Los días 6 y 7 de junio de 1940 la dirección general de Seguridad de Francisco Franco dictó orden de expulsión contra una treintena de judíos alemanes residentes en Balears. No habían cometido ningún delito, así que hubo que inventarse uno: "(...) comunico a V.E. que en vista de sus antecedentes y que por su origen resulta indeseable para la Nueva España, acuerda esta Dirección General aprobar su expulsión del Territorio Español".

El destinatario de la orden era Hans Mayer Claassen, residente en Esporles con su esposa Lissy y el fotógrafo Leo Frischer. Recibieron el aviso para abandonar España al mismo tiempo. Y también los judíos alemanes que habían formado pequeñas colonias en Palma y en Eivissa. "Fue una acción administrativa planificada que, por lo que sabemos, no tuvo réplica en otros lugares del Estado", explica Pere Bueno.

Este licenciado en Filología catalana ha investigado junto con Juan José Bordoy, licenciado en Derecho, la trayectoria de aquellos discretos residentes germanos que vieron muy cerca el Holocausto. Los dos investigadores han rescatado decenas de archivos para documentar por primera vez una acción coordinada para expulsarles con un único pretexto: su condición de judíos.

Bueno y Bordoy expondrán los resultados de su investigación en una jornada que se celebrará hoy en Ca n'Oleo y en la que se citarán diversos expertos para analizar el papel del franquismo en el holocausto. También han organizado una exposición, que podrá visitarse hasta el 16 de abril también en Ca n'Oleo, y tienen en proyecto un documental en el que intervienen dos descendientes de aquellos alemanes que desembarcaron en Balears pensando que dejaban el peligro atrás.

"En julio de 1938 el ministro de Exteriores español, Martínez Anido, y Heinrich Himmler, jefe de las SS, firmaron un acuerdo de colaboración en el que se estipulaba que la Gestapo tenía poderes consulares en el Estado español y que se podían intercambiar delincuentes. ¿Qué delitos habían cometido las tres docenas de judíos que residían en Balears?", se pregunta retóricamente Bueno.

Y se hace eco de una afirmación de la historiadora Marta Simó, ponente en uno de los coloquios que se celebrarán hoy: "No podemos decir que España haya sido colaboracionista, pero sí colaboradora".

Bordoy incide en la singularidad de Balears. "El motivo de la expulsión de esta gente es exclusivamente su origen, ninguno de ellos tenía antecedentes. Eso es muy relevante porque algo así solo consta en Balears. En los documentos que hemos estudiado se habla de 'raza judía' y muchos se coronaban con una 'J' para distinguirles, como sucedía en Alemania. Hay una línea claramente antisemita dentro del sistema", explica el investigador.

Ese componente racista está exclusivamente en la administración. "No existía un antisemitismo social. Así como se denostaba a los chuetas, a ellos les veían como alemanes. Podían sospechar que eran judíos, pero les daba igual", destaca Bordoy.

Estos germanos llevaban vidas discretas, integrados en una sociedad que no les observaba con especial extrañeza. Algunos de ellos incluso practicaron ritos católicos para pasar todavía más desapercibidos. Las órdenes de expulsión truncaron su cotidianidad. Las recibieron al mismo tiempo, pero no todos corrieron la misma suerte.

En Eivissa las familias Hanauer, Wallach y Holzinguer encontraron la protección de la Iglesia. Conocían al rector de la parroquia de Santo Domingo de Vila, que ya en 1934 les sugirió que se convirtieran al catolicismo.

Llegaron a Barcelona con la orden de expulsión bajo el brazo, pero días después el anuncio del Vaticano en España intervino en su favor. "A la familia Hanauer le fue muy bien. Fundaron Casa Alfredo, el restaurante que ganó el premio al mejor pa amb oli del mundo el pasado Día de Balears. Con los años también acabarían abriendo un hotel en la playa de Sant Antoni de Portmany", cuenta Bueno.

Los dos investigadores han tratado de arrojar algo de luz sobre la vida de estos refugiados en las islas, antes y después de recibir la temida orden de expulsión. El caso de los tres germanos residentes en Esporles salió a la luz hace algunos años gracias a la investigación del Grup de Memòria Històrica de la localidad y al libro Les petjades dels oblidats. La repressió a Esporles.

Frischer, que había abierto una tienda de fotos en la localidad de la Serra de Tramuntana, huyó a Barcelona y desde allí trató de cruzar la frontera francesa en compañía de Ernst Kauffman y Emanuel Pfeferkom, dos de los refugiados judíos que residían en Palma. "El Gobierno colaboracionista de Vichy no supo qué hacer con ellos, y terminaron en un campo de concentración de Miranda de Ebro, donde pasaron tres años", relata Bueno.

"No era un campo de exterminio, pero las condiciones eran muy duras, con un frío extremo en invierno y ningún tipo de atención médica. No les mataban, pero muchos morían por alguna enfermedad", explica Bordoy.

Después de ser liberado Frischer se fue a Gales, donde abrió otra tienda de fotografía. Kauffman huyó a Canadá y Pfeferkom solicitó volver a Palma para reunirse con su familia. No tenía nacionalidad porque no le reconocía ni España, ni Alemania, así que tuvo que solicitar por escrito autorización para volver a Mallorca. "Según decreto del Gobierno alemán del 25 de noviembre de 1941, y por ser de raza judía, ha perdido su nacionalidad de austriaco y alemán", escribió -en tercera persona- Pfeferkom. "Suplica se digne ponerle a disposición de la Cruz Roja Española para poder residir en su domicilio de Palma de Mallorca con su esposa e hijas" añadió.

Comprar favores

El matrimonio Claassen también abandonó Esporles. Tenían dinero y lograron llegar a Nueva York. Son un caso especial porque en 1958 solicitaron regresar. Recibieron autorización porque "las circunstancias por las cuales en su día se tomó el acuerdo de expulsarles, este ha quedado sin efecto (...)", según consta en uno de los documentos rescatados por Bueno y Bordoy. La pareja se instaló en Andratx

El dinero fue también la tabla de salvación de Reinhold Melchior, otro de los judíos alemanes establecido en Palma. "Al llegar a Barcelona le encarcelaron, pero creemos que sobornaron a alguien para liberarlo. Sabemos que vendieron unas obras de arte en Suiza y las cambiaron por lingotes de oro", cuenta Bueno. Su mujer, Elisa, fue determinante para que le liberaran. La historia acabó bien: en Vigo cogieron un barco y se exiliaron a Brasil, donde todavía vive su hija, nonagenaria, que presta su testimonio para el documental de los dos investigadores.

Hubo dramas. El matrimonio Heynemann se suicidó en su casa de El Terreno poco después de recibir la orden, dejando una nota de despedida para sus hijas. "Os suplicamos que abandonéis Europa". Aceptaron su consejo y pusieron rumbo a América.