El voleibol español era absolutamente anónimo en el plano internacional hasta que el 8 de julio en Portimao (Portugal) consiguió su primer gran título, al ganar la Liga Europea, competición a la que se había autoexiliado años atrás buscando un punto de apoyo para su relanzamiento.

La Liga Europea significó para España el aldabonazo de salida hacia el éxito y el refrendo moral que necesitaban sus jugadores para poder competir con cualquiera.

Todo esto se vio plasmado en el campeonato de Europa que se celebró en Rusia en el mes de septiembre. La selección, arropada por su primer gran éxito, creyó en sus posibilidades y aprovechó el anonimato para sorprender a todos sus rivales.

Andrea Anastasi, el seleccionador italiano de España, supo transferir a sus jugadores una fe inquebrantable en la victoria, fueren cuales fueren las circunstancias y el marcador.

La selección española ganó todos los partidos en Rusia, incluida la gran final en Moscú, ante el equipo anfitrión apoyado por más de diez mil aficionados; vengando, de alguna manera, la victoria rusa en Madrid, el mismo día, en la final del Eurobasket.

"Hemos rozado el cielo con la punta de los dedos", declaró Anastasi a EFE nada más conseguir el título en la capital rusa. "No somos el mejor equipo, ni tenemos a los mejores jugadores, pero hemos ganado a un equipo mejor, con la gente y los árbitros en contra. España ha demostrado que con trabajo se puede conseguir todo", añadió el técnico italiano.

España, la selección número veinticuatro del ránking mundial entraba por méritos propios en el olimpo de los vencedores y refrendaba y daba valor a la Liga Europea conseguida apenas dos meses antes.

Con el título de campeón de Europa en el bolsillo, el balance del año ya era increíble, pero todavía faltaba un nuevo giro de tuerca.

El título continental abrió a definitivamente las puertas internacionales para la selección española y pudo participar en la Copa del Mundo, que se celebró en distintas ciudades de Japón, del 18 de noviembre al 2 de diciembre.

Anastasi dejó a España y la nueva campeona de Europa se convirtió en el rival a batir por los tradicionales equipos de vanguardia del voleibol mundial.

La selección tropezó en sus primeros partidos y cundieron los nervios, quizá porque se pusieron unas espectativas demasiado elevadas -conseguir una de las tres primeras plazas que daban acceso directo a los Juegos Olímpicos de Pekin-, pero se supo rehacer.

El quinto puesto final conseguido en Japón significó aterrizar definitivamente en la elite internacional y demostrar que ni la Liga Europea ni el campeonato de Europa habían sido fruto de la casualidad.

La Federación internacional (FIVB) certificó todo esto al publicar el ránking mundial con España en la sexta plaza.