¿De quién son los turistas? Cuando el entonces presidente de la Cámara de Comercio, Joan Gual de Torrella, plantó cara a los hoteleros para defender el derecho de los ciudadanos a 'compartir' del pastel turístico mediante el alquiler vacacional, no fueron pocas las críticas y presiones que recibió. Era el año 2015, el debate sobre la necesidad de regular esta actividad estaba en plena ebullición, y el sector hotelero le achacaba todos sus males. El debate sobre si posteriormente el alquiler turístico ha crecido exponencialmente y sobre sus efectos sobre el acceso a la vivienda ya son otro cantar.

Hoy, de nuevo, el derecho a tener un turista en casa salta a la actualidad, ahora de la mano del proyecto de la Ley Agraria que, según los planes del Govern, permitirá a los payeses alojar hasta seis visitantes en sus fincas, durante un máximo de seis meses. Se trata de las agroestancias, uno de los puntos más controvertidos de la Ley Agraria que se encuentra actualmente en exposición pública.

La cuestión ya no sólo es si todo el mundo tiene derecho a poner un turista en su vida, sino que en este caso la polémica también se centra en una constatación: ¿hay algún sector en Mallorca que pueda funcionar sin turismo? Y es que el fundamento argumental en el que se apoya el proyecto de ley es en el de asegurar la viabilidad económica de las explotaciones agrícolas y ganaderas complementando su actividad.

Mientras los hoteleros han puesto el grito en el cielo por considerar que en el campo no deben alojarse los turistas, y pide que se les aplique toda la normativa turística en el peor de los casos, las asociaciones de ganaderos y agricultores quieren el doble, llegar hasta los 12 huéspedes por día y explotación. Tampoco es una petición unánime. Algunos, como Joan Gaià, quien tiene una pequeña granja de cabras para hacer queso, cree que "lo que tiene que hacer el Govern.

Una fórmula en auge

En todo caso, la agroestancia no es ni mucho menos la primera iniciativa turística en el campo. En Balears, paradigma del turismo de sol y playa, los turistas llegaron relativamente tarde al campo. En 1992 sólo había registrados cinco agroturismos con 43 plazas en Mallorca. Actualmente son unos 190 y las plazas llegan a las 8.000, según datos de la Asociación Balear de Agroturismos y Hoteles de Interior.

En pocos lugares del mundo un agroturismo es un hotel en medio del campo. Piscinas, hidromasajes y todas las comodidades y lujos de un hotel convencional, pero en suelo rústico. En realidad, pocos turistas que se alojan en un agroturismo en Mallorca tienen una experiencia típicamente rural. Aunque "no es cierto que todos sean de lujo, el 80% no lo son; son familiares", afirma el presidente de la Asociación Balear de Agroturismos y Turismo de Interior, Miquel Artigues.

Con alguna excepción, los agroturismos han sido históricamente hoteles con poca relación del turista con la actividad agrícola o ganadera, más allá de ver una granja al lado o de oler la hierba de cerca, si no ha quedado sepultada por una alfombra de césped.

Sí, en cambio, en otros destinos peninsulares o europeos es fácil encontrar alojamientos puramente agrícolas, en los que tomar leche de la vaca que vive en el establo de al lado o comer huevos de las gallinas que vemos mientras paseamos por el entorno elegido.

Esta, supuestamente, es la filosofía que persigue el concepto de agroestancia que incorpora la Ley Agraria y que, por tanto, el Ejecutivo balear defiende como complementaria a la oferta existente, para nada similar al agroturismo.

Para la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), "se trata de una iniciativa sostenible que se hará en edificaciones existentes, no se construirá más. Pero el problema es que necesitamos poder acoger doce o catorce plazas, como ocurre en las casas rurales de Euskadi o Cataluña, o no será rentable", asegura su gerente, Joan Simonet.

Los hoteleros no han tardado en reaccionar con unas alegaciones contundentes, presentadas por la Federación Empresarial Hotelera, que provocaron un agrio enfrentamiento con los agricultores, especialmente con Asaja. Buscaron los argumentos y los encontraron en la legislación turística. Si los payeses se van a dedicar al turismo, vienen a decir sus alegaciones, que les caiga todo el peso de la ley. La zonificación, la obligatoriedad de comprar plazas, y la imposibilidad de convertirse en alojamiento si la actividad turística no está permitida en el área donde se encuentra la explotación. Los hegemónicos dueños de la industria turística no quieren competidores, por pequeños que sean. Ya les ha bastado con el alquiler turístico.

"Está claro que el lobby hotelero no quiere que las agroestancias prosperen, pero los que no tienen 2 millones de euros para invertir en un agroturismo, también deben poder beneficiarse del turismo", asegura Simonet.

De hecho, la Asociación Balear de Agroturismos, asociada con la Federación Hotelera, tampoco las quiere. "No entendemos las agorestancias. En lugar de crear figuras nuevas que distorsionan, lo que se podría hacer es reducir la tramitación y no tener que esperar dos años para tener un interés general más el coste del proyecto", asegura Artigues, quien cree, además, que las agroestancias "conllevarán problemas a los payeses ya que supondrán una merma de recursos hídricos, entre otros inconvenientes".

Alrededor del mundo

No existe una definición exacta de lo que es el turismo rural, ni tampoco una tipología común ni homogénea. La legislación y la casuística varía según los países. El Reino Unido está considerado el pionero en cuanto a turismo rural -desde el siglo XVII, según un estudio de Martí Colombram-, aunque en Francia, Italia o Irlanda la tradición también está muy extendida desde hace décadas.

Más allá de Europa, el turismo rural comunitario se originó en Ecuador en los años 80 como una forma de turismo sostenible, equitativo y responsable, que permitiera involucrar a las comunidades en la actividad turística. Actualmente está en auge en los países latinoamericanos.

En Francia, cientos de granjas, muchas de ellas agrupadas en Acueil Paysan, y otras organizaciones, han conseguido organizarse y ofrecer la posibilidad de recorrer todo el país haciendo parada y fonda en el mundo rural, pero de verdad. Explotaciones en las que los propietarios cuentan con varias habitaciones para completar sus ingresos, y en las que se ofrecen alimentos de primera calidad, a menudo ecológicos.

De hecho Asaja y Unió de Pagesos usan el argumento de la viabilidad económica de sus explotaciones para reivindicar alojar a turistas. Hace décadas, el sector veía en el turismo y, sobre todo en los hoteles, la posibilidad de colocar sus productos. Hoy, está claro que la idea no funcionó y, salvo excepciones, los alimentos del campo que se consumen en los bufetes no han sido producidos en Mallorca. Quizá por ello el agricultor y el ganadero se siente con más legitimidad para defender que ellos también tienen derecho a poner un turista en su vida, y que alojar a unos cuantos no es robarle nada a nadie.

El problema, como siempre, es la cantidad. "El campo ya está muy urbanizado y poner más turistas ya es el colmo", opina Gaià. Para Artigues, "hacer excepciones legislativas sólo sirve para que se utilicen para otra finalidad y siempre llevan malas consecuencias". El debate está servido.

Joan Gaià, payés en la quesería 'es collet'

Para este payés de Manacor es una "decepción muy grande que las organizaciones agrarias piensen que llevando turismo al campo se arreglará el sector primario". De hecho, cree que tienen "toda la legitimidad del mundo para pedir un cambio de modelo", pero "si yo no tengo tiempo de cuidarme de las cabras ni de hacer queso, no sé cómo lo podría hacer para, encima, tener turistas en casa". Como muchos, cree que las agroestancias serán "otro coladero" para seguir construyendo en suelo rústico. "¿Qué quieren, llenar las naves agrícolas de apartamentos cutres? No lo entiendo". Asegura que la reconversión del campo mallorquín tiene que venir por la calidad y el valor añadido, "no llenándolo de turistas". Lamenta que el sector hotelero no compre producto local porque "es un pez que se muerde la cola: si se ofrece un producto sin valor añadido, siempre comprarán el más barato y no el suyo".

Biel Torrens, payés en 'can caló'

El ex secretario general de unió de pagesos, tiene dudas sobre la viabilidad de que las agroestancias se ciñan a las viviendas habituales de los agricultores y ganaderos. "Es muy difícil que se pueda hacer turismo en las casas de los payeses". Él, por ejemplo, asegura que no descarta poder ofrecer este tipo de turismo en su finca, aunque reconoce que en su vivienda lo tendría muy difícil y que, en cambio, tiene varias casetas de 'sequer' cerradas que "se podrían adecuar" y las podría aprovechar para alojar a turistas. Sobre el debate de si los payeses deben acoger a turistas o no, no lo duda: "O es que no tenemos los mismos derechos que los hoteleros a beneficiarnos del turismo?" Cree que el problema son los turistas que vienen durante los dos meses de verano, y el modelo que conllevan, pero echa en falta a más turistas "responsables" e interesados por la cultura local.