El mundo del motor ya no es lo que era. El olor a a gasolina y a goma quemada está dejando paso a los técnicos y a los chips. Pero es inevitable. Renovarse o morir.

Algo se intuía cuando, hace ya varios años, muchos talleres empezaban a parecer más un esterilizado quirófano que un sucio y mugriento lugar en el que se reparaban los coches. Mecánicos ataviados con batas blancas y ordenador en mano han ido sustituyendo a las llaves inglesas y los monos de grasa. Y uno no dice que no sea bueno, pero había cierto encanto nostálgico en aquellas ruidosas herramientas y aquellos calendarios tan propios de los talleres.

Y es que, de repente, nuevos jugadores han aparecido en el terreno de juego. Y no son fabricantes de coches, sino empresas tecnológicas. Google, Apple y ahora Intel están poniendo toda la carne en el asador para conseguir revolucionar una industria que ha evolucionado más en los últimos diez años de lo que lo había hecho en los anteriores 100. Y esto no ha hecho más que empezar.

La irrupción de gigantes tecnológicos con poco conocimiento de la industria automovilística pero una grandísima experiencia tecnológica está llevando a la creación de alianzas que van a permitir que se precipiten de forma masiva esos cambios que hasta ahora no podíamos más que admirar en películas de ciencia ficción. El anuncio de colaboración hecho por BMW e Intel esta semana es solo el primero de muchos que están por venir y que lo van a cambiar todo. Por completo.

El futuro tiene toda la pinta de ser autónomo, eléctrico y limpio. Muy limpio. Pero qué quieren que les diga, a mí me gustaban esos viejos calendarios de taller.