Sigo sin dar crédito a bastantes cosas de las que oigo estos días a propósito del encuentro del domingo pasado entre el Mallorca y el Racing. Es un buen síntoma, porque significa que mi capacidad de asombro se mantiene intacta y si me sorprendo es que estoy vivo.

El mismo Cúper se extrañaba ayer de que las lanzas se hayan convertido en cañas cuando el equipo apenas ha hecho nada. Un tercio de partido encomiable y los dos restantes muy deficientes no debieran justificar pronunciamientos tan arriesgados como los que se están dando.

Contando con la evidente elevación de Lampros a los altares sin haber acreditado milagro alguno, ya hemos beatificado a Tuzzio y Jonás sin haberles visto más que en un partido, por cierto, ante la peor delantera de primera división en las siete primeras jornadas de liga.

Se pueden reconocer mejores formas en el Mallorca que cedió un punto a los cántabros que al que sumó otro en Getafe, aunque media un abismo entre el juego que despliegan los de Schuster respecto al que muestran los discípulos de Manuel Preciado. Pero, en conclusión, nada como para tirar cohetes ni para rebajar un solo ápice la preocupación que albergamos desde el 28 de agosto.

El Mallorca necesita dar un salto cualitativo pero, además, debe buscar una regularidad que no tiene ni en el transcurso de una sola batalla ni, mucho menos, en el conjunto de la guerra. Pasa del máximo al mínimo esfuerzo, del todo a la nada y de la euforia al pesimismo con una facilidad pasmosa y son esos dientes de sierra los que generan dudas e inseguridad. Es lo mismo que les sucede a muchos de sus jugadores y, por lo tanto, al colectivo. De ahí que sea más prudente esperar a ver qué pasa en los próximos encuentros antes de dar por bueno un examen sin que los alumnos hayan entregado sus ejercicios.