Ni Claudio Tolcachir, escritor y director de La omisión de la familia Coleman, ni ninguno de los intérpretes y colegas que participaron en el proceso de creación de la obra imaginaron que, trece años después de su estreno en el espacio Timbre 4 de Buenos Aires -en 2005-, este texto seguiría en cartel. El año pasado tenía que ser la última gira, pero la demanda obligó al elenco y a la compañía a continuar ofreciendo funciones. Y así aterrizan el próximo viernes, 9 de noviembre, en el Teatre Principal de Palma, a las 20 horas, con una única función. Aunque para ellos subir al escenario a defender el texto de Tolcachir, más que una obligación, es un placer. "Estamos al servicio de la obra. El texto está muy trabajado y muy cuidado. Nos encanta representar esta historia, sino no se explicaría que aun andemos de gira. La amamos e intentamos mantenerla viva".

Así lo explica el actor Fernando Sala, que se mete en la piel de Marito, un personaje del que el público rara vez puede apartar la mirada, en un encuentro con DIARIO de MALLORCA en los Teatros del Canal de Madrid, momentos antes de una de sus últimas funciones en la capital, el pasado viernes, 2 de noviembre. Le acompañan los también intérpretes Cristina Maresco, que defiende el papel de la entrañable Abuela, el sustento de la familia, y Jorge Castaño, el doctor Eduardo en la obra, personaje que encarna desde los inicios de este título, convertida ya en uno de los éxitos más relevantes del off porteño -el teatro alternativo de Buenos Aires-. Otro de los actores que representan el texto de Tolcachir desde el principio es Diego Faturos, que encarna a Dami. Completarán el reparto de la función en el Teatre Principal Macarena Trigo, en el papel de Gabi; José Fezzino, como Hernán, el chófer de Verónica; Candela Souto Brey, como Verónica; y Adriana Ferrer, que se pondrá en la piel de Memé.

Los personajes están muy bien definidos, algo que permite que cada uno de los intérpretes brille y se luzca sobre el escenario. Sin embargo, es el conjunto lo que es es explosivo y adictivo. Algo que el elenco tiene claro: "La diva es la obra", apuntan. Y ellos se entregan a ella.

Entre el riesgo y el magnetismo

La omisión de la familia Coleman tiene su riesgo, y sus intérpretes son conscientes de ello. "La propuesta no está definida. No puedes decir que vas a ver una tragedia o que vas a ver una comedia. Trabaja distintos lados. A veces la risa se instala muy rápido, otras veces tarda más", comenta Sala. El veterano Jorge Castaño lo ilustra con algo que ocurrió en los primeros pases de la obra, en Buenos Aires: "Algunas veces, justo al principio de la función, había gente que ya se estaba muriendo de la risa, mientras que otros pensaban ¿y este de qué se está riendo? Esto pasa porque hay humor negro, el texto transita por lugares peligrosos. Hay lecturas livianas y otras más profundas", concreta Castaño. No obstante, todos coinciden en que esta dramaturgia tiene la capacidad de, antes o después, atrapar al espectador. "Cuando entras en la historia, acompañas a los personajes durante la hora y cuarenta minutos que dura la obra. Necesitas saber qué les pasa y, sobre todo, cómo acabarán. El público empatiza mucho con ellos", advierte Sala. "Siempre decimos que en cada familia hay un Coleman, porque todo el mundo relaciona a algún personaje con algún familiar, más allá de que sea simplemente una propuesta teatral", comenta Maresco.

Quizás esta empatía sea el secreto que ha hecho que el texto de Tolcachir se haya convertido en un auténtico fenómeno y haya funcionado en lugares tan dispares como China, Alemania, Francia, Bosnia, Estados Unidos o Brasil. "Gente que habla diferentes idiomas ha visto la obra con subtítulos, de diferentes clases sociales€ Y siempre sucede que hay una identificación del espectador muy fuerte con los personajes", reflexionan. Aunque parezca imposible, aunque sea desesperante, la familia disfuncional, excéntrica y absurda de Tolcachir tiene un magnetismo que solo conocen aquellas personas que hayan asistido al teatro a contemplar el viaje hacia la desintegración de este núcleo familiar. Esto es a lo que se va cuando se elige ir a conocer a los Coleman.

"No se ha tocado ni una coma"

Después de trece años, cambios actorales y haber representado la obra, que se ha subtitulado en ocho idiomas, en 22 países, los intérpretes señalan que el texto "no ha cambiado nada, no se ha tocado ni una coma". Castaño argumenta que "el texto está para respetarlo". Además, algo que caracteriza la obra es el ritmo que marcan los diálogos. Sigue hablando el veterano: "Hay una música, un ritmo que hay que mantener porque así está pensado. No se puede modificar. Lo único que pasa a medida que compartes tiempo con tu personaje es que tu relación con él toma otra densidad, se vuelve más profunda porque vas entendiéndole mejor", relata. "La omisión de la familia Coleman es un regalo para el espectador. Te permite reír y profundizar a la vez, sin artificios ni grandilocuencias", apunta Sala. Al final, la desoladora vida y los vínculos caóticos de sus personajes invitan a entender que "la familia es familia", con todo lo bueno y todo lo malo.