Una de las primeras cosas que se aprenden en el mundillo del fútbol es que el vencedor siempre elogia al perdedor, una hábil estrategia con la que sube el valor de su victoria. No tarda uno en darse cuenta de que tras la frase "es el mejor equipo que ha pasado por..." se esconde el triunfo local sin que uno tenga necesidad de preguntar el resultado. Así es que muchos equipos regresan de sus viajes con las alforjas vacías pero contentos por la buena imagen ofrecida. En fin, un pobre consuelo porque lo único importante es el resultado y no la sensación que se deja.

sin musas. Una lectura superficial del primer partido del siglo de cada año induce a la convicción de que el Real Madrid no fue inferior al Barça, que es lo que algunos hinchas mediáticos pretenden demostrar, pero la realidad se resume en un axioma sólo discutible desde el fanatismo y es que mientras Guardiola se puede permitir decir a sus jugadores "salid y haced lo que sabeis", Pellegrini no encuentra otra filosofía que la de "salid y haced lo que debeis". Y nadie puede poner en duda que el efímero líder merengue cumplió a rajatabla con su deber, se entregó al máximo, tuvo sus oportunidades que no supo aprovechar, pero cacere de algo sin lo que el talento termina por abandonar al artista: inspiración.

humildad y prepotencia. Hoy por hoy, la plantilla merengue no resiste una comparación hombre a hombre con la de su eterno rival. Salvo en la portería, pierde en todas las líneas porque, entre otras cosas, las rutilantes estrellas blaugrana aparecen cuando se las necesita y trabajan por y para el conjunto, todo lo contrario del paisaje que dibuja el vestuario blanco, en el que los astros de noventa millones se borran de compromisos al primer soplo de viento en contra y cuando ocupan el primer plano lo hacen en solitario y con poco sentido de la solidaridad. El espectáculo no consiste en ver hacer a Messi aquello de lo que es capaz, ni la filigrana inútil de futbolistas a los que se supone, además de sus cuentas millonarias, una técnica prodigiosa. Lo realmente impresionante es ver al argentino robar el balón, esconderlo entre sus botas como si acunara a un bebé y retenerlo el máximo tiempo posible porque es consciente que de eso dependen tres puntos que sus compañeros defienden con uno menos. La humildad del sabio enfrentada a la prepotencia del ignorante.

distinta pegada. A Cristiano Ronaldo, demos nombres por fin, no le hemos visto jugar un buen partido contra el Barça ni una sola vez. Ni siquiera en la final de la Liga de Campeones, con todo un equipo, el Manchester, jugando para él. Si, por añadidura, le ponen de delantero centro y, por lo tanto, sin espacios abiertos por los que explotar su velocidad, he ahí uno de los focos del incendio madridista. El otro es tan sencillo como analizar la diferencia de pegada. A uno le basta con llegar una vez y el otro necesita cuatro antes de poder pensar en que uno de sus obuses traspase la línea de meta.

claves de sol y de fa. El Barça y el Madrid hablan idiomas futbolísticos diferentes. Véase que uno, sin hacer ni mucho menos el mejor de sus partidos, ganó al otro que, seguramente, llevó a cabo una de sus máximas actuaciones a lo largo de las doce primeras jornadas de liga. Dicho sea desde el análisis más incoloro posible, incluso inodoro e insípido. O sea, más claro agua.