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La vuelta de el caso Moro

La serie producida por la RAI devuelve a la actualidad el secuestro del presidente de la Democracia Cristiana y los 55 días más largos de la historia de Italia

Aldo Moro.

Aldo Moro. / THE OBJECTIVE

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Al democristiano Aldo Moro, jefe de gobierno de Italia en dos etapas, en las décadas de los sesenta y los setenta, lo secuestraron en 1978 las Brigadas Rojas y, tras casi dos meses de cautiverio, su cadáver fue hallado en el maletero de un coche en pleno centro de Roma. El 9 de mayo se cumplirán 45 años. En realidad, Moro fue considerado hombre muerto desde el primer día. Su amigo el ministro del Interior, Francesco Cossiga, que había permitido su demolición personal, se convertiría en presidente de la República a propuesta de la Democracia Cristiana, con el asentimiento de los comunistas. Moro, como solía contar el periodista Indro Montanelli, era un general que buscaba evitar la derrota rindiéndose casi siempre antes de librar la primera batalla. Pactista, pensaba que la única forma que tenía la Democracia Cristiana de mantenerse en el poder era ofreciéndole al PCI una alianza bajo manga con la excusa de que repartirse el gobierno estaba mal visto entre algunos de los grandes poderes fácticos. Por eso, como líder de su partido, trataba de entenderse secretamente con Enrico Berlinguer. Generales y mandos de las fuerzas del orden público le odiaban por su estrategia de pactar con el comunismo.

En realidad, a Moro le querían muerto muchos democristianos y los propios comunistas, y entre todos firmaron su sentencia. Los primeros haciendo ver que había perdido la razón, para no tener que ceder ante los secuestradores; los segundos, por el temor a que con su liberación las Brigadas Rojas adquiriesen un cariz político como interlocutoras y les arrebatasen protagonismo dentro de la izquierda. Berlinguer fue quien más taxativamente se negó –como más tarde contaría el líder del Partido Republicano, La Malfa, a Montanelli– a hacer de la vida de Moro moneda de cambio en una negociación que habría llevado a los brigadistas a ser reconocidos como una entidad política, además de militar. El PCI empezó siendo indulgente con el terrorismo y acabó siendo el partido más intransigente con él; el que más se manifestaba en su contra y exigía mayor firmeza al Estado. Moro, liberado por medio de una capitulación, no le servía de nada. Berlinguer no era Palmiro Togliatti pero tenía la suficiente agudeza para adivinar ciertas cosas. Finalmente, en la organización terrorista se impusieron los miembros que apoyaban la muerte de Moro a los que preferían la estrategia de liberarlo, para que una vez libre se volviese contra la DC, el partido que hasta entonces había dirigido, por su falta de respaldo. El papa Pablo VI al que le unía un fuerte vínculo religioso, terminó también rindiéndose ante «la razón de Estado». El Santo Padre moriría en agosto de ese mismo año.

El agónico secuestro de Aldo Moro marcó uno de los períodos políticos más convulsos de la historia de Italia. Como escribió Giorgio Vasta en El tiempo material, Moro debía morir cada día pero no moría nunca, era mantenido con vida por las palabras. Por la respiración entrecortada de Andreotti, de Zaccagnini y la de Cossiga, como cuando se juega con una pompa de jabón y se la mantiene en el aire dirigiéndola desde abajo con soplidos, dándole nueva fuerza si planea peligrosamente, apartándola de un canto y al tiempo, con el soplido, deformándola. Algunos miserables presentaron como un guión del secuestro las analogías que guarda con la novela Todo modo, de Leonardo Sciascia, publicada en 1974 y llevada al cine por Elio Petri dos años más tarde. La profecía de la ficción que anticipó la realidad, o la realidad como una especie de proyección de las cosas imaginadas, que dijo Sciascia, no sirvieron, en cualquier caso, para arrojar luz sobre el misterio y el martirio de Moro, que había llegado a ver el peligro en la inestable fragilidad del poder. El propio Sciascia escribiría más tarde en El caso Moro y también en Negro sobre negro acerca de la lucidez y la coherencia del presidente de la Democracia Cristiana, al que sus compañeros de partido querían presentar como un hombre fuera de sí por las cartas que escribía desde «la cárcel del pueblo» implorando su liberación, cuando siempre, hasta el momento de convertirse en víctima, había sido el primero en defender el intercambio de prisioneros entre el Estado y los subversivos. ¿Por qué tendría que pensar diferente cuando después le tocó a él? No era que se hubiese olvidado de ser un hombre de Estado, sino que ese era el hombre de Estado en el que creía.

La televisión nos devuelve a la actualidad «el caso Moro» y los cincuenta y cinco días más largos de la República de Italia con la extraordinaria miniserie de seis episodios de Marco Bellocchio, producida por la RAI, y que se puede ver en la plataforma Filmin. El mejor thriller político.

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