El Real Mallorca ha decidido someterse, una vez más, al veredicto popular. Lo hizo al convertirse en sociedad anónima, con resultados que no hace falta recordar, y repitió en cierta manera hace un año, con una respuesta empresarial reducida a menos de la mitad de la que se esperaba.

Ahora, con una cantidad modesta de poco más de trescientos millones de las antiguas pesetas, vuelve a llamar al timbre de unas puertas que no sabemos en qué medida se abrirán, porque el calado social de la entidad mallorquinista todavía está por ver a pesar de sus ya casi noventa años de historia.

Puede que la clave solamente radique en la posibilidad de tener que rascarse el bolsillo más de lo previsto, en el temor de los compradores a tener que afrontar eventuales pérdidas o, como acaba de ocurrir, cambios accionariales. Eso explicaría el por qué las campañas de abonados o los requerimientos de la Fundación obtienen un eco jamás conseguido cuando hablamos de incrementar el capital social.

Que nadie crea que es una situación exclusiva de nuestra Autonomía. Los mallorquines, poco corrientes en nuestros defectos y demasiado comunes en nuestras escasas virtudes, no somos excepcionales en el recelo, llamémosle así, que generan los clubs de fútbol.

El Real Valladolid, el Racing de Santander, el Atlético de Madrid o Unión Deportiva Las Palmas, por citar sólo algunos ejemplos, no hallaron mayor ni mejor contestación a sus iguales o parecidas propuestas.

Ahora mismo la evolución económica del fútbol es una gran incógnita. Ni un mercado eufórico podría sostener durante mucho tiempo un sector con tan elevado riesgo para tan poco beneficio, si es que lo hay.

Ni una diferencia tan abismal entre los ingresos de los futbolistas y la capacidad de las empresas para generarlos. Ni unas reglas bursátiles al pairo de la libertad absoluta de un nuevo rico como el del Chelsea capaz de voltear las cotizaciones sin piedad y a su capricho.

Si, como parece lógico, lo que se hace es una llamada a la inversión condicionada al amor por una idea o un color, los más de veinte siglos de existencia de la humanidad han demostrado sobradamente que el dinero no entiende demasiado de sentimientos, convive ocasionalmente con la pasión, pero incluso la sobrevive. No obstante, el examen es algo más fácil que los anteriores. Quizás esta vez aprobemos.