­­–¿Diría que su sentido de la supervivencia es superior al del resto?

–La verdad es que he sobrevivido de milagro, por un cúmulo de coincidencias, pero lo que me salvó fueron las palabras de mi madre, que me dijo: "Tienes que sobrevivir". En todo momento tuve la lucidez necesaria para sobrevivir, y creo que eso es muy importante. Saber cómo actuar en cada momento, porque, a veces, tienes que tomar una decisión que marca tu destino y te puede dar la vida o matarte. Estoy seguro de que las palabras de mi madre me dieron esa seguridad.

–¿La película ´Europa Europa´ refleja realmente lo que pasó o hay mucha ficción?

–Hay un poco de Hollywood en la película, por supuesto. Yo hablé con la directora antes del estreno explicándole que no era así en realidad, pero ella me dijo que había que adaptarse un poco a los gustos del público. Para poder transmitir un mensaje hay que envolverlo un poco, con dramatismo.

–¿Cómo mantuvo el tipo? ¿Qué fue lo más difícil de todo?

–Yo sabía adaptarme a cualquier situación. Nunca estuve en un rincón por la noche pensando qué haría al día siguiente. No tendría sentido, porque uno puede imaginarse lo que va a ocurrir, pero la realidad siempre supera a la ficción. Por ejemplo, la madre de Leni me preguntó si era alemán de verdad y no estaba preparado para ello. Por eso le dije: "No, soy judío". También he tenido mucha suerte, tengo que decirlo. Están los instintos de una persona, saber adaptarse inmediatamente a cualquier situación. En realidad, de niño era muy tímido, me ponía rojo enseguida, pero cuando se trataba de salvar mi vida, sabía defenderme. Reaccionaba.

–¿Por qué cree que la madre de Leni no le traicionó?

–Me dijo que era muy católica y que, para ella, la vida era algo sagrado. Pero me advirtió sobre su propia hija. No pude decirle a Leni que yo era judío hasta después de la guerra.

–¿Qué le pasó al pueblo alemán para que le entrara esa especie de locura colectiva?

–Hasta la fecha de hoy, los investigadores están buscando la razón. Es increíble cómo un analfabeto como Hitler llegó a convencerles. Le habían echado de todos los colegios, en Viena, por ejemplo, le expulsaron del tercer grado, quería ser pintor... Me pregunto cómo una persona como Hitler hipnotizó de esa manera a un pueblo tan culto como era el alemán. Se sabe, por ejemplo, que todos los académicos, estudiosos, historiadores y escritores, o huyeron o se les obligó a servir a Hitler. A muchos intelectuales los mandaron a los campos de concentración. Acabó de forma brutal con la oposición. Los sindicatos desaparecieron, el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), el Partido Comunista, etc. El pueblo, tras la I Guerra Mundial, se encontraba en una crisis muy profunda y él supo aprovecharse de esa situación. Era como una fruta madura que simplemente había que coger del árbol y comerla. Se le vio como un mesías. No hay más que ver los documentales de la época, la histeria que existía. Sabía usar la demagogia y tenía carisma.

–Usted vivió entre nazis, escuchó sus conversaciones, ¿llegó a entender su lógica?

–A la juventud se le había inculcado el espíritu nacionalsocialista. Por supuesto, los padres lo apoyaron. El sistema educativo estaba al servicio de los nazis. A cualquier profesor un poco crítico, se le echaba. Incluso la Iglesia, con algunas excepciones, bendecía las armas de los nazis. La juventud no podía defenderse. Incluso el arzobispo del Tercer Reich aseguró en Wittenberg, que es la iglesia de Lutero, que, para él, Hitler era la encarnación de Jesucristo en la Tierra. Es difícil de explicar, se creó como una fuerza mágica...

–Pero, ¿usted llegó a tener amigos nazis?

–Tenía amigos, pero ninguno de ellos sabía quién era; por lo tanto, no era una amistad verdadera. Eran compañeros... Ellos tenían una terminología muy diferente a la mía: la tierra, la sangre, la fidelidad...

–¿Ha ayudado usted a buscar a algún nazi huido?

–No, porque yo no estuve en ningún campo de concentración. Había miles de nazis, mi profesor de Teoría de la Raza... No eran criminales de guerra, según la definición del momento. Si hubiese estado en un gueto, preso, y después me hubiese encontrado con el oficial del gueto, sí lo hubiera denunciado.

–En su liberación, se vio entre dos fuegos, porque los rusos pensaron que era nazi.

–Me encontré con rusos que, realmente, me querían matar, porque yo llevaba el uniforme de las Juventudes Hitlerianas, pero estaban borrachos. Después de la guerra casi todos los rusos lo estaban, bebían hasta gasolina, alcohol puro, incluso algunos se quedaron ciegos. En realidad fue diferente a lo que se ve en la película. Yo estuve en el frente oeste y como soldado alemán caí en manos de los americanos. Era surrealista. Yo, judío, llevando un uniforme nazi, estaba preso con los americanos. Pero no se lo dije a nadie. Eso también demuestra hasta qué punto me sumergí en el mundo nazi. Era como una coraza de la que no se puede salir de un momento a otro. Es el síndrome de Estocolmo, el de la víctima que está durante años conviviendo con el enemigo. Comes del mismo plato día tras día, te conviertes en uno más.

–¿Cómo fue llegar a Israel?

–Otra guerra más. La Jerusalén ocupada. Estuve dos años en la mili y, después, empecé de cero, una vida nueva. Todos estábamos en estado de shock por el pasado. Hacía falta mucha fuerza para liberarse de ese pasado y empezar de nuevo. Todavía hay miles de supervivientes del Holocausto que no han sido capaces de superar ese pasado. Su alma sigue dañada. Incluso, hay voluntarios alemanes que van durante un año a Israel, tras un curso preparatorio, para cuidar a esas víctimas. Yo he conseguido reprimir esos sentimientos de alguna manera, porque mi historia no sólo es traumática, sino problemática, ya que todos los demás supervivientes tienen algo en común, que habían estado en un campo de concentración y yo no. Yo gritaba ¡Heil Hitler! ¿Cómo se supera eso? He necesitado 40 años para hacerlo.

–¿Cree que contarlo le ha servido como terapia?

–Sí, por supuesto. El hecho de escribir el libro ha sido una terapia para mí, porque he optado por contar la verdad pura y dura. Yo gritaba ¡Heil Hitler!, pero consciente de lo que estaba haciendo. Cuando los alemanes perdieron Stalingrado, yo lloré. ¿Cómo puedo explicar eso a mi pueblo? Pero un trauma de ese tipo no se puede reprimir para siempre, tiene que salir. Por eso he escrito el libro y creo que la juventud ha sabido identificarse con mi historia, incluso la juventud israelí, aunque hay gente que sólo piensa en blanco o en negro.

–Usted sabe lo duras que son las guerras, ¿considera que hay posibilidad de entendimiento entre Israel y Palestina?

–Es cada vez más difícil, porque los israelíes quieren seguir con la política de los asentamientos, no quieren devolver los territorios ocupados, y si no se hace, creo que no va a haber paz. Desgraciadamente, tengo que decir que la Unión Europea e, incluso, Obama siguen apoyando de manera unilateral a Israel, y con esa premisa no veo ninguna perspectiva de creación de un Estado palestino, porque Israel tendría que renunciar a los territorios ocupados, volver a las fronteras del 1967 y Jerusalén del Este tendría que ser la capital de un Estado palestino. En Israel no hay coalición política que pueda llevar a cabo ese proceso. Si algún gobierno de Israel decidiera retirarse de los territorios ocupados, tendríamos una guerra civil en Israel.

–Ahora parece que sólo es importante la tecnología, cuando hay que conocer la Historia para no repetir los errores del pasado. ¿Cree que el mundo va por buen camino?

– Si se conoce el pasado, se sabe cómo actuar. La tecnología es buena, pero las relaciones humanas siguen siendo lo más importante. Luchar contra el racismo, el fascismo, el nazismo. En Alemania, por ejemplo, los neonazis no entienden cómo jóvenes de distintos orígenes puedan convivir juntos. Transmitir valores como la tolerancia y la convivencia es para mí una vocación y una prioridad.