En la Antigua Roma un general necesitaba matar a 5.000 enemigos para lograr un triunfo y poder así regresar victorioso a la capital del Imperio. De ahí que un ambicioso Julio César de 40 años, gobernador de Hispania Ulterior, no tuviera ningún escrúpulo en masacrar militarmente a unas pacíficas tribus de vetones, asentadas entre los ríos Durius y Tagus (los actuales Duero y Tajo) para avanzar en su carrera hacia el consulado. «Necesitaba además conseguir un botín con el que saldar sus deudas. Tenía muchísimas. Porque para tener influencia sobre sus tropas y para que trabajaran a su servicio tomaba prestado dinero de sus oficiales para darlo a sus soldados. Así, los ataba a todos, a unos como acreedores y a otros como deudores».

«Para él la corrupción fue fundamental y para ello necesitaba mucho dinero. Las cosas no han cambiado tanto. Heredamos los defectos, más que las virtudes, de los antiguos romanos». Lo cuenta en entrevista, a un paso del Foro y del Coliseo, en pleno centro de la Ciudad Eterna, el profesor, historiador y escritor Andrea Frediani (Roma, 1963), autor de la trilogía Dictator, con cuyo primer título, La sombra de Julio César (Espasa), se alza como el nuevo fichaje del grupo Planeta para ocupar el vacío que ha dejado otro adalid de la novela histórica, el valenciano Santiago Posteguillo.

No es casualidad que el título de Frediani (publicado en 2010) llegue estos días a las librerías españolas. Se avanza así al retorno del superventas Posteguillo, que el próximo 5 de abril lanzará Roma soy yo, inicio de una ambiciosa serie, también sobre Julio César, en el sello Ediciones B del grupo rival, Penguin Random House. Allí había publicado ya el autor de la trilogía Africanus antes de ganar en 2018 el Premio Planeta con Yo Julia, a la que siguió Y Julia retó a los dioses.

Frediani, divulgador y autor de numerosos ensayos antes de saltar a la novela, donde no ha sido menos prolífico (asegura que es capaz de escribir una en tres meses «de intensa concentración»), buceó en La sombra de Julio César, abrazando las licencias que le permite la ficción, en un aspecto poco explorado. «Grandes escritores como Max Gallo o Valerio Manfredi habían escrito sobre César. Pero nadie lo hizo sobre su amistad con Tito Labieno [su lugarteniente en la Guerra de las Galias], un hombre fuerte y dotado, que le ayudó a conquistar la Galia y a controlar el territorio porque él no podía estar en todas partes. Pero Labieno se pasó al bando de los enemigos de César enfrentándose a él porque iba en contra de la República y él quería seguir fiel a ella. Y perdió». Aunque César tenía buenas razones para iniciar la guerra civil, señala, pues «si hubiera vuelto a Roma de otra manera podía ser detenido por financiaciones ocultas en la Galia». «Mi ficción es diferente de la historia -recalca-. El motivo de la ruptura entre ellos no se conoce exactamente porque falta una última parte de los Comentarios de la Guerra de las Galias, que está mutilada».

Hay un agujero, añade, desde el final de ese, en latín, De bello gallico, donde aún son amigos, hasta el inicio de los Comentarios de la Guerra Civil (Bellum civile), los libros escritos en su mayor parte por el propio César, donde Labieno ya se ha unido a Pompeyo.

Un dictador

«Todo el mundo estuvo a la sombra de César. Fue un autócrata, un tirano. Encarnó el absolutismo en un momento de declive de la democracia romana. Se hizo elegir como dictador de por vida. Lo mataron aquellos a quienes más había beneficiado. Tenía una personalidad muy fuerte. Provocaba envidias y hostilidad», desgrana Frediani, para añadir que también era «un progresista, un noble que se acercó a la gente del pueblo, que de joven vivió en la Suburra [el barrio sórdido y popular de Roma] porque, aunque pertenecía a una antigua familia de Roma, llevaban tiempo sin ejercer cargos públicos, que eran los que daban dinero». «Personas que se endiosan como César, que se consideraba descendiente de Eneas y de la diosa Venus y estaba convencido de que solo él podía salvar a Roma de la ruina en que estaba cayendo, creo que más que amigos tienen admiradores o gente que se acerca por interés o conveniencia», opina antes de contar una anécdota que define su ambición. «Cuando tenía 33 años y era cuestor, un cargo medio, en Hispania, vio una estatua de Alejandro Magno y se echó a llorar. Al preguntarle por qué dijo: ‘Porque él a mi edad ya lo había conquistado todo y había muerto y yo aún no he hecho nada’. Soñaba con conquistar Persia, como Alejandro. Lo mataron 15 días antes de partir a aquella operación militar».

Era implacable. «Cuando una legión se comportaba de forma cobarde o le decepcionaba la castigaba diezmándola, es decir, elegía a dedo a un hombre de cada 10, los hacía pasar por un corredor que habían formado los legionarios y estos les apaleaban hasta la muerte -relata-. No habló de esa práctica en sus escritos porque quería ser recordado como un gran hombre y no con las manos manchadas de sangre de los suyos».

Las mujeres

Entre intrigas y batallas -no en vano Frediani es especialista en historia militar- aparecen las mujeres que rodean a César. Además de su hija Julia, a la que casará por conveniencia con su enemigo Pompeyo, y su segunda mujer, Pompeya, a la que acusa sin pruebas de adulterio, está su amante Servilia, madre de Bruto, futuro asesino de César, que sigue amándole pese a que la acaba «humillando». «Fue una presencia constante en su vida, siempre en la sombra, pero era mayor que él y rechazó casarse con ella. Cleopatra tenía la mitad de años que César…». Da protagonismo también a Veleda, una princesa germánica real. «De ella no se sabe casi nada y eso me permite fantasear al escribir. Cayó en desgracia y fue esclavizada. Era una mujer fuerte que quería reconstruir y reconquistar lo que había perdido».

Considera Frediani que la novela histórica «ya no es un género de nicho». Eso cambió tras la película Gladiator (2000), cuando «los novelistas entendieron que debían escribir de forma más amena y divertida», y tras «Ken Follett, que con Los pilares de la tierra abrió una nueva puerta e hizo entender que la novela histórica no es un ensayo, lleno de detalles históricos que aburren al lector, sino una novela normal, como las de detectives o románticas, pero ambientada en otra época».