Arrancar un negocio no es fácil. Para nadie. Miles de horas de trabajo, noches sin dormir, calculadoras que echan humo y demasiadas tentaciones de abandonar. Si además no estás en tu país de origen, las complicaciones se duplican: partes de cero y sin apenas apoyos y a veces tienes que bregar con diferencias culturales o lingüísticas. El que emprende en tierra ajena se lanza al ´más difícil todavía´. Y algunos, como los funambulistas, logran deslizarse con gracia sobre el alambre.

Son las caras amables de la emigración. Los que han conseguido salir adelante y encontrar ese concepto de ´vida mejor´ que venían buscando y que en su país no sabían si encontrarían. No ha sido cuestión de suerte. La clave: trabajo, trabajo y trabajo. "Y mucho sacrificio", añade Miguel Ángel Franco Velázquez. Este paraguayo de nacimiento, criado en Argentina y mallorquín de adopción, llegó a la isla hace exactamente 22 años y tres días. En su equipaje, una camisa, un pantalón, un contrato para elaborar pasta fresca y muchas ganas de "comerse el mundo". Hoy, Miguel Ángel y su mujer, Verónica Torres, son los dueños del imperio de la pasta fresca y el sándwich de miga: La Romanita.

Aunque siga en la cocina amasando pasta, hace cuatro años que Miguel Ángel tomó las riendas. Y desde entonces su expansión empresarial parece imparable con 15 empleados, dos locales nuevos en la misma calle Blanquerna que se suman a La Romanita original y otro en perspectiva.

"Al principio costó", reconoce Miguel Ángel, "hace 20 años aquí no se sabía nada de pasta fresca, de los macarrones y los canelones no pasaban". Pero poco a poco, "con trabajo y haciendo las cosas bien", La Romanita se ha convertido en un punto de referencia de la gastronomía to take away para argentinos, uruguayos y, sobre todo, españoles. El gurú de los sorrentinos y los ravioles cree que llegó en el momento oportuno y que ahora, tal y como están las cosas, "sería casi imposible" sacar adelante un negocio así. Asegura que nunca se ha sentido "foraster".

"Llegué hace 25 años de Argelia y durante años estuve trabajando de todo, pero en 1990 decidí que sólo trabajaría para mí mismo". Quien así habla puede considerarse hoy el rey del kebab palmesano: Salem Smati. Antes de abrir sus dos locales bautizados con el nombre de Arabica y antes de contar con ocho empleados en plantilla, Salem protagonizó cuatro aventuras empresariales, desde tiendas de ropa y bisutería y negocios de importación y exportación hasta agencias de viajes.

Fue en la agencia dónde vio claro dónde había un hueco en el mercado mallorquín: en los kebabs. Los isleños querían kebabs. Se morían de ganas. Sólo había que ofrecérselos. Salem se dió cuenta porque sus clientes volvían fascinados de sus viajes por París y Berlín, donde descubrían una comida árabe que reúne los dos requisitos más buscados: es buena y es barata. Y en aquellos años, a finales de los 80 y principios de los 90, los españoles no iban sobrados de dinero. "Incluso en 1985, cuando llegué, aún había españoles que emigraban", rememora.

"Vi que había un público preparado y en 1999 abrí el primer kebab de la ciudad de Palma en Pere Garau", explica. Poco después vino otro en Santa Ponça. El año pasado la crisis tocó al Arabica y Salem decidió cerrar el local de Calvià al ver que no podía asumir el alquiler. El arrendador, también amigo, le propuso alquilarle a un precio especial otro local en la calle Aragón. "Iba a cerrar y al final he abierto otro...", reflexiona Salem . Y es que en la vida, asegura, "lo que viene, viene".

El sector de la alimentación y especialmente los restaurantes de comidas típicas es la opción por la que tiran muchos de los que emigran. Pero no la única, ni mucho menos. Un ejemplo. El del argentino Sergio Carinelli y su familia que consiguieron hace siete años abrir su propio centro de fisioterapia y pilates, un pequeño oasis de calma ubicado en el centro de Palma.

Sergio ya sabía lo que era emigrar cuando llegó a Mallorca en 1999 pues años antes ya se había marchado a Estados Unidos. Y es que en su cabeza siempre estuvo "la idea de irse fuera, de buscar nuevos horizontes". Un conocido ya ubicado en la isla le habló de Mallorca. Y se vino, trabajando primero como fisioterapeuta freelance cuando este gremio no era tan popular como ahora. "No había ni colegio oficial cuando llegué", recuerda. En 2001 comenzó a trabajar en el spa del presitigioso hotel Marriot y en 2002 abrió una consulta con un socio. Dos años más tarde, tras ahorrar y acumular muchas semanas de 40 horas de trabajo entre el hotel y la consulta, abrió las puertas de su propio centro, donde además su mujer y su hijo dan clases de pilates.

¿Ha cumplido su sueño? "He adelantado bastante a mis sueños", explica, "en Argentina no sé si lo hubiera podido hacer". Eso sí, el principio es complicado ya que "tienes que ganarte tu sitio y eso es lo más difícil porque nadie te conoce". Ahora, tras muchos masajes dados y muchas lesiones curadas, Sergio está totalmente integrado en la isla donde ha crecido su hijo, en la que ya está creciendo su nieta y que se recorre en bicicleta cada fin de semana que puede. De hecho, una de las cosas que más le gusta es "poder compaginar el trabajo con disfrutar el sitio en el que vives".

¿Volver a casa?

"Nunca sabes si volverás a tu tierra, ¿quién lo sabe?", reflexiona el hindú Mohan Aidasani. Hace seis años que Mohan guía a sus clientes por su inmensa carta de platos y les asesora sobre el curry, el tandoori y el pollo Tikka Masala –entre decenas de delicias más– desde su restaurante con nombre de veneración y saludo: Namasté. Este hombre de gesto tímido llegó a Mallorca hace 27 años para trabajar junto a sus primos en una tienda de ropa. En 2005, abrió el restaurante en Palma tras una incursión similar en Lanzarote. El principio, como siempre, "fue difícil", pero ahora el negocio, con cuatro empleados entre semana y cinco los fines de semana, dice que va "más o menos bien". El colorido local abarrotado los viernes por la noche lo prueba.

Musa Afroune arribó hace casi 30 años desde Argelia e, igual que otros entrevistados, al principio trabajó "de todo, de cocinero, de mecánico...". Curró y ahorró durante 15 años hasta que en 1996 abrió con su nombre la carnicería halal –donde los animales son sacrificados cumpliendo los preceptos del Islam– en Pere Garau. Su caso es de los mejores ejemplos de negocio que parecen enfocados para los inmigrantes, pero que acaban integrándose en la ciudad y atrayendo tanto a extranjeros como autóctonos. "Sudamericanos, franceses, mallorquines... viene de todo", explica este hombre casado con una española para el que la clave del éxito es "el trabajo, la limpieza y la simpatía".

Si hablamos de extranjeros con éxito, hay un nombre que no puede dejar de mencionarse. Es un clásico que representa además a una nacionalidad que está acaparando el sector comercial de las islas. Hablamos de Antonio Yoh, dueño y alma del mítico Gran Dragón, primer empresario chino de la isla. El primero del millar que vinieron después y que muchas veces acuden a él en busca de consejo o asesoramiento. Sólo en tiendas, explica, hay más de 1.500, porque a la persona de origen chino le gusta "trabajar y ser empresario". Restaurantes, tiendas de ropa, bisutería o móviles, bares carnicerías e incluso una autoescuela. La laboriosidad china toca todos los palos.

Llegados con la crisis

Precisamente, el mercado chino es de los pocos que no cubre la Tienda Adams, regentada por una llamativa combinación de nacionalidades –Nelson Pineda, de Perú; y Hijazy Yaseen, de Sri Lanka– y que se dirige a gente de más de una decena de países. Ojo a lo que incluye su negocio: venta y distribución al por mayor de productos latinoamericanos; locutorio y envío de divisas. Todo en dos locales de más de 220 metros cuadrados. Empezaron con unas 10 ó 15 marcas de productos diferentes. Ahora ofertan más de 200.

Nelson y Hijazy se conocieron aquí. Hicieron un estudio de mercado y vieron que hacía falta una tienda donde los emigrantes sudamericanos pudiesen abastecerse de productos de su tierra. Y tiene mérito, porque a diferencia de Salem o de Miguel Ángel que llegaron aquí hace ya décadas, ellos empezaron su lance empresarial hace cinco años, cuando la crisis económica ya comenzaba a asomar la cabeza.

Ahora, explica Nelson, han empezado a notar el bajón en la llegada de inmigrantes de América. Pero no se han quedado parados ya que ahora también ofertan productos de África y de la India. Resume la clave de su éxito: "La gente agradece el poder darse un gustito con una bebida o una comida típica cuando está lejos de su tierra". Para Nelson, ingeniero de sistemas en su país de origen, así como para todos los consultados lo importante es "dar calidad y buena atención". Con esto como mantra, y quizás algo de suerte, emigrar sí puede ser un buen viaje.