Roger Federer afronta esta tarde, a partir de las 13 horas, un trámite. O al menos eso es lo que dice la historia de los enfrentamientos entre el suizo y el ruso Nikolay Davidenko. Ocho veces se han visto las caras en la pista, y otras tantas derrotas para el número cuatro del mundo ante un jugador que debe ver un fantasma cada vez que se enfrenta al número uno mundial. Toda la fuerza, la entrega, la roca que es cada vez que se enfrenta a un jugador que no es Federer, se vuelve blando, endeble, un jugador mediocre cuando es el suizo a quien tiene delante.

Desde la final de Roland Garros perdida ante Nadal el pasado año sólo piensa en la revancha, en conquistar los cuatro Grand Slam -si alza la Copa de los Mosqueteros el domingo habrá ganado los cuatro grandes de forma consecutiva, aunque en diferente año-, hito que le convertiría ya, sin ninguna duda, en el mejor tenista de todos los tiempos. Sólo piensa en la final, en tener delante a Nadal y en derrotarle como ya hiciera en el Masters de Hamburgo el pasado 20 de mayo. El grito de desahogo que pegó al conseguir el punto definitivo fue clarificador del peso que se había quitado de encima. No sólo había roto la racha de 81 victorias consecutivas sobre tierra de su gran rival, sino que le había derrotado por primera vez en su carrera sobre el polvo de arcilla. Ahora ya cree posible vencer a su único gran rival en el circuito, ante el que puede perder si no exhibe todo su potencial. Las derrotas, por dos veces, ante Cañas, y una ante Volandri, en Roma, hay que calificarlas de mero accidente. Cañas, que es uno de los jugadores que más se parece a Nadal en su forma de jugar, se le atraganta al suizo, que en este 2007 no ha sabido cómo meterle mano. Davidenko sólo le superó en cuartos después de tres horas de dura lucha.

Infalible

Federer llega a las semifinales sin haber dado signos de flaqueza. Sólo ante Robredo tuvo "un eclipse", como tituló L´Equipe, al perder el segundo set de forma contundente, 6/1. El resto, coser y cantar.

Más o menos como Davydenko, que únicamente lo pasó mal en su partido de octavos ante el argentino Nalbandian, ante el que cedió el tercer set. Pero el ruso, que se las hizo pasar canutas a Nadal en las semifinales de Roma, cayendo tras casi cuatro horas de partido, sabe que todo lo que ha hecho hasta ahora en París es papel mojado. Lo bien que lo haya podido hacer no le servirá de nada ante un jugador que le tiene tomada la medida. El 8-0 en contra es para desmoralizar a cualquiera. Incluso a un hombre que, si por algo pasa, es por ser de hierro. Un peso pesado del tenis que nunca se rinde. Sólo ante Federer, su auténtica ´bestia negra´.