El camino no es fácil, ninguno lo es, pero parece llano al menos hasta semifinales. Aún más sencillo parace para el Barça, con el que, previsiblemente, el Mallorca debería disputar el pase a la final.

Claro que antes se interponen el Almería, a saber si el de Lillo o cualquier otro dadas las circunstancias y el Deportivo, potencial verdugo del Córdoba, del que cabe suponer Laudrup y sus jugadores ya han aprendido lo que necesitaban saber.

El bombo es tan sabio que el único emparejamiento entre los grandes que ha hecho aflorar en octavos es del Valencia con el Villarreal. La eliminatoria del Atlético con el Espanyol podría resultar igualada, pero sus grandezas pertenecen en ambos casos al pasado por mucho que les duela e intenten vivir de su historia.

Aquí lo malo es la competición en sí misma. Un torneo que nace viciado por las prebendas reservadas a los equipos más poderosos y a los más débiles sólo les regala la posibilidad de una recaudación jugosa a modo de lotería. Por si fuera poco, el premio concedido al futuro campeón es el de una plaza en la competición europea de segundo orden, que no sirve de mucho a los modestos, si la UEFA no les rechaza por morosos, y de nada a los elitistas.

Este año la Copa llega a casa por Navidad, como el turrón y en vísperas de Reyes, como los juguetes. Esperemos que el primero no se indigeste y los segundos vengan con las pilas.