Creo que fue la ONG Plan, dedicada al mundo de la infancia, la que puso en marcha hace años una campaña a favor del registro de los recién nacidos. Increíblemente, hay a estas alturas países como India y China, dos potencias mundiales en todos los sentidos (también en la falta de respeto a los derechos humanos), en donde millones de niños sin identidad, sin papeles dentro de su propio país, deambulan como fantasmas por las calles de las ciudades donde acechan los pederastas, los traficantes de órganos, los minoristas del mercado de esclavos. Uno creía que el problema se había atenuado o resuelto gracias en parte a campañas como las de Plan y en parte a las presiones de los países occidentales, cuando tropieza en El País con una crónica que pone los pelos de punta.

La existencia legal es tan importante o más que la real. Si no existes oficialmente, eres carne de los estados paralelos que vigilan desde la sombra. Están las mafias grandes, desde luego, pero también las de tamaño medio y las pequeñas, todas igual de peligrosas para un indocumentado. A veces, el Estado paralelo es un particular de Madrid, París o Estocolmo que haciendo turismo sexual por algunos de estos países flexibles en el asunto del registro, tropieza con gangas que ni en sus mejores sueños. Por cuatro euros se puede comprar una vida pequeña sin certificado de existencia, es decir, una vida con la que perpetrar todas las perversiones del catálogo, incluido el crimen, de forma absolutamente impune. Si no existes, no existes, chaval, ¿quién me va a juzgar por liquidar a alguien irreal?

Los gobiernos de los países en los que el registro infantil funciona mal, tampoco ponen muchas energías en arreglarlo. Gracias a los niños sin existencia administrativa, las estadísticas oficiales mejoran. No resultan tan exageradas, por ejemplo, las cifras de la mortalidad infantil, ni las de los niños no escolarizados, ni la de los indigentes… En estos países, un carné de identidad vale un ojo de la cara, hay gente que mata o muere por un certificado de nacimiento y gente que hasta daría la vida, paradójicamente, por uno de defunción. Sigue sin embargo tratándose como un asunto menor, por el que hacemos menos de lo que estaría en nuestra mano.