Los que conocieron a Maria Antònia Munar en sus mejores tiempos se hicieron cruces ayer ante su evidente deterioro físico.

Una Munar envejecida, delgadísima y demacrada pasó por los juzgados de Vía Alemania escrutada por decenas de ojos. Su desmejorada imagen pronto inundó los medios de comunicación. Los estragos de la cárcel en la antaño sofisticada dama son de dominio universal.

La expresidenta de Unió Mallorquina alega que está enferma y que en prisión no recibe el tratamiento que sería más apropiado para su salud. Munar también se queja de que entre rejas no puede seguir una dieta imprescindible para ella.

La que fuera la segunda autoridad de las islas no está cómoda en el centro penitenciario: la higiene y la buena educación de algunas compañeras brillan por su ausencia. Tiene miedo a contraer otra enfermedad, que empeore su estado.

Mientras, Munar opta por callar ante el juez, en espera de que salga un rayo de luz en su nublado panorama. Para qué decir hoy que no cobró sobornos, si mañana, y gracias al pacto con la fiscalía, tiene que admitir que se embolsó casi 2,5 millones en negro, dos para el partido y el resto para sus caprichos.

El tema de los 4 millones de euros pagados por Sacresa a UM para conseguir los codiciados terrenos de Can Domenge parece demostrado: lo han admitido cuatro personas.

Lo curioso del caso es que, una vez descubierto el pastel, no salen las cuentas del reparto. Vicens asegura que dos millones fueron para UM (que los recibió Munar), 200.000 euros para el socio local de Sacresa (Ferratur) y 450.000 por cabeza para Munar, Miquel Nadal, Miquel Àngel Llinàs y él.

Llinàs, el perfecto peón en la sombra de una trama negra, asegura que él solo cobró 35.000 euros, ¿Quién se quedó los 415.000 restantes de su parte?