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El ingenuo seductor

Voto clandestino

Votar al PP no está bien visto, no es algo de lo que sentirse abiertamente orgulloso, pero eso no significa que no se haga

El PP hace campaña en bicicleta eléctrica.

Hace cinco días fui testigo de una situación llamativa. Me estaba acercando a la céntrica plaza de Callao, en Madrid, cuando la voz amplificada de una mujer destacó entre el bullicio atronador de la gran ciudad. Reduje el ritmo de mi zancada para disfrutar de la estampa. En plena plaza, en medio de una autopista peatonal que raro es el día (y la noche) que no está llena de gente, el Partido Popular estaba dando un mitin. No se trataba de un acto de campaña de los que salen en la tele, de esos que se planifican como un montaje teatral o un macro concierto para ensalzamiento de la pop star que encabeza el cartel. Era más bien un acto informativo de base, muy modesto, casi cutre.

El escenario era más bien una baldosa amplia que apenas se levantaba un palmo del nivel de la acera. La casilla estaba encuadrada por una especie de banderola de plástico con el logo del PP, flanqueada por dos altavoces. La joven que lanzaba las consignas era desconocida, una de esas personas que aún debe creer en la política y se afilia al partido dispuesta a empezar desde abajo para, algún día, tener la oportunidad de cambiar las cosas. Lo que nunca sabré es si será de las que se conformará con cambiar ´sus´ cosas, empezando por su cuenta corriente, en vez de atender las peticiones del resto de ciudadanos. Pero lo curioso de todo esto es que nadie, ni una sola persona, en medio de la transitada Plaza de Callao de Madrid, se detenía a escuchar sus palabras. Esa mujer hablaba para nadie. Era tan ridícula la situación que algunos se paraban, a una cierta distancia, para hacerle fotos. Y les confieso que más de una persona cruzó por delante y le gritó "¡sinverguenza!", "¡corruptos!" y algún que otro "¡cállate ya!" En ese momento me di cuenta de algo.

Votar al PP no está bien visto, no es algo de lo que sentirse abiertamente orgulloso, pero eso no significa que no se haga. Es algo difícil de sostener en estos tiempos. Como ser familia de un delincuente y tener que reconocer en público que le quieres porque, ante todo, es tu hijo. El alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, uno de los personajes más detestables de la política nacional, declaró en una reciente entrevista que decir públicamente que se vota al Partido Popular podría dar vergüenza o pudor. Hablaba del orgullo con el que los votantes de Podemos hacían gala de su voto mientras que su electorado callaba pero, y eso es lo importante, a la hora de la verdad, votaba. El voto oculto, clandestino, es la principal ventaja del PP. Es imposible que nadie de las miles de personas que circularon por la Plaza de Callao aquella tarde fuese simpatizante o votante del PP. Imposible. Pero no se paraban a escucharla y mucho menos a aplaudir sus lemas y promesas. Visibilizarse como votante del PP, en la que posiblemente ha sido la legislatura con más casos de corrupción dentro del partido, en la que se han destapado unas depravaciones (porque lo de Blesa, Rato o Bárcenas ya es depravación) dignas de destierro, no es algo fácil de asumir. Yo mismo he escrito que si les votas, sabiendo lo que sabemos, es que eres como ellos. De alguna manera nuestro enfrentamiento a la deshonestidad de sus representantes políticos hace que parte de su electorado sea prudente, calle y se guarde la risa para reír el último. ¿Con qué argumentos van a justificarnos su voto? Les diría más. Es probable que hasta lo celebren en la intimidad, como el que hace trampas en un juego y se conforma con guardarse el secreto.

El Partido Popular siempre ha hecho política desde una perspectiva muy maquiavélica. Y eso en campaña electoral se potencia. No digo que sea el único partido que lo haga pero sí es cierto que su estrategia resulta mucho más notable. Es un partido que necesita el miedo para sobrevivir. Su principal habilidad es inculcar el miedo en el votante y hacerle creer que con ellos su seguridad está a salvo. Por eso acumula enemigos (ya sea una inexistente ETA, Podemos, los abortistas, los homosexuales, los preferentistas) que le proporcionan la identidad. Sin nadie a quien temer, sin un enemigo enfrente, el PP no sería lo que es. Nada nuevo; la lógica conservadora. Por eso para ellos es importante transmitir esta especie de victimismo, de exposición de su fragilidad -impostada fragilidad-, echando a los leones a una joven desconocida para que la gente, hastiada de mentiras y corruptelas, insulte a lo que representa. Sin embargo, lo que se filtra es la ofensa a la persona que está dando un mitin al vacío, como un predicador loco, y en esa estrategia vuelven a ganar. Les encanta jugar al apostolado, al nadie nos quiere, nos insultan, estamos solos, pero nuestra fe mueve montañas. Y aunque les parezca inverosímil, esa estrategia les funciona. Por eso nadie empatizaba con la muchacha del mitin; porque prefieren actuar como San Pedro negando tres veces a Jesús pero sabiendo que, a la hora de la verdad, podrán contar con ellos. Muy derecha clandestina. El signo de los tiempos.

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