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«Raixa es demasiado vieja»

Empresarios locales, jeques árabes, diseñadoras de élite y estafadores internacionales quisieron comprar la ‘possessió’, el regalo envenenado de Jaume Matas a Maria Antònia Munar

Raixa: Empresarios locales, jeques árabes, diseñadoras de élite y estafadores internacionales quisieron comprar la ‘possessió’, el regalo envenenado de Jaume Matas a Maria Antònia Munar

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El adusto Consejo de Europa introduce a Raixa en la red de 28 parques y jardines históricos del continente, porque ninguna institución colectiva ni personalidad individual se mantiene ajena al hechizo de la propiedad mallorquina. Es adecuado concluir que, durante el cambio de milenio, fue codiciada por todas las grandes fortunas que pisaron la isla. Y acabó siendo el envenenado regalo de bodas de Jaume Matas a Maria Antònia Munar, ambos deben maldecir todavía la transacción que sellaba su matrimonio a muerte en las elecciones de 2003.

Raixa nace para la mitología contemporánea con el rodaje de Bearn de Jaime Chávarri, a principios de los ochenta. La airosa Ángela Molina tendría derecho a reclamar un porcentaje por el enaltecimiento de la imagen de la finca, la película avalaba el trampantojo de la escalera truncada pero que en la pantalla parece descender hacia el infinito. Lauren Bacall también rodó El celo en la finca de origen árabe, en pleno fragor de la compraventa.

El magnate Christopher Skase se enamoró de la propiedad con objeto de transformarla en un resort de lujo

Mouna Al Ayoub también se prendó de la finca cuando habitaba el gigantesco yate ‘Lady Moura’

Los historiadores hablaban de la possessió del cardenal Despuig. Sin embargo, la enorme finca que se proyectaba mucho más allá de las 52 hectáreas de casas y jardines fue comprada en 1907 por Antonio Jaume Nadal. Pagó el equivalente a 18 mil euros, y la propiedad generó tensiones un siglo más tarde entre sus trece herederos, desperdigados por Mallorca y Sudamérica. La locura inmobiliaria de los años noventa arrastró a la propiedad dentro de la marea de compraventas que sacudió a Galatzó, Albarca, es Fangar o Son Bunyola, en los cuatro rincones de la isla. Las dimensiones de los jardines de Bunyola eran más modestas, pero el precio se disparó en relación a la superficie.

Las pretensiones económicas por Raixa se vieron cercenadas en 1993 por el Consell de Mallorca, que en aquel entonces no podía imaginar que acabaría con la titularidad del conjunto. La declaración de Bien de Interés Cultural golpeaba al precio, y este periódico titulaba en noviembre de 1997 que «Raixa es ofrecida al Govern para no venderla a extranjeros». Esta decisión polémica en el entorno de los herederos afloró los 850 millones de pesetas que se reclamaban por la compraventa, unos cinco millones de euros. Los partidarios de una transacción al sector público se declaraban animados por «una idea romántica, no queremos que sea cerrada a cal y canto, como tantas otras fincas, y que los mallorquines no puedan disfrutarla nunca más».

Aquella primeriza publicación permitió repasar el elenco de compradores de tronío que se habían aproximado a la familia Jaume. Por ejemplo, el magnate australiano exiliado Christopher Skase. Después de intentar la adquisición de la Metro Goldwyn Mayer, el bizarro emprendedor también se enamoró de la propiedad mallorquina con objeto de transformarla en un resort de lujo. Según los anfitriones, sus objetivos eran meramente especulativos y provocaron la secuela perversa de que desvelaron el refugio del multimillonario en el Port d’Andratx, por lo que el gobierno de Canberra exigió de inmediato la extradición del gran rival de Rupert Murdoch. Sin embargo, el refugiado estaba amparado bajo el manto que hoy se sabe omnipotente de Juan Carlos I, así que nunca emprendió el vuelo de regreso.

Skase llegó a desembolsar una opción de compra por Raixa, pero reculó tras las restricciones impuestas por la Ley de Espacios Naturales. La libanesa Mouna Al Ayoub también se enamoró de Raixa cuando habitaba el gigantesco yate Lady Moura en el Club de Mar, como esposa enjaulada del magnate saudí Nasser al-Rashid. Enamorada de la Tramuntana porque le permitía saborear los atardeceres desde la misma perspectiva que la costa libanesa y acostumbrada a corretear por sus riscos, tampoco alcanzó un acuerdo con la familia.

«Por aquí ha pasado absolutamente todo el mundo», admitían los herederos de Raixa. No faltó el tropel de alemanes que convulsionaron el mercado inmobiliario mallorquín en el cambio de siglo. También ellos atravesaron la puerta con estructura de castillete decimonónico, pero les disuadía la ingente tarea de rehabilitación. Estaban dispuestos a pagar sumas superiores por residencias menos emblemáticas, a cambio de la habitabilidad inmediata. Dos de los dueños de los más florecientes imperios mallorquines ojearon también la codiciada pieza. Finalizada la visita y del brazo de su marido, la presunta compradora descartaba la operación porque «Raixa es demasiado vieja». No exteriorizaban así la dificultad de sintonizar con las raíces de su isla, sino la alergia a su nuevo status de opulencia.

La publicación en este diario trasladó la compraventa de Raixa a la arena política. Balears estaba gobernada en aquellos años por Jaume Matas, siempre predispuesto a una operación de propaganda, así que de inmediato prometió una adquisición que fue incapaz de materializar desde el Consolat. Aseguró que disponía de una nebulosa opción de compra, que siempre fue desmentida por los herederos.

Sin embargo, el primer político que se aproximó a Raixa con intenciones decididas fue un vecino de la possessió, Gabriel Cañellas. El trece años presidente del Govern creó una fundación privada con el mismo nombre que su comunidad pública, Illes Balears. Una vez más se cumpliría la maldición de Raixa, porque aquella entidad le costaría el cargo y el banquillo al fundador del PP local, de nuevo por la interacción con otro vecino, el Túnel de Sóller.

Cañellas ofreció el equivalente a tres millones de euros por la possessió, pero la propiedad se plantó con menos de un millón de diferencia. Otra operación fallida. Tras el fracaso de dos presidents consecutivos, este periódico detallaba en 2001 la única venta efectiva de Raixa, a una ciudadana extranjera. La diseñadora alemana Jil Sander, creadora del minimalismo postmodernista de lujo, pensaba invertir en la finca mallorquina una proporción de la cantidad estratosférica que obtuvo al desprenderse de su imperio de moda y perfumería, para venderlo a Miuccia Prada.

Antes que el Consejo de Europa, Jil Sander se enamoró perdidamente de los jardines de Raixa en el trágico 11S. Los miembros de la familia Jaume que la acompañaron en sus visitas recuerdan que «nos acribilló a preguntas y examinó la finca de arriba abajo. Venía cada mes de incógnito, comía allí sus bocadillos». La modista pensaba dar rienda suelta a su pasión por el paisajismo de inspiración británica del siglo XVIII, que ya había trasplantado a una de sus posesiones en el norte de Alemania. Y estaba dispuesta a pagar por encima de seis millones de euros, la cifra más alta barajada hasta la fecha.

En una entrevista realizada con este diario en Son Sant Joan, inmediatamente después de una de sus visitas de inspección de Raixa, la elegante Sander negó tajante que albergara ningún propósito hotelero. Quería convertir la possessió en su residencia durante unos meses, patrocinar festivales culturales y abrirla a los residentes. «Estoy en condiciones de garantizar que los mallorquines podrán visitar Raixa, estará abierta a la isla». Una mujer enamorada.

Este periódico detalló en 2001 la única venta efectiva de Raixa, a una ciudadana extranjera, la diseñadora Jil Sander

Matas anunció la compra a través de la Fundación Parques Nacionales y firmó un acuerdo con Maria Antònia Munar

Siempre que se aportan los precios de Raixa, se debe concretar que la reforma iba a doblar como mínimo la cantidad abonada inicialmente. Sander entregó un cheque por tres millones de euros, la operación estaba cerrada salvo que la Administración ejecutara su derecho de tanteo igualando la oferta privada. Y aquí resurge la figura de Matas, promocionado por Matas a ministro de Medio Ambiente tras ser expulsado del Consolat por el primer Pacto de Progreso. Dotado ahora de un mayor fuelle financiero, el presidente del PP balear anunció la compra a través de la Fundación Parques Nacionales, dependiente de su ministerio y que debía ocuparla como su sede estatal.

Matas se mostró más diligente como ministro que como president. Eso sí, la cantidad se elevó finalmente por encima de los siete millones, y fue preciso que el Consell de Mallorca presidido por Maria Antònia Munar abonara la diferencia con los cinco millones que comprometía Madrid. Como de costumbre, el político mallorquín no reparaba en gastos de dinero ajeno cuando se trataba de un propósito personal, conquistar el corazón de Unió Mallorquina como socio de Govern en las elecciones autonómicas de 2003.

El entonces ministro se desplazó incluso a la sede del Consell, para entregar las arras a Munar. En un repaso superficial, se concluiría que la foto de aquel encuentro en las Navidades de 2001 no permitía presagiar que sus dos protagonistas acabarían en la cárcel. Sin embargo, una revisión más a fondo otorga un rasgo premonitorio a la imagen, la maldición de Raixa. El PP de Matas recuperó el Consolat de 2003 a 2007, con Munar inalterable en el Consell. En Madrid, Elvira Rodríguez sucedía al mallorquín en el ministerio de Medio Ambiente. Menos alegre que su predecesor con los caudales del contribuyente, se mostraba tan estupefacta ante otra de las operaciones rocambolescas de Matas, que se negó a eternizar el mantenimiento de Raixa a costa del contribuyente.

Raixa acabó en manos del Consell, para desconsuelo de los herederos que nunca perdonarán a la institución que lo declarara BIC. La reforma no alcanzó ni de lejos la ambición que pretendía Jil Sander, pero también es cierto que los propietarios alemanes de territorio mallorquín no han dado un gran ejemplo de continuidad, véase el gigantesco es Fangar. Y si el Consejo de Europa considera suficiente el adecentamiento para entroncar a Raixa con Aranjuez o la Alhambra, ¿quién se atreve a seguir hablando de maldición?

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