Bartolomé Beltrán representó la luz después de un largo túnel. En el verano de 1995 el proyecto de Miquel Dalmau parecía agotado después de tres intentos frustrados por subir a Primera División. Como tantas veces en la centenaria historia del Mallorca, el club había llegado a un punto muerto y reclamaba a gritos un cambio de rumbo. Ese papel le tocó al médico de Campanet y presentador de televisión, que se convirtió en el rostro de un ambicioso proyecto sostenido por el capital de Antonio Asensio, entonces poderoso presidente del Grupo Zeta.

Beltrán ocupó el despacho presidencial y revolucionó una entidad poco acostumbrada a portavoces tan locuaces. Vendió ilusión, renovó esperanzas y se ganó la confianza de los más escépticos, que también los había. Fue suficiente con un discurso creíble y algunos aciertos en la gestión, como mantener a Mateu Alemany en la gerencia y a Pep Bonet en la dirección deportiva. Aquella temporada el Mallorca rozó el ascenso en Vallecas después de firmar siete fichajes y tres entrenadores, pero se quedó un poso de ilusión entre los aficionados. Lo lograría un año después y en el mismo escenario en una memorable promoción, con el ya histórico gol de Carlitos. Eso fue la base de la etapa dorada de los bermellones en la elite.

El galeno importó un nuevo estilo. Abrió el Mallorca a la sociedad, y la sociedad respondió con creces. Sus sonados discursos, siempre caracterizados por una ambición desbordante, calaron entre el mallorquinismo. Pero nada habría sido lo mismo si no hubieran acompañado los resultados deportivos. Conquistó el ascenso a Primera División en su segunda campaña como presidente después de tomar la arriesgada decisión de destituir a Víctor Muñoz al final del curso cuando el equipo era líder de Segunda. Acertó. Igual que cuando aquel verano contrató a un desconocido Héctor Cúper para asumir el banquillo del conjunto bermellón. Con Beltrán acaparando todos los focos, Asensio pudo siempre mantenerse en un segundo plano. El médico de Campanet no fue un presidente florero. Tuvo mucha influencia en la parcela deportiva y también mucho dinero para gastar. De ahí que dentro del club se le empezara a acusar de derrochador.

La imagen de Beltrán llorando en el palco de Mestalla después de perder la final de Copa del Rey contra el Barça fue una de las últimas como presidente del Mallorca. Él mismo adujo un desgaste personal después de tres años muy intensos, pero lo cierto es que en la entidad y en la propiedad del club molestaba desde hacía tiempo lo que consideraban un excesivo protagonismo del presidente, que acaparaba minutos de radio y televisión y muchas páginas de diarios. Se marchó con la alegría de haber levantado a un Mallorca que estaba a la deriva un tiempo atrás. El presentador de televisión volvió a sus negocios y le sucedió Guillem Reynés, con un perfil más de representación.