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Cine

El misterio de las 21esfinges de cartón-piedra

Los fastuosos decorados de la primera versión de ´Los diez mandamientos´ de Cecil B. DeMille han dado pie a leyendas sobre una ´Ciudad perdida de los faraones´ y suscitan un debate sobre los límites de la arqueología

Escena de la película ´Los diez mandamientos´ de 1923.

Moisés sigue dando mucho (indirectamente) de qué hablar. En Exodus. Dioses y reyes hemos visto su faceta más agresiva e intransigente, sin negar su carisma y determinación contra las injusticias del faraón. Casi un siglo antes Cecil B. DeMille contó la misma historia con la misma grandiosidad y sin ayuda de la animación por ordenador. DeMille rodó una de las películas más caras de su época recurriendo a miles de figurantes y construyendo inmensos decorados.

Hablamos, recuerdo, de la versión de 1923 de Los diez mandamientos (la muda, no el remake del propio director en 1956, protagonizado por Charlton Heston y Yul Brinner). DeMille, con su obsesión perfeccionista y su desdén por la moderación presupuestaria, construyó una "Ciudad de los faraones" en la localidad de Guadalupe, California. Un pueblo con una franja costera de dunas de casi 30 km de longitud; zona calificada ahora de paraje protegido. Los decorados incluyeron cuatro falsas esculturas de Ramsés de 12 metros de altura, 21 esfinges de cinco toneladas de peso y murallas de cuarenta metros de altura. El equipo completo del rodaje (actores, figurantes, escayolistas, carpinteros, cocineros, etc., etc.) sumaba 2.500 personas, alojadas en un campamento con 1.000 tiendas.

Cuando finalizó el rodaje, DeMille se limitó a tumbar los decorados con excavadoras, enterrarlos en una inmensa fosa y dejar que las dunas la cubrieran. Durante las siguientes décadas el vertedero apenas interesó. El propio DeMille ironizó sobre ello en su autobiografía ("Si dentro de mil años encuentran esos restos, espero que los arqueólogos no planteen la hipótesis de que la civilización egipcia llegó hasta la costa oeste de Norteamérica"). Con el paso del tiempo se rumió la leyenda de que bajo las dunas del parque se escondía una ciudad completa, con calles, esculturas y tesoros. Leyenda alimentada por gente local que participó en el rodaje. Algunas de esas piezas, de valor apenas sentimental, afloraron en los vaivenes de las dunas y adornaron salones de viviendas.

Pasaron varios conflictos de magnitud similar al bíblico (II Guerra Mundial, Vietnam, Guerra Fría) y la "Ciudad perdida de los faraones" (de la costa del Pacífico) seguía como algunos templos del Valle de los Reyes, enterrada y olvidada. En 1983 se iluminó la bombilla de un cineasta curioso. El realizador de documentales Peter Brosnan se interesó por la historia y localizó con bastante facilidad el lugar del monumental entierro.

Sin embargo, han pasado tres décadas más para que se le conceda un estatus superior. Desde hace poco está catalogado como yacimiento arqueológico por el estado de California, y el afloramiento reciente de una de las esfinges ha contado con un presupuesto de 120.000 $.

Los escépticos no han tardado en alzar la mano. Se preguntan qué valor tienen unos retazos de cartón piedra. Si a eso se le puede llamar arqueología. Y si obedece a la obsesión de los norteamericanos por magnificar eventos -en este caso el rodaje de una película- intentando equipararse con países con yacimientos milenarios. Es un punto de vista. Otro, más positivo, es tomarlo como lo que es. Una forma de atraer algunos turistas más al parque natural donde se ubican, y un atractivo homenaje a uno de los grandes de la historia del cine.

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