Siete años y tres meses han pasado desde que Rafel Nadal y Novak Djokovic se enfrentaron por primera vez. Aquel 7 de junio de 2006, con 20 años recién cumplidos el mallorquín, 19 el serbio, difícilmente podían imaginar ambos tenistas que iban a jugar el primero de, con el del lunes, 37 partidos -y los que les quedan-, en lo que ya se ha convertido en una de las rivalidades más durareras no solo del tenis, sino del deporte.

Nadal y Djokovic se han visto en todas las superficies. En tierra, en hierba y en pista dura, en finales, semifinales y cuartos, con lluvia y con sol, pletóricos físicamente y renqueantes. Se conocen de memoria, como no puede ser de otra manera. Sus manías, sus mejores golpes, sus debilidades. Y, desde que el balcánico dio el paso definitivo para ponerse a la altura de Nadal y Federer, los enfrentamientos han sido a cara de perro, sin concesiones. Aquel 7 de junio de 2006, en los cuartos de final de Roland Garros, el manacorí logró la primera de sus 22 victorias sobre el serbio. La consiguió de manera atípica, con un doble 6/4 en los dos primeros sets y abandono del balcánico en el primer juego del tercero. Era todavía un Djokovic por hacer, un joven de 19 años que era un proyecto de lo que iba a ser. Era endeble mental y físicamente, muy diferente de lo que es ahora, un ´animal´ sobre la pista, que nunca da su brazo a torcer ante ningún rival.

La primera de sus diecisiete finales llegaría el 18 de marzo de 2007, en Indian Wells. Volvió a imponerse Nadal por 6/2 y 7/5 en lo que fue el decimooctavo título de su carrera. En aquella final cortó una sequía que duraba 252 días, doce torneos seguidos sin ganar. Demasiado para el que por aquel entonces, como ahora, era el número dos del mundo.

La primera derrota del mallorquín llegaría al torneo siguiente, en Miami. Cayó en los cuartos de final por un claro 6/3, 6/4. Fue un primer aviso de lo que era capaz de hacer un tenista con una clase excepcional, rocoso en el otro lado de la pista, con una fuerza descomunal y con una derecha que empezaba a ser infalible.

Pero llegaría la temporada de tierra, y se vieron las caras en el Masters 1.000 de Roma, con una clara victoria de Nadal por 6/2 y 6/3. Igualó ese día el récord del mítico John McEnroe de 75 victorias consecutivas en una misma superficie. El norteamericano en pista sintética, el mallorquín en tierra.

También se han visto las caras en hierba. La primera vez, en la final de Queen´s, previo a Wimbledon, ganado por Nadal. Pero el gran duelo sobre hierba entre ambos jugadores se produjo en la final de Wimbledon de 2011. Djokovic, en el mejor año de su carrera hasta el momento, se impuso en cuatro sets. Era la quinta derrota consecutiva de Nadal ante su gran rival y la primera final de un grande que el mallorquín perdía ante un jugador que no fuera Federer.

El gran partido

Pero si hay un partido entre estos dos monstruos de la raqueta que es recordado por los aficionados es el que protagonizaron en la final del Abierto de Australia de 2012, la más larga en la historia de un Grand Slam, 5 horas y 53 minutos de una dura batalla librada en cinco inolvidables sets. Este partido iba a suponer un punto de inflexión en los enfrentamientos entre ambos. Tras encajar su séptima derrota consecutiva ante Djokovic, Nadal cambiaría la tendencia y empezarían a llegar las victorias. El rostro de los dos jugadores al término del partido lo decía todo. Agotados física y mentalmente, se ganaron el reconocimiento de un público entregado al espectáculo que acababa de presenciar.

Con 27 y 26 años, Nadal y Djokovic aumentarán la impresionante cifra de 37 partidos. El lunes superaron los 36 que protagonizaron los inolvidables Ivan Lendl y el norteamericano John McEnroe, dos jugadores que no sentían simpatía uno por el otro, precisamente. También míticos fueron los duelos entre el checo y el genial Jimmy Connors, un jugador que ofrecía espectáculo fuera quien fuera el rival que tuviera delante. Todos estos enfrentamientos ya son historia pasada del tenis. Los Nadal-Djokovic historia viva, presente y futura. Un duelo para la eternidad.