Ha sido un siglo apasionante. En fin, si descontamos los últimos años. Y algunos de los anteriores. Bien mirado, se impone precisar qué parte de la centuria de existencia del Real Mallorca estamos celebrando, para evitar malentendidos. Al igual que sucede en la vida de los todavía escasos humanos que alcanzan a centenarios, solo un manojo de años merecen una celebración. Nos centraremos en los calendarios gloriosos, porque el deporte condena los fracasos al olvido.

Hubo un tiempo en que Mallorca fue el Real Mallorca. Se aproximaba el fin del milenio, por lo que en realidad no estamos festejando a un club centenario, sino milenario. Hasta los rencores quedaban apaciguados, ante el fulgor de un equipo que metamorfoseaba en estrellas a jugadores del montón. No hablamos solo de victorias en el marcador, sino del éxtasis sintetizado en el derviche Valerón, en las parábolas de Stankovic, en las galopadas de Etoo para golear a la portería del Bernabéu.

Y sobre todas las cosas humanas, la divina final de la Recopa de Europa. Cómo explicarles aquel mayo de 1999, a quienes hoy tienen que buscar al rival de cada fin de semana en un mapa de carreteras secundarias. Tuteando a los tifosi mussolinianos del Lazio en Birmingham, tras haber eliminado a los grandes del fútbol continental. Con el estadio retumbando a cada patada de Vieri. Tengo que rescatar a Goya, para evocar la grada azul celeste de los gladiadores romanos.

Perdió el Mallorca, que en aquellos momentos solo aceptaba derrotas frente a equipos a los que hoy no puede ni tratar de usted. A la salida del estadio de Birmingham, oscurecida la planicie inglesa, me paseé entre los autocares que transportaban a los aficionados mallorquines y no solo mallorquinistas. Era como nadar en un mar de lágrimas, y comprender de sopetón en qué consiste un pueblo. Para no contagiarme, tuve que relativizar a toda prisa que se lamentaba solo un marcador futbolístico, y no un desplazamiento de refugiados con destino incierto.

Lágrimas mallorquinistas sobre Birmingham, es la única vez en que he visto a mallorquines llorando masivamente por un objetivo común que nos les iba a reportar ganancias inmediatas. Aquel sentimiento, por repetir la palabra que ganó fortuna para describirlo, ostentaba los nombres y el apellido del entrenador. ¿De verdad tienes que explicarle a alguien que eres del Mallorca de Héctor Raúl Cúper, pero que te cuesta identificarte con el actual equipo de Vázquez si sigue ahí?

El cínico nos reprochará que nada ha cambiado, que el centenario del Mallorca viene tachonado de lágrimas. Aceptamos la reprimenda, pero no es lo mismo llorar porque te has quedado a un paso del cielo, que gimotear porque estás al borde del infierno de la Segunda B. Volvamos a Birmingham, y volvamos de Birmingham. A la llegada, y recordemos el marcador adverso, la antigua terminal de Son Sant Joan estaba abarrotada de mallorquines y mallorquinistas, desplazados para consolar al segundo equipo de Europa en aquellos momentos. El clamor de "Cúper, quédate, quédate" no tendrá repetición en la historia por venir de esta isla. Contemplar el espectáculo desde la primera planta, junto al entrenador, equivalía a acompañar a César el día de su proclamación.

Somos humanos, por lo que estábamos convencidos de que nos codearíamos a perpetuidad con el Chelsea, el Ajax o el Mónaco. Recuerdo que bromeábamos displicentes cuando el torneo europeo nos emparejaba a un equipo turco. Nunca fuimos tan orgullosos, nunca estuvimos tan equivocados. El mallorquín no sabe olvidar, pero aquella borrachera nos desligó del equipo en que Gost ocupaba un día la portería con todos los honores, y al siguiente aparcaba su taxi en el Paseo Marítimo para transportar a turistas. Sin dejar nunca de ser un trabajador de sa Pobla.

Gracias a Birmingham, solo me queda un párrafo para la etapa oscura. He tratado como periodista con todo tipo de estafadores, pero ninguno de ellos puede igualar a los compradores de fontanería del Real Mallorca que alguien alquilaba en Londres. Todavía me río de mí mismo, al recordar cómo me tomaba en serio al bodeguero Davidson y su desgraciada estela. Ahora somos norteamericanos, cazi ná, con solo dos evidencias. El Mallorca milenario de Birmingham ha desaparecido, pero Mallorca sigue necesitando algo parecido. Ojalá no tenga que esperar cien años.