Mecano en diez

Vaya por delante que a mi Mecano cuando apareció no me gustó nada de nada de nada. Me pareció el típico grupo gominola de Borjamaris, Almudenas, Boscos, Pelayos, Cayetanas y Rodrigos, en una época en la que ni siquiera la movida madrileña lograba penetrar en nuestra pétrea epidermis y un suave contoneo aparecía “solo” cuando sonaba “me asomo a la ventana, eres la chica de ayer” o “arde la calle al sol de poniente”. En el caserón de mi admirado Auserón.

Mi minúscula cultura musical había germinado en garitos hoy desaparecidos o desvirtuados, en los que malotes y niños bien descarriados nos iniciaban en la música anglosajona y norteamericana, en la que saltábamos sin red ni continuidad entre el “horses” de Patty Smith, “the Raise and Fall of Ziggy Stardust” del inigualable y añorado Duque Blanco, levitando con “the dark side of the moon” de Pink Floyd, o buscando el lado salvaje con Lou Reed en el patio trasero de los pubs. Everybody’s darling.

Chotis, Polilla, Luna con transbordo en Moncloa.

No es que no nos enamoráramos de la moda juvenil, coleccionáramos perlas ensangrentadas (flores pisoteadas), nos acojonáramos con horror en el hipermercado, tratáramos de imaginar dónde iban las 100 gaviotas de Erentxun, no miráramos a los ojos de la gente, bailáramos sobre la tumba de Siniestro Total, nos despidiéramos con Adiós Papá del jovencísimo Coke Malla, o nos descojonáramos con la Agüita Amarilla del irrepetible Carbonell, mientras compartíamos barra con Rosy de Palma y toda la troupe de Peor Imposible, en esa ciudad sumergida de Llop que ocupa nuestros recuerdos más entrañables y que solo volverá a las mentes dementes de aquellos que tengan la desgracia de enloquecer (médicamente) y solo recordar en el largo plazo.

Sumido en mi habitación sin saber por qué se me pasaba el tiempo con el corazón partío entre “I feel the earth, move under my feet” de la mega estilosa Carole King (Tapestry) y el “You are so vain” de Carly que aún hoy me emociona. Como no hay nada que pase, pese, pise y pose como ya puse en una ocasión, justo cuando amanecía en nuestras vidas y corazones, la música de genios como Bruce Sprinter (como dicen mentes más brillantes que las nuestras, mientras venden ropa deportiva), que aunque había publicado sus “Greetings from Ausbury Park” a inicios de los 70 no había llegado hasta nuestros jóvenes (éramos tan jóvenes) oídos hasta que Pepe Lladó lo puso en el radiocassete del Seat 128 de Miguel Juliá cuando aun nuestro futuro estaba casi por desvirgar.

Se nos abrían ante los ojos expectativas más luminosas que Las Vegas en el corazón de las tinieblas (que digo las Vegas, más luminosas que el Vigo de Abel Caballero), cuando el SIDA emponzoñó nuestras vidas llevándose por delante no solo nuestros sueños más íntimos (al bulevar de los sueños rotos) las vidas de Cassie y José Alberto entre tantos otros y una forma de pensar y relacionarse que, muy probablemente, se ha perdido para siempre (aquí quedaba bien la frase de Roy Batty, pero ya la he usado cienes y cienes de veces). Luego llegó el apocalipsis, se cambiaron los sueños (intangibles) por los planes (con hoja de Excel, fecha de inicio, KPI y objetivos) Mario Conde, la gomina… y los gominolas se hicieron con el control del universo hasta llegar al Presidential Pantone 366 T (Orange).

Hoy pasados los años, cuando las canas no solo platean las patillas, brillos mortales despuntan al alba, la fuerza del destino nos lleva a Venus en un barco, y me cuesta tanto olvidarte, sin tomar partido entre mujer contra mujer, sé perfectamente que el 7 de septiembre es nuestro aniversario, porque soñé por un momento que eras aire (oxígeno, nitrógeno y argón) y comparto con todos vosotros que no hay marcha en Nueva York (aunque lo jure Henry Ford, que llevaba criando malvas una eternidad cuando se compuso la canción), que este grupo marcó un antes y un después en el panorama musical (como reconoció Pablo “dead bullfighter” Carbonell recientemente), sé que cada una de sus prodigiosas letras (preferiblemente las de José María) abordan con sutileza los distintos temas que marcaron la generación justo posterior a la mía/nuestra (y a la que nos enfrentamos con un mohín de falsa superioridad) y aunque hay otros grupos que aúllan a la luna entre polvos picapica camino a Soria que siguen sin perforar mi negra alma de mármol de Carrara, reconozco que (es de bien nacidos ser agradecidos) que las 10 de Mecano (Mecano en diez) son la marca personal e intransferible de los Hijos de la Luna cincuentones que hoy marcan el ritmo de nuestra sociedad. Para bien o para mal (siempre nos queda Portugal).

Y que no me quiten a la bruja con tacón de aguja y a mi Cadillac segunda mano. No lo reconocía entonces, pero hoy en los días de frío intenso aún siento una punzada en la vértebra LV (desgastada por el uso y una mala conciencia postural) cuando los primeros acordes zarandean mis oídos. Placer culpable. Placer en estado puro.

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