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Tomás Pizá: «Es mejor que los artistas jóvenes nos olvidemos de Miquel Barceló»

El mallorquín expone en el Box 27 del Casal Solleric el proyecto ‘Fatty Lizards’, que toma como motivo pictórico las primeras expresiones artísticas en escultura de animales extintos

Tomás Pizá, en es Born de Palma.

Licenciado en Arquitectura y Bellas Artes, Tomás Pizá (Palma, 1983) es uno de los artistas jóvenes de Mallorca que ejerce la pintura con más convencimiento y base intelectual. Una de sus primeras exposiciones fue en 2009 junto a otros emergentes en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid. Le apoyó desde el minuto cero el galerista Tomeu Simonet de Addaya. Actualmente le representa en Palma Xavier Fiol y en Madrid la Herrero de Tejada. Está becado para desarrollar una obra serigráfica en los talleres de la Fundació Miró Mallorca y tiene en modo de espera otros proyectos: una muestra en el museo MARCA de Catanzaro (Italia) y una residencia artística en Nautilus Lanzarote. Es un ludita radical y lleva un David Hockney dentro.

¿Cuáles son las claves de las piezas que ha inaugurado en el Box 27?

En 2017 me fui a vivir a Londres, decidí trabajar con la ciudad, como otras muchas veces he hecho. El proyecto de los fatty lizards viene de uno de mis paseos por Londres, una amiga me dijo que cerca de mi casa había un parque de dinosaurios, me dijo que más que dinosaurios parecían lagartos gorditos (fatty lizards). Resultó que lo que tenía a la vuelta de la esquina eran las primeras expresiones artísticas en escultura de animales extintos hechas para la Exposición Universal de 1851. Empecé a investigar y la cosa fue tomando forma, los fui visitando en los años sucesivos y tomándolos como motivo pictórico. Lo que presento en el Box es una pequeña parte del proyecto, me centro en las hipótesis que tiene que hacer la ciencia a la hora de abordar el reconstruccionismo del pasado remoto. La exposición se dividirá en dos partes: una en el Box del Casal Solleric y una parte deslocalizada en el museo de Es Baluard. Tengo que agradecer a Imma Prieto su disponibilidad para este proyecto, así como a Aina Bauzà y a sus respectivos equipos.

En este proyecto vuelve a seguir las huellas de un pionero, Richard Owen. En A grecian solitude fue tras el rastro de William Beckford en su Grand Tour europeo hace 200 años. ¿Por qué siempre rescata para su pintura a estos personajes idealistas y avezados de la historia?

¿A quién no le fascina el pasado? Lo que realmente estoy haciendo es analizar la modernidad como ruina. Fíjese que siempre me condenso en el periodo que abarca desde la Revolución Francesa a nuestros días, lo que denominamos como periodo histórico contemporáneo. Más que pioneros lo que intento abordar es la figura del hombre moderno ya sea Albert Speer, Richard Owen o William Beckford. Aquí toco la idea de la obsolescencia de las ideas científicas que, son, de algún modo, ruinas contemporáneas.

En lugar de la Grecia clásica, se adentra en el mundo de los fósiles y los dinosaurios. ¿Cómo llegó a esta historia del XIX?

En realidad la tesis era trabajar con la ciudad como texto, un texto encriptado que hay que desvelar. En Londres conocí a una de las figuras más importantes de la psicogeografía,Iain Sinclair. Hasta que le conocí no sabía que yo llevaba haciendo psicogeografía pictórica desde el inicio de mi carrera. Trabajo con la ciudad, como una acumulación de capas, como si de un palimpsesto se tratara, tiene algo de arqueológico, pero si hay fósiles o no es secundario.

¿Qué ha sido del proyecto y espacio que gestiona junto a José Fiol Trastero 109?

¡Trastero es más actual que nunca! Nació como crítica a la falta de dinamismo de las instituciones. Básicamente, gran parte de los fondos que éstas consumen se va en mantenerlas abiertas. Nosotros dijimos, «muy bien, hagamos expos de nuestro bolsillo que no cuesten más de 150 euros de producción y así conseguimos tener artistas de bienal. Así demostramos que la administración está obsoleta y a años luz de cualquier iniciativa privada». Durante el confinamiento cambiamos de formato e hicimos una experiencia online comisariada por Toni Ferrer y funcionó muy bien, estamos esperando a que pase esta calamidad para seguir con más programación.

Pintura de Pizá, en el espacio Box 27 del Casal Solleric.

¿Tiene ideas para hacer exposiciones en una época pandémica?

¡Hay que ser creativos! Hicimos, también con Toni Ferrer, una experiencia acerca de exponer en el espacio doméstico, cambiar el contexto donde las obras se ven. Cogíamos una casa y la llenábamos de obras, como si se tratara de la casa de un coleccionista ficticio, le quitamos a las obras el aura que tienen en el museo o la galería, las hicimos más accesibles.

¿Le atrae el mundo digital? Muchos artistas contemporáneos basan sus proyectos en ese entorno, mientras usted mira al siglo XIX.

Yo soy un ludita convencido, a mí me interesa la ruina y, aunque parezca mentira, el punk, el low tech.

Los artistas jóvenes encadenan residencias, becas, programas de ayudas. Cuando acaba todo eso, ¿qué sucede?

Para evitar una vida de sufrimiento en el arte, hay que aceptar la dinámica de la vida del artista y entre otras cosas requiere estar un poco al loro de todo, qué becas son accesibles, qué residencias se ofertan. Eso lo vas aprendiendo con el tiempo. Entiendo que todas estas cosas están planteadas como si los artistas fuéramos a ser guapos y jóvenes siempre. Como en la obra de Huxley, los viejos no existen, parece que el futuro no existe y nadie habla de él. Tengo curiosidad por ver qué pasará cuando sea un artista de sesenta años.

«En Londres aprendí a despreciar el éxito, pensar en él resta tiempo y energía»

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Si no llega a donde desearía con 40-45 años, ¿dejará la pintura para dedicarse a otro menester?

No me planteo la vida así, me la planteé, pero ya no. Hoy en día hablar de futuro tiene una connotación diferente a la que tenía hace veinte años. Futuro ya no es sinónimo de estabilidad.

La galería Addaya ha cerrado, un espacio con el que se dio a conocer. ¿Cómo siente ese cierre?

Addaya fue mi escuela, la amistad con mi antiguo galerista sigue durando hasta el día de hoy y con él sigo discutiendo aspectos de mi obra, del mercado..., sigue siendo un poco mi mentor en esto.

En el mundo del arte ahora mismo sólo se habla de precariedad. Usted conoce otros entornos artísticos. ¿Con qué formulas se enfrentan ellos a esta situación?

El denominador común en todos lados es la obsesión del artista emergente por el éxito, un éxito que no se sabe muy bien qué es: ¿repercusión en redes?, ¿reconocimiento de tus colegas? Pocas veces éxito económico, parece que hemos tirado la toalla en ese aspecto y creo que es crucial. Creo que el punk, como movimiento de contracultura, tiene mucha vigencia hoy en día. Si algo no te gusta, hazlo tú mismo, hazlo tú misma, somos poco punkis en Balears.

Todo artista tiene su árbol genealógico. ¿Cuál es el suyo?

Si me pregunta por mis referentes miro mucho a Estados Unidos, a la pintura de transición entre el expresionismo abstracto y el pop, algunos son nombres poco conocidos aquí como Richard Diebenkorn o Lois Dodd, y es curioso ya que mi educación en Madrid tuvo más que ver con el arte político español de los 90. Es un cóctel extraño pero funciona.

«¿Exceso de intelectualidad? Yo no la veo por ninguna parte, yo veo autocomplacencia y falta de rigor»

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Desde el primer día que vi su obra, me recordó a David Hockney. ¿Se lo dicen mucho?

Esta semana ya van cinco que me lo dicen, ¡me parece un halago! Hockney es un pintor californiano, aunque nacido en Inglaterra. Como ya he dicho, un pintor que bebe de la extraña mezcla de la figuración pop y de la abstracción y quizás, en este caso, más del impresionismo y postimpresionismo europeo, lo que lo conecta con la tradición del sur de Francia y por proximidad con nosotros.

Otro aspecto de su pintura es la estrecha relación que mantiene con la arquitectura y el espacio urbano colectivo, algo que ha trabajado profusamente desde que entró en la Turps Painting Programme de Londres. ¿Qué aprendió allí?

A entregarme completamente al trabajo, a pasar olímpicamente de cualquier cosa que sea tendencia sin dejar de estar informado y a despreciar el éxito, pensar en él no sirve para nada. En Londres he visto a tanta gente calculando milimétricamente los pasos que había que dar para estar en tal lado… Es agotador y le resta tiempo y energía al trabajo.

Antes de pintar, suele llevar a cabo algún tipo de investigación. Siempre hay una historia narrativa detrás de su pintura. ¿Ha pensado en dar el salto a una pintura sin anécdota, una pintura que sólo se tenga a sí misma?

Bueno, de alguna manera ya lo hago, para mí lo que usted llama anécdota es un argumento que me estructura la obra y se ha ido aligerando con el paso de los años para permitir el paso a un lenguaje más maduro. Me interesa más el cómo que el qué, también le diré que a mi juicio los saltos no son buenos, lo bueno es no perder el ritmo.

De su generación, están Albert Pinya, José Fiol, Bel Fullana. Tià Zanoguera, del 73, es de la anterior. ¿Mallorca sigue siendo tierra de pintores?

Me sigue fascinando lo increíblemente diferente que es nuestra obra. Creo que ha habido una ruptura total con la tradición pictórica de la isla. Era fácil que la hubiera. Después de pintar almendros en flor y marinas de Valldemossa durante casi ochenta años, había que romper con ella. Sin embargo, la reconciliación con la tradición está aún por llegar. A mí se me han quitado muchos complejos en Londres, los británicos tuvieron su propia vanguardia, que fue poco vanguardista, y están tan felices, saben convivir perfectamente con su tradición, no puedo decir lo mismo de mis compatriotas, aquí casi todo pasa por el tamiz de la academia neoconceptual, aburrida y casposa.

¿Por qué ningún pintor de su generación menciona a Miquel Barceló como referente?

Barceló es de la edad de mi padre, no sé si tendrá algo que ver con la idea de matar al padre, con la idea de tener que superarle. El listón está alto, te guste o no su obra, pero es tan de los 80… que es imposible a día de hoy replicar su carrera, el contexto es otro y por eso creo que es mejor para los artistas jóvenes que nos olvidemos de Barceló.

Con la pandemia, el sistema artístico ha saltado por los aires: ferias, galerías, exposiciones, préstamos entre museos, becas, residencias. ¿Qué es lo que más ha quedado al desnudo?

La absoluta falta de relevo generacional entre los coleccionistas. Todo lo que has nombrado sólo funciona con una cosa, el público. Necesitamos una renovación urgente del público que consume arte ya sea coleccionando o yendo a un museo. Suelo preguntar a muchos amigos por qué no coleccionan arte cuando sus abuelos lo hacían, y la respuesta de siempre, «es que es muy caro», es un subterfugio. En realidad lo que me quieren decir es que es complicado y no están dispuestos a hacer el esfuerzo. Caro es irse de tardeo o viajar por viajar, y además es de una ordinariez tremenda.

Echo en falta que el arte sea algo más cotidiano y menos intelectual en estos tiempos de neoconceptualismo. ¿Podría impulsar este contexto de pandemia proyectos más próximos a la ciudadanía y menos enfocados al mercado?

¿Usted cree que hay un exceso de intelectualidad? Yo no la veo por ninguna parte, yo veo una cierta autocomplacencia por todos lados y sobre todo falta de rigor. Yo diría que lo que echo en falta es un contexto que genere contenido, que haga y exponga obra, pero que no la haga para agradar o con la vista puesta en la repercusión, sino que la haga por el gusto de hacer.

¿Cómo valora el sistema artístico en la isla y qué papel debería tener la Administración?

Últimamente he visto más movimiento y más ganas de hacer cosas por parte de la comunidad artística. Las administraciones deberían saber cuál es su sitio, no todas lo saben, se ponen creativos o reivindicativos y cometen errores. En Balears, los que de verdad saben y han puesto en marcha el arte y han hecho las grandes apuestas hemos sido los galeristas y los artistas, la administración debería limitarse a escucharnos.

¿A quién debería escuchar exactamente? El tejido cultural no es homogéneo y las administraciones deben velar por el bien común.

 En una situación ideal, no debería haber una confrontación entre lo público y lo privado, debería haber una colaboración. No es que beatifique al sector privado, pero esto es una rueda y dependemos mucho los unos de los otros. Mi crítica viene porque el sector público está muy politizado y muchas veces quiere llevar la voz cantante: haría bien en aprovechar la experiencia de los profesionales. Hablo de lo que veo en Balears, no es un manifiesto político, es pragmático. Si esta rueda funcionara, entiendo que nos haríamos más accesibles al público, crearíamos contenido y contexto.

¿Cree en la renta básica universal? También sería para los artistas.

Me reitero: lo que hay que generar es contenido para atraer al público. No hay que tirar la toalla con respecto a lo que puede hacer uno como individuo en sociedad, ahora bien hay que querer hacerlo y saber hacerlo. Por eso me refería al punk como un movimiento de contracultura que tiene respuestas muy actuales. 

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