Opinión

Federer y unos consejos para el fin del mundo

Iñaki Moure

Iñaki Moure

Ahora que los medios, los analistas y las series de televisión (qué grandes series ‘El colapso’ y ‘Apagón’, por cierto) nos anuncian el fin del mundo, lanzo a modo de servicio público una serie de consejos para afrontar el apocalipsis. Consejo uno: compre cuerdas, pilas y pastillas potabilizadoras. No sé para qué, pero es lo que hacen siempre en las películas de catástrofes. Consejo dos: cuidado con los humanos con que se cruce. Tenga en cuenta el tópico de que en situaciones así el hombre es el peor enemigo para el hombre. Y ahí está el ejemplo de los bufetes de los hoteles, donde no hay piedad. Consejo tres: no se fíe de los sótanos de casas abandonadas, donde hay un almacén repleto de galletas, vino y viandas varias. Seguro que hay un zombi acechando (alguien me objetará que no existen los zombis, y yo le contesto: «Dice eso, porque nunca ha caminado por Magaluf a las cinco de la madrugada»).

Aunque los psicólogos lo desaconsejarán y sea una solución mal vista por la sociedad, otra opción cuando el mundo se desmorona ante tus ojos es optar por evadirse, un poco a la manera de la orquesta del Titanic, que seguía tocando mientras el barco se hundía. En pleno desmoronamiento de la humanidad (con la inflación desbocada como si los precios del planeta los marcase un bar del centro de Palma), yo, si me tuviese que evadir, optaría por poner en Youtube un recuerdo de las cotas de belleza a las que puede llegar el ser humano. 

Es decir, me pondría vídeos de Roger Federer. Al ver el revés látigo del tenista suizo, su saque armónico con efecto elástico y su juego de pies supersónico, siento lo mismo que un melómano ante su grupo favorito, un amante del arte ante una catedral colosal o un ‘tronista’ de ‘Mujeres, hombres y viceversa’ ante la última edición de ‘Supervivientes’: me emociono. 

Ahora que el tenista suizo se ha retirado -otro elemento a añadir a las catastróficas noticias que componen este fin del mundo inminente-, vale la pena dejar algunas reflexiones para los amantes de las clasificaciones resultadistas para determinar quién es el mejor de todos los tiempos. Federer no ha sido el tenista que ha ganado más partidos (Connors venció en 1.557 encuentros y el suizo ocupa la segunda posición, con 1.526); tampoco es el líder en grand slams (22 lleva Nadal y 21 Djokovic, por 20 el suizo); ni el que más semanas ha estado como número uno (Djokovic es el primero con 373 semanas). «¿Lo ves? ¡No es el mejor de la historia!», me podrán volver a objetar. Y yo les volveré a contestar: «¿Y?». 

Al igual que al que alucina con los ‘Rolling Stones’ le importa poco si es o no el grupo que más discos ha vendido, al que le apasiona Federer disfruta de él sin más. El suizo elevó el tenis a niveles nunca antes vistos en este deporte, aunando técnica, precisión, competitividad y elegancia, como ningún otro, y todo ello durante dos décadas, en las que barrió a varias generaciones. Además, protagonizó uno de los retornos más brutales de la historia del tenis, ganando en 2017 el Open de Australia tras su primera operación importante, a una edad en que cualquier tenista pensaría en el retiro. Así que ya me pueden venir la guerra mundial Z, las tertulias apocalípticas y la escasez de papel higiénico, porque, mientras tenga a Federer, pensaré que la humanidad tiene esperanza.

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