La última noche del año es la de las fiestas en la Fórmula 1. En Abu Dabi, treinta grados y un sol de justicia, se cruzan buenos deseos para la Navidad entre colegas que no se verán por lo menos hasta enero. Los hoteles de Yas Marina, al pie del circuito que descabalgó a Alonso del Mundial, llenan sus garitos de música y baile. Red Bull reventó la discoteca del Park Inn para adorar a su ídolo Vettel, el campeón más joven de la historia, 23 años y cuatro meses. Sólo una ausencia entre el jolgorio general. Nadie de Ferrari divirtiéndose. Cancelada la fiesta que aguardaba a Alonso y su tercer Mundial, de la que los pocos enterados no habían soltado prenda en todo el fin de semana.

El asturiano pasó una mala noche, la más triste desde que está en las carreras. Se refugió en su círculo íntimo, el que siempre le ha sido fiel. Cena ligera para pasar el trago, con su representante, Luis García Abad, sus dos fisioterapeutas, Edo Bendinelli y Fabri Borra y la visita posterior de Andrea Stella, ingeniero de pista del nuevo subcampeón del Mundo. Conversaciones breves, caras largas y temas banales para desviar la tensión. No había quien animara al piloto, aunque al final hasta sonrió con la escena divertida de una de las mesas españolas.

El asturiano anhela un coche dominante, porque está convencido de que con mucho menos de lo que tenía Red Bull podría haber estado en lo más alto. Nadie de la Scuderia salió esa noche menos Felipe Massa. Cantó bossa nova con Barrichello, pese a la enorme decepción de toda su escuadra.