Karina Zegers de Bejil lamenta que las personas más sensibles sean las que en la mayoría de los casos pagan el precio más alto por la crisis y defiende sus virtudes, aunque también reclama a este colectivo un esfuerzo para adaptarse a las personas de su entorno

–¿Qué podemos entender por una persona de alta sensibilidad?

–Esta denominación nace del trabajo realizado por una psicóloga norteamericana, del que se desprende que entre un 15% y un 20% de la población, tanto entre hombres como entre mujeres, tiene unos niveles de sensibilidad muy superiores a la media. En ocasiones se les considera individuos raros, que no encajan y que muestran reacciones distintas a las de los demás. Y esa diferencia les hace sufrir. Por ejemplo, son muy vulnerables ante los gritos, los insultos o las injusticias. Son personas de lágrima fácil porque no saben reaccionar adecuadamente y no se les pueden decir las cosas de cualquier manera.

–Habrá un lado positivo.

–Evidentemente. En muchas ocasiones ellos solo ven el lado molesto, porque en realidad no saben lo que les pasa. Pero también tienen una capacidad para disfrutar más intensamente, tienen una mayor capacidad para emocionarse ante la belleza del arte. Y tienen una mayor empatía, saben ponerse en el lugar de los demás y eso les puede ayudar a hacer amistades. Se revelan ante las injusticias, lo que hace que su presencia sea habitual en las ONG.

–¿Esas características son compatibles con un mundo laboral tan competitivo e inmerso en una crisis?

–Pueden tener problemas de comunicación en un ambiente laboral duro, pero hay empresas que saben valorar su creatividad. Sin embargo, en los centros de trabajo tradicionales son pisados porque no se les valora. Por eso muchas veces son los primeros en perder el empleo y son los que están pagando más cara la crisis. No son competitivos y no luchan por su puesto de trabajo porque tienen otros valores. Además, la crisis la viven mal porque se estresan muy rápido debido a esa mayor sensibilidad.

–Algún aspecto tendrán a su favor.

–Son individuos vocacionales y detallistas. Y además siempre aportan algo, gracias a esa mayor creatividad.

–¿También tienen problemas en sus relaciones familiares y de pareja?

–Se puede llegar a generar mucha fricción. Pero si una persona altamente sensible reconoce lo que le pasa, puede aprender a funcionar mejor con su pareja y desarrollar técnicas de comunicación. Aunque es un trabajo que corresponde a los dos miembros de la pareja.

–¿Necesitan algún tipo de tratamiento médico?

–Estas personas no padecen un transtorno, sino que se trata de un rasgo. Lo primero que hay que hacer es conseguir que entiendan lo que les pasa, reconocer las señales que les da su cuerpo, como puede ser un dolor de cabeza o un estado de malhumor. Porque de lo contrario pueden vivir estas situaciones como un lastre y terminar con una depresión. Pueden trabajar técnicas de relajación, desarrollar actividades que les ayuden a cargarlas pilas y aplicar mecanismos que les ayuden a controlar sus actos. Tienen que aprender a vigilar su pensamiento, porque tienen tendencia a poner muchas expectativas. Tienen que aprender a ser más objetivos y a comunicarse de forma diferente con los demás.

–¿Una persona con una alta sensibilidad puede ser confundida con un enfermo?

–Esta es mi lucha personal. Hay poca conciencia sobre esa elevada sensibilidad y se puede caer en un diagnóstico erróneo. Se les puede confundir con individuos con deficiencias de concentración, cuando en realidad son capaces de leer cualquier texto, pero si lo hacen en un ambiente de mucho ruido o con muchas personas alrededor, se pueden llegar a bloquear. Hay que tener en cuanta que en realidad tienen una mayor capacidad para absorber información. Una persona normal entra en una habitación, localiza un lugar donde sentarse y lo hace. Ellos detectan si el ambiente es cálido, frío, agresivo... Tienen una mayor respuesta emocional, y eso puede llegar a saturarles.