"O te bautizas, o los hijos de tus compañeras no comerán" pudieron ser las palabras que tuvo que escuchar Matilde Landa antes de suicidarse el 26 de septiembre de 1942 en Can Salas, la cárcel para prisioneras políticas de Palma. Hija de un dirigente republicano, su figura se convirtió en símbolo de la lucha antifranquista, quien renunció a vivir antes que ceder a la presión psicológica ejercida por la Hermanitas de los Pobres, monjas regentes de esta institución.

Este testimonio y muchos otros son los recuerdos olvidados que recuperará la exposición "Presas de Franco" en el Espai Ramon Llull desde el próximo lunes y hasta el 22 de mayo. Un exhibición que entre otros contenidos enseña cómo las mujeres, más allá del adoctrinamiento ideológico sufrido por los hombres, padecieron la coacción religiosa con el fin de desgastar la moral de estas luchadoras políticas, tal como explicaba ayer el historiador David Ginard durante la presentación de la muestra.

La exhibición incluye el testimonio de la menorquina Isabel Coll, quien al finalizar la Guerra Civil, en 1939, se convirtió en prisionera política de la Dictadura. Su vinculación a las Juventudes Socialistas Unificadas la condenó a vivir los primeros años de la posguerra entre los muros de esta cárcel, abierta en 1936 con el triunfo del bando nacional en la capital. Su paso por esta prisión forma parte de la memoria fotográfica de Isabel, cuyo archivo está incluido en el centenar de imágenes de prisiones femeninas de todo el Estado que se exhiben en esta exposición.

La voz de Isabel, recogida entre los diez testimonios de prisioneras políticas que incluye también la muestra, se transforma en la última huella de lo que sucedió en Can Salas, prisión convertida en 1940 en una de las cinco más importantes de España. Cuando su población penitenciaria pasó de cien a mil prisioneras, cuando el hacinamiento y la pésima alimentación se cebó especialmente entre estas mujeres, pues a diferencia de los hombres tuvieron que convivir entre rejas con sus hijos. Su presidio se convirtió en una lucha por su soledad, formando comunas para repartirse la escasa alimentación. Pues si los prisioneros políticos conseguían el apoyo de sus cónyugues para sobrevivir a su encarcelamiento, las esposas como Isabel tenían a su marido prisionero. No en vano, muchas vivían entre rejas sólo por un vínculo sentimental con otro prisionero político.

Can Salas cerró sus puertas el año 1943, cuando la colonia penitenciaria de Balears fue trasladada a la península al inicio de la II Guerra Mundial. Su clausura trajo el olvido a la doble represión de sus mujeres cuya memoria quiere ser recuperada ahora.