El núcleo duro, por insensible, de Més, ese mismo que se empeña en hallar culpables externos de sus propias incongruencias, debe ir al oculista con premura. Tiene el ángulo de visión limitado en exceso. Alguien debe hacerle ver, de una vez por todas, que mirarse al ombligo y amurallar un área de poder sobre cimientos endebles es la mejor forma de estancar la crisis y por ende, de autolesionarse como formación política, entorpecer la operatividad del Ejecutivo y emitir un mensaje de insolvencia a la sociedad.

El vicepresidente Barceló espera la llamada de Anticorrupción. Parapetarse ante ello y no ser capaz de dar un paso al lado, en el mejor estilo de Artur Mas, es un comportamiento ideal para dilapidar el capital político disponible. También un ascenso en insolvencia. Ni siquiera el arranque del proyecto de ley de alquiler turístico, del también conceller del ramo, puede paliar esta situación. La crisis del Govern no se ha cerrado. Lo sospechábamos ante tanta insistencia de las partes afectadas en asegurar lo contrario, pero los mismos hechos vividos esta semana avalan su persistencia.

Fanny Tur asume Cultura como mujer de consenso sin afiliación partidistas y con el añadido de Participación y Memoria democrática para dar un poco de consistencia a un departamento que debería ser exclusivo de los consells insulares. El PSOE se queda con Transparencia, ese es el único precio que asegura haber pagado Més por salvar a Barceló, pero nadie está contento, cómo si se pudiera gobernar sin alegría. Buena parte del enquistamiento actual tiene su mayor causa en intentar solventar el desvarío de los contratos al jefe de campaña de Més mirando hacia dentro y no de cara al interés general. Se ha actuado para los compromisos y los amigos. Es un vuelco de prioridades que, al no ser admitidos con reacciones más allá de los ceses de Ruth Mateu y algunos directores generales, estanca una crisis corrosiva.