A finales del siglo XIX, el relojero alemán afincado en Palma Guillermo Krug abrió un pequeño negocio en la calle Colom. La Relojería Alemana, que así se llamaba la tienda, prosperó económicamente a la par que la ciudad. La evolución y el prestigio de esta empresa, tras más de 125 años de existencia, son reconocidos ahora con uno de los Premis DIARIO de MALLORCA, que este rotativo entregará el próximo 28 de junio. Pablo Fuster es el propietario y la cuarta generación de la destacada relojería y joyería palmesana.

-¿Quién podía comprarse un reloj en el siglo XIX?

-En aquella época, Palma tenía muy pocos comercios. La economía no era tan fuerte como ahora y la gente de a pie apenas se podía comprar un reloj. Quienes lo hacían querían mostrar un signo de distinción y sabían que un reloj era para toda la vida. Se heredaban de padres a hijos, aunque poco a poco se veían cada vez más relojes. Hoy en día comprar un reloj es algo normal, como tener un traje o un coche nuevo. Es una moda que suele ir cambiando cada cierto tiempo.

-Su abuelo comenzó en la tienda como aprendiz, ¿cómo acabó convirtiéndose en el propietario?

-La familia de mi abuelo, Pablo Fuster, se dedicaba a la platería, pero a mi abuelo no le gustaba. Quería ser relojero, por lo que empezó en la Relojería Alemana a los 16 años. Aprendió enseguida y poco a poco se hizo imprescindible para Guillermo Krug. Como no tenía descendencia, mi abuelo fue casi un hijo para él. Cuando se casó con mi abuela, que era modista, empezó a ahorrar para comprar la relojería al señor Krug cuando se retirase. Al principio le daba un poco de apuro decírselo, pero al final se lo contó y Krug le respondió que continuase ahorrando para otras cosas porque cuando él se retirase, la relojería sería suya.

-Su padre, Gaspar Fuster, incorporó las mejores marcas de relojes del mundo, ¿vende más una marca?

-Mi padre siempre quiso tener una relojería modélica, que estuviese al mismo nivel que las de capitales como Madrid o Barcelona. Palma empezaba a ser una ciudad próspera, con prestigio y una importante influencia del exterior. Queramos o no, el turismo nos hizo abrir los ojos al mundo. Como era una isla, se salía menos por las dificultades de comunicación. Sin embargo, la demanda de nuevos artículos también se hizo patente.

-¿Las joyas fueron introducidas en la tienda con la llegada del turismo?

-Las introduje yo, porque cursé estudios de gemología y diseño en París.

-Usted ha ganado importantes premios de diseño, como el Premio Nacional de Alta Joyería, y ha realizado multitud de colecciones, ¿sigue diseñando?

-Solamente hago piezas especiales e hice una colección para el 125 aniversario.

-¿Por qué la gente compra joyas?

-Las mujeres, a lo largo de toda la historia, siempre han querido lucir joyas. Además de que les gustan y se sienten más guapas, la compra de joyas es una cultura con un gran valor añadido.

-¿La sociedad mallorquina es ostentosa?

-No, aunque algunos tienen mucho dinero, no es una sociedad muy ostentosa.

-Ha realizado encargos para el emir de Qatar, ¿para qué otros personajes?

-Con el emir de Qatar trabajé cuatro años. También he hecho diversas cosas para otros emires, para los Reyes de España, los de Suecia, y para gente de la calle.

-¿Qué es lo más barato que se vende en la Relojería Alemana?

-Unos colgantes de pomelato que cuestan alrededor de 200 euros.

-¿Y lo más caro?

-De lo más caro puede ser algún reloj. Sin embargo, una empresa que tiene 128 años de existencia ya no se mueve por el dinero. Trabajamos por las cosas bien hechas, por el prestigio, por ser pioneros, por traer lo mejor y lo más novedoso a Mallorca, por podernos comparar con establecimientos de París y Nueva York. Esto es lo que nos mueve. Todo el mundo trabaja para ganar dinero, pero la vida no es sólo dinero, hay otras cosas.

-Sus tres hijos ya están trabajando en el mundo de la joyería. La continuidad en la empresa está asegurada.

-Desde pequeños han vivido el día a día de la tienda, los momentos buenos y los malos, que de todo ha habido. En verano, cuando tenían vacaciones, les hacía subir al taller y les decía que tocasen la plata y el oro para que empezaran a familiarizarse con ellos, viesen cómo se fundían y cómo se hacían las joyas. Quería que les entrase el gusanillo y es un orgullo que la Relojería Alemana cuente con otra generación. La educación ha sido lo más importante y mi mujer ha contribuido mucho a ello.