Un estudio de la Fundación Línea Directa presentado esta semana ha puesto de relieve el hecho de que los conductores fallecidos por drogas han aumentado un 7% en los últimos cuatro años, y eso a pesar del importante aumento en el número de controles de drogas desde 2012. El mismo estudio revela que tres de cada diez conductores sometidos a un control da positivo.

Lo más curioso de estas cifras es el hecho de que los fallecidos al volante por consumir drogas vayan en aumento cuando, en los últimos años, la tendencia general es justo la contraria. Los avances en los sistemas de seguridad tanto activa como pasiva, junto al mejor estado de la infraestructura viaria, hacen que los fallecidos en las carreteras españolas hayan descendido, pese a que algunos se empeñan en seguir matándose por haber fumado unos porro o haberse tomado unas rayas antes de coger el coche.

Pese a las campañas de información y los mensajes de la administración, parece que la escalada de muertes en las carreteras por culpa de las drogas es imparable, por lo que cabe preguntarse si no es hora de que las autoridades empiecen a tener algo de mano dura con el binomio drogas-conducción. Los conductores parece que siguen sin ser conscientes de las graves implicaciones que tienen las drogas al conducir, y cinco millones reconocen haber conducido bajo sus efectos, algo que a todas luces es inadmisible en una sociedad mínimamente responsable.

No se trata de hacer un alegato en contra de las drogas, que cada uno haga lo que quiera con su salud. Pero cuando se trata de la vida de los demás, aquí no hay juegos que valgan. Seguro que con unas penas mucho más duras, a más de uno se le quitarían las ganas de conducir bajo los efectos de las drogas.