Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Impresiones primaverales

Mehta

Zubin Metha, una batuta de lujo.

Maggio Musicale Fiorentino, nombre hermoso donde los haya, no fue el que recibió en su bautizo la orquesta sinfónica de Florencia pero así se conoce desde que en 1933, su fundador, Vittorio Gui, quiso ligarla para siempre al festival de primavera de la ciudad de los Medici. Como es natural eso no lo sabía mientras andábamos Cristina y yo a la espera de que diese comienzo el concierto en el auditorio de Madrid organizado por las Juventudes Musicales del Maggio Musicale Fiorentino bajo la batuta de quien es hoy el director de la orquesta (nada menos que Zubin Mehta). Los momentos anteriores a cualquier concierto pasan deprisa mientras te entretienes comparando las toses y carraspeos del público con los acordes de los músicos que van soltando cuerdas, tubos y manos cada cual por su lado, con una algarabía que tiene su gracia, pero queda tiempo para mirar por qué se aplaude de pronto sin razón aparente alguna (porque la reina madre entraba en el anfiteatro) y para echar un vistazo al programa.

Con la temporada 2014/2015 dando ya sus últimas boqueadas, el programa del día 9 de mayo era clásico por excelencia. En primer lugar, la obertura Leonora III de Beethoven que se conoce así aunque la única ópera suya terminase por llamarse Fidelio. Después toda una joya: el Preludio y Muerte de Isolda que abre y enmarca otra ópera, de Wagner esta vez: Tristán e Isolda. Por fin, como remate, la Sinfonía nº 6 de Tchaikovsky que resultaría ser su epitafio. El programa habría sido elegido por el propio Mehta, claro es, pero los grandes directores -salvo von Karajan- no se sujetan a ningún capricho. Contraponer a Beethoven con Tchaikovsky es todo un ejercicio filosófico si tenemos en cuenta lo que separa el último movimiento de la sinfonía final de uno y otro genio. La novena de Beethoven concluye con ese himno a la alegría que ha terminado por convertirse en el himno europeo. La Patética de Tchaikovsky hace honor a su nombre -aunque el adjetivo, en ruso, pierda tragedia- concluyendo con el movimiento que el compositor describió como adagio lamentoso.

Zubin Mehta no utiliza atril ni partitura para dirigir a la orquesta emblemática de Florencia. No los necesita. Pero incluso dirigiendo de memoria es capaz de transmitir la sensación de que se está viviendo un momento único, distinto, memorable. Todo el concierto estuvo compuesto de sucesiones en las que la disposición inusual de la cuerda y el viento en el escenario iba ganando fuerza y sentido. Quizá el ejemplo mejor fue la pieza de Wagner que, en mi ignorancia de aficionado con pocas luces, me dio la impresión de ser la que prestaba el mayor sentido a la noche. El Preludio y muerte de Isolda pasa por ser una especie de anticipación de la obra entera y, por extensión, de esa capacidad asombrosa del demiurgo de Bayreuth para manejar en todas sus obras estruendo y susurro. Son necesarias las cabalgadas de valquirias al galope, con la orquesta compitiendo en fuerza, para dar paso luego a la delicadeza sutil de un dueto o un simple acorde. Para mi la noche magnífica de Mehta al frente del Maggio Musicale Fiorentino llegó a su punto más íntimo y, a la vez, mas estremecedor con los dos golpes de bordón de los contrabajos y los violonchelos que, en el Preludio, avisan de la proximidad de la muerte. Es ésa la forma mejor que hay de celebrar que la vida te permita en ocasiones agarrarte a un sonido inolvidable enmarcado en el silencio.

Compartir el artículo

stats