Lo sabíamos todo de Son Espases. Y lo que no sabíamos, lo imaginábamos. La diferencia es que ahora nos lo cuentan. Y suena peor. Y duele más. Por desgracia, el hospital de Son Esperas adolece de servicio de psicoanálisis, si descartamos la introspección durante las dilaciones que impone la utilización del complejo.

La fiscalía anticorrupción ha compensado la carencia sanitaria en el área psicoanalítica. Ha vuelto a tender a la sociedad mallorquina en el diván. El relato del gigantesco amaño, que se daba por descontado, multiplica su impacto en boca de los autores del desaguisado. Véase la consellera Castillo, que desafiaba a los detractores del podrido procedimiento a acudir a los tribunales. Al final, la inquilina de Matas se ha personado ante la justicia para denunciarse implorante a sí misma.

La instrucción previa y esperemos que no preventiva de la fiscalía es fuente de consuelo, pero también genera el acostumbrado duelo colectivo. Siempre pionera, Anticorrupción se ha anticipado a la reforma Gallardón que entrega la investigación a los fiscales. El estallido de Son Espases recuerda que la catarsis no surge de la íntima convicción, sino del clamor compartido en el ágora. El ministerio público como detonante.

A menudo, ha de ser tan doloroso leer el goteo de confirmaciones sobre el escándalo de Son Espases como escribirlo. Al igual que sucede en la infidelidad conyugal, no es lo mismo intuirla, o incluso disponer de las pruebas, que escuchar la confesión in vivo. Sin embargo, el psicoanálisis del hospital vuelve a ser tan duro y necesario como aflorar una fobia o restaurar la confianza en la pareja. O como sacarse una muela envenenada, en el más claro de los ejemplos traumáticos.

Levantar un hospital requiere un centenar de enojosos trámites administrativos. En el caso de Son Espases, con el agravante de que se rehízo en más de una ocasión el camino andado. El enésimo récord del Govern Matas, con las inapreciables contribuciones del Consell de Munar y de Cort, consiguió en embarrar de corrupción cada eslabón del proceso. Sin disimular, porque la selección de la misteriosa empresa que guió la adjudicación fallida viene tan trufada de irregularidades que evoca la frase del juez Castro sobre el ministro de Aznar, “el señor Matas ha venido a burlarse de los simples mortales”.

Sin ánimo de agravar la postración del lector, la realidad siempre es peor de lo que nos cuentan, así en las relaciones políticas como de pareja. La infidelidad no ocurrió una sola vez, sino 25. Las cantidades en juego en la deslealtad hacia los ciudadanos no equivalen a un millón, sino a 25.

El caso Urdangarin es el caso Infanta. Este error de nomenclatura ha permitido que todavía hoy se dude jurídicamente de la implicación de Cristina de Borbón. En Son Espases se asiste a una tergiversación semejante. El gigante Dragados, sumido en ACS, se traduce erróneamente de inmediato como la empresa de su presidente, Florentino Pérez.

En los años de la concesión corrupta de Son Espases, la participación en ACS de la familia March -18 por ciento- y de Fluxá -seis- duplicaba al peso de las acciones de Florentino -doce-. Los mallorquines ocupaban cuatro puestos del consejo, el reparto se completaba con los inevitables Albertos. El todopoderoso presidente madridista, que se ha quejado reiteradamente en Mallorca de las exigencias de Matas, era un empleado de los discretos banqueros insulares.

No existe un titular de prensa que diga “Matas concede Son Espases a March”, pese a su exactitud. El mapa accionarial de ACS ha cambiado radicalmente desde la concesión, y no a favor de la supervivencia sin sobresaltos del hospital.

Los March reprochaban a Florentino que el Real Madrid le despistara de sus compromisos empresariales, Fluxá perdió millones con los altibajos de la cotización bursátil de ACS. Se cocinaba la tormenta ideal para la estampida que acaba de producirse. Desde el mes de junio de este año, el presidente madridista es el máximo accionista de la empresa que no solo se responsabilizaba de la construcción del complejo hospitalarios, sino también de su “mantenimiento y explotación” durante treinta largos años.

La precipitada salida de los banqueros mallorquines de la constructora pone en vilo el futuro de Son Espases, que contamina el entorno en que se desenvuelve. De hecho, la situación actual de la empresa se sintetiza a menudo con un escueto “ACS no tiene dueño”. En una transferencia psicoanalítica inmediata, “Son Espases no tiene dueño”.