Daniel Higiénico es el alter ego de Daniel Soler (Barcelona, 1960), un “cantactor” que cumple 30 años sobre los escenarios contando historias, siempre diferentes, y cultivando el teatro y la literatura. Su último trabajo se llama Esperando a Robin Hood y lo presenta este sábado en el Xesc Forteza (20.00 horas), un día después de rendir homenaje a su querido Toni Reynés en Ses Voltes.

Nacido en el barrio de Sants, la música pronto tocó a su puerta, aunque tendría que esperar hasta los 30 para animarse a coger un micro. Su padre, que por las mañanas inundaba su casa con música de Nino Bravo y Machín, no se dedicó profesionalmente a la canción pero en cierta ocasión le confesaría a Daniel que “a veces salía a cantar de modo espontáneo rancheras”. Los placeres del cómic y la guitarra le llegarían por sus dos hermanos. “Empecé a tocar la guitarra con cuatro acordes fijándome en mi hermano mayor que tocaba en excursiones y reuniones de amigos. Enseguida me di cuenta que con aquellos acordes podía hacer canciones. Me metía en mi habitación y empezaba a componer, las grababa en un casete y allí se quedaban. Solo se las enseñaba a una amiga con la que compartía mi “secreto” y poco más. El problema fue que era un adolescente muy introvertido y me daba pánico cantar en público”.

Antes de pisar un escenario estuvo ahí abajo, frente a los músicos, aplaudiéndoles. “Fui muy fan. Me encantaban los conciertos, las revistas, los discos, me iba a Andorra a comprar vinilos que no se editaban en España, e iba solo, con mi mochila, y compraba para todos mis colegas... Siempre me ha gustado rebuscar discos de segunda mano”, defiende. En su retina permanecen algunos conciertos, inolvidables, como uno que dio en el antiguo Zeleste La Banda Trapera del Río, “unas máquinas bestiales”, y algún que otro festival, como la segunda edición del Canet Rock: “Estuve por ahí tirado, con los colegas y las melenas, en mi salsa, en plan hippy, una liberación. De los conciertos no recuerdo mucho ya que había un puesto de absenta”.

El espíritu hippy de Canet sigue intacto en él. Reconoce estar metido en el capitalismo “como todo el mundo, pero yo vivo con cuatro duros”, matiza. “Puedo vivir con muy poco dinero. No tengo muchos lujos, el lujo no me llama la atención. Mi equipo de música me lo regaló mi padre a los 18 y aun lo tengo, ¡suena de puta madre! No tiene sentido cambiarlo por una cosa nueva. Los bafles están hechos a mano, por un colega de mi hermano. Y también suenan bien”, subraya.

Sus primeros escritos poco tienen que ver con las letras por las que es conocido. “En la adolescencia escribía cosas bastante negras. La comicidad todavía no me había salido. Las canciones estaban bien, pero no me sentía cómodo cantando esas cosas tan profundas. A base de hacer canciones le fui pillando el humor, y ahí me siento más cómodo. Supongo que es una coraza. Me encanta hacer reír. Eso no lo cambio por nada. El humor no tiene precio, me llena mucho”. Y agrega: “En un escenario siempre me lo paso bien. Me río de mis propias gracias. Para mí siempre ha sido un juego todo esto. Como hago lo que me da la gana y no tengo ningún estilo musical puedo hacer cualquier tipo de canción. Si tengo una idea la desarrollo y me río con ella”.

En 1989 desembarcó en Palma, huyendo de una Barcelona en la que “no estaba a gusto”. Trabajaba en la Peugeot como planchista de coches y le propusieron la isla como destino laboral. “Vine por probar, para cambiar de vida”, confiesa. Un año después, su vida dio un giro, de abajo a arriba, de ejercer de espectador a convertirse en actor, en cantante. “Mi primera actuación fue en el bar S’Ombra, en el sótano, en febrero del 90. El cartel era un cartón de Winston que aun conservo. Me empujaron a cantar. Le había hecho una canción al bar. Yo vivía cerca del bar, y me hice una peña de amigos, entre ellos los dueños. Les enseñé, por fin, las canciones que tenía, y me dijeron: porque no cantas ahí abajo, el sábado. Me temblaron las piernas, por mi timidez. Pronto vi que lo llevaba dentro, reprimido, así que pedí la cuenta en el taller de coches en el que trabajaba y me dije: voy a dedicarme a esto. Tenía 30 años”.

Con la Quartet de Baño Band, que nació en el S’Ombra, dejó huella en la memoria musical de la isla, y ganó una edición del Concurs Pop Rock. “Eran conciertos peculiares, con mucha energía, aun hay gente que me los recuerda veinte años después. Eran tiempos en que se puso de moda el pop más suave y lírico. Lo que hacía yo no era punk pero tenía un punto punk. Y aun lo tengo porque soy un poco bruto cantando. Me gusta sacar las entrañas cuando canto”, admite. Por cierto, entre sus proyectos por realizar figura un disco punk. “Un punk higiénico”, aclara”.

Daniel 'Higiénico'

Este fin de semana le tendremos en el Xesc Forteza (20h), hoy, con nuevas canciones, las de Esperando a Robin Hood, un disco en el que figuran “algunas de las mejores letras que he escrito nunca”, asegura. “La idea de hacer un disco folk la tenía con Toni Pastor desde hace muchísimo tiempo. Es un sueño hecho realidad. Este disco me ha enseñado que puedo seguir haciendo música hasta que me muera, que puedo tocar todos los palos y hacer lo que quiera”.

Tocado por el adiós de Toni Reynés, siempre recordará el día en que le conoció. “Fue trabajando yo en el S’Ombra. Me entró un tío rockero, con patillotas y chaqueta de cuero, y me dijo: oye, que me he enterado que tocas este sábado en Deià. Yo te puedo dejar un ampli para que suenes de puta madre. Sin conocerme de nada. A partir de ahí... me montó una banda para ensayar en su local y acabó siendo el padrino de mi hijo”.