No voy a convertir la continuidad de Cúper en un culebrón. Tengo muy clara mi opinión sobre dónde empieza y donde termina su responsabilidad en la situación del equipo y ya la he manifestado en estas páginas con más que suficiente amplitud. Sólo añadiré que si el ejercicio es el de buscar culpables, incluso antes de analizar los hechos con un mínimo de seriedad y rigor, entonces los jugadores, la secretaría técnica, el Consejo de Administración y Vicenç Grande deben sentarse en el mismo banquillo de acusados. En este sentido, la proclamación de su confianza en el técnico es lo más sensato y coherente de cuanto hemos podido ver y escuchar en estas últimas y convulsas semanas. No sé si es lo más acertado, pero si lo más congruente.

Zanjado el asunto, busquemos un ángulo más despejado para no perder la perspectiva. El árbol de las posibles equivocaciones del argentino, como el de las mejorías incontrastadas o la idolatría precipitada, no nos puede ocultar la espesura del bosque.

Un equipo de fútbol, como cualquier otro cuerpo sólido, precisa una columna vertebral en torno a la que apoyarse. Un portero, el centro de la defensa, con un medio que mande y un delantero que la enchufe, componen la espina dorsal de un conjunto. Aquí llevamos dos porteros en ocho partidos, hemos agotado a todos los centrales, no hay nadie que la mueva y no la enchufa ni Edison, que inventó la electricidad.

Cuando uno se enfrenta a esa realidad tiene que buscar otros recursos, tiene que correr más, presionar más, luchar más. Suplir la ausencia de una virtudes con otras. Media docena de equipos de Primera División no son, hombre por hombre, mejores que el Real Mallorca ni cuentan con entrenadores mágicos, incluyendo al líder Getafe, pero sacan mejor partido de sus recursos.