Roger Federer está preparado para vivir una pesadilla, a la que le someterá Rafel Nadal desde el primer punto del partido. El mallorquín, piernas ágiles, cabeza fría, corazón de hierro, sabe que una de las claves para ganar al número uno del mundo pasa por insistir en su punto más flojo, si es que tiene alguno, el revés. Nadal, que ha ganado siete veces al suizo, se ha impuesto por su mayor agresividad, por no dejar jugar a su rival, por lograr que los partidos sean una película de terror para el helvético. Y atacando constantemente el revés de su rival, con pelotas altas que provoquen que deje libre su zona de derecha. El último precedente, la final de Hamburgo, el pasado 20 de mayo, apenas cuenta. Nadal llegaba a ese partido agotado física y, sobre todo, mentalmente, después de jugar tres finales consecutivas, las de Montecarlo, Barcelona y Roma. Además, el encuentro era a mejor de tres sets. Hoy es a cinco.

Federer, que ante Davidenko mostró que es humano -el ruso tuvo opciones serias de ganar cada uno de los tres sets, dos de ellos resueltos a favor del suizo en la muerte súbita-, es consciente de que sólo hay una forma de imponerse al mallorquín: siendo más agresivo que él -lo que no es fácil, entre otras cosas porque la combatividad no es uno de sus puntos fuertes- y rezar para que el de Manacor no tenga un buen día. Sólo así podrá conquistar por primera vez el único grande que le falta, Roland Garros.