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Crónica

Homenaje a París

Libros que permiten conocer la trastienda histórica que esconde la Ciudad de la Luz, recientemente atacada por la barbarie terrorista

Parisinos rindiendo homenaje a las víctimas de los atentados terroristas.

París, la capital del mundo, con permiso de Nueva York. La ciudad también eterna. Capital de la libertad, escenario de revoluciones, protagonista de ellas. París, siempre en vanguardia, mucho más que una ciudad: una forma de ser, un estilo de vida.

Pero existe otro París, desconocido para el turismo. La ciudad descrita por dos de sus máximos amantes: Léon-Paul Fargue y Jean-Paul Clébert. Vividores, paseantes, libertinos, irrepetibles. Al primero le debemos El peatón de París, una obra maestra del arte del paseo, de la sagrada astucia de la mirada literaria, de la comunión de un cuerpo con las calles de su barrio. Con Clébert estamos en deuda eterna, impagable. Autor de París insólito, un libro de culto sobre los suburbios y las miserias de la capital francesa, su deambular errático por las calles prohibidas de la ciudad es hoy un clásico de su tiempo, una oportunidad extraordinaria de echar un vistazo a los rincones más ocultos de la ciudad incandescente.

Léon-Paul Fargue nació en 1876, y frecuentó a literatos, científicos e intelectuales de la época, desde Alfred Jarry a Pablo Picasso, sin olvidar ni menospreciar a Erik Satie o Pierre MacOrlan. Precisamente en una cena en el oportuno restaurante parisino Le Catalan, con Picasso y otros artistas, sufriría en 1945 una hemiplejía que le anticipó la muerte, ocurrida dos años más tarde. Aficionado a la poesía, dotado de enorme simpatía y gran capacidad de observación, la consagración le llegó a finales de los años treinta, de la mano de dos libros dedicados a París y a su Distrito X, donde vivía. Ya colaboraba por entonces con periódicos y revistas, pero no sería hasta El peatón de París (un rotundo éxito de ventas y de crítica, escrito en 1938).

Leer El peatón de París requiere de tranquilidad y butaca. El autor narra con asombroso amor sus paseos y su vida cotidiana, amenizada por cafés, tertulias y libros. Frecuenta los quais (muelles) y es devoto de la vocación buquinista: la de los libreros que muestran el género en cajas que luego serán recogidas y cerradas por la noche, a orillas del Sena, en inmejorable agrupación de intereses. ¿Quién no se ha hecho alguna foto entre estos libreros parisinos, quintaesencia de la capital mundial de la cultura?

Fargue pasa su tiempo entre amigos. Su carácter le permite trabar conversación con cualquiera que se le cruce: floristas, camareros, repartidores, poetas, señoras, amantes. Nada escapa a su ojo entrenado: un guiño entre novios, una caricia, una conversación picante, un chiste mal contado. El peatón de París no es sólo una obra descriptiva de plazas y calles, de avenidas y parques: es, sobre todo, la narración de un ambiente, casi de una época, donde la vida se hacía en las calles, en las esquinas, en los cafés y restaurantes, esa vida hablada y gritada, hecha de pequeños gestos y grandes aventuras. "Vivíamos en un mundo que apreciaba por igual un cuadro de Watteau que un carnaval en plena cuaresma". París libertino y divertido, París snob y pasional. Nadie podrá nunca ponerte de rodillas, porque aunque ellos tengan las balas, siempre te quedará el champagne.

Como toda gran ciudad que se precie de serlo, existe la cara oculta de París. Corre el año 1951 y el buscavidas Jean-Paul Clébert, que ha militado en la Resistencia y no sabe muy bien qué hacer con su vida, regresa a París con más hambre que planes y más noche que días. Vagabundea por los suburbios y escribe y anota lo que ve en cualquier soporte que se le ponga a tiro: servilletas, restos de manteles, cajetillas de tabaco. Se pierde por los barrios maltratados y se mezcla con los supervivientes para alumbrar este imprescindible París insólito (Seix Barral, 2011), al que añadiría un año después las icónicas fotografías de Patrice Molinard para construir un libro de culto, una obra única por original, auténtica y estremecedora.

No hay en la escritura de Clébert un afán social de denuncia. Su vocación errática y nómada es auténtica, sin imposturas. Y eso le permite descubrir y describir toda una galería de personajes fantásticos, desde la puta de 180 kilos hasta los últimos refugiados rusos o armenios, ya desplazados de sus lugares de siempre por la nueva ola árabe que en esos primeros años cincuenta comenzaba a llegar a la ciudad en busca de una nueva vida, también ellos.

¡Qué libro tan fabuloso!

Todo ese mundo que sobrevive en blanco y negro, descrito sin dolor ni lástima, sin prejuicios. Los emigrantes, los pobres, las putas, los borrachos. Innumerables clochards. Los trabajadores que malviven y beben lo poco que ganan. Los chiquillos sucios, los vagabundos, los proxenetas, los amargados. La vida pasa ante los ojos de Clébert a cámara lenta, protagonizada por seres secundarios que viven y hacen funcionar la sala de máquinas de ese gran escaparate de lujos y buena vida que es el París convencional. "París es una extraordinaria torre de babel, como probablemente toda aglomeración humana, para quien sabe vivir y ver las cosas de cierta manera. Pero revienta uno de asfixia. Llega a faltar el oxígeno. Y la clorofila. Un vasto horizonte de piedra donde no hay rocío por la noche".

Envidia de París: de sus amantes, de sus escritores. De sus parques y jardines, de sus noches y sus días. Iluminada y orgullosa te queremos, Ciudad de la Luz, Capital de nuestra Libertad.

LÉON-PAUL FARGUE

El peatón de París

Traducción de Regina López Muñoz

ERRATA NATURAE, 272 PÁGINAS, 18,50 €

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