie y si puedes incluso haciendo un poco de bien, es la forma de vivir en paz e irte en paz".

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