Doctora en antropología por la Universidad de Pennsylvania (EEUU), Cristina Sánchez-Carretero, 41 años, es investigadora del Instituto de Ciencias del Patrimonio, un centro del CSIC creado hace dos años en Santiago de Compostela. Dirigió ´El Archivo del duelo´, un archivo etnográfico de los atentados del 11-M con más de 70.000 objetos y mensajes dejados por los ciudadanos.

–¿Qué objeto tiene un Instituto de Ciencias del Patrimonio?

–Es un instituto que se dedica no a la gestión del patrimonio sino a la investigación de diferentes aspectos del patrimonio cultural. Hay una línea de arqueología, de historia y también de antropología, para la cual vine yo. Estudiamos cómo algo llega a considerarse patrimonio, la función social que tiene el patrimonio, su relevancia, por qué en situaciones de conflicto se lucha por el patrimonio. El objeto no son los objetos en sí mismos, sino los procesos sociales.

–Trabaja en una línea de investigación sobre Patrimonio cultural: identidad y conflicto.

–Nosotros solemos hablar de ´procesos de patrimonialización´, es decir el proceso social por el que las cosas llegan a ser valiosas; cosas y no cosas, porque también está todo el patrimonio inmaterial. En situaciones de conflicto, la instrumentalización de aquello a lo que se da valor juega un papel social esencial. Por ejemplo, las estatuas de los budas en Afganistán o la destrucción y reconstrucción del puente de Mostar en Bosnia, elementos emblemáticos que van más allá de lo que es el patrimonio en sí. Hay que conocer qué hay detrás de la instrumentalización política que se hace del patrimonio y en un país como España, donde el patrimonio cultural es tan importante, es muy relevante investigarlo.

–¿Por qué habla de conflicto?

–Hay muchos niveles de conflicto. En el fondo, el Archivo del duelo trata de esta cuestión: cómo algo efímero y que normalmente no se conserva se convierte en patrimonio, al margen de las élites, que son las que definen qué es patrimonio. En una situación de crisis como el 11-M en Madrid, la gente dio valor a ciertas cosas, y se vio que toda la ritualización del duelo tuvo un papel muy importante y pasó a formar parte del patrimonio.

–Hay un consumo de la muerte ajena y se oculta la muerte propia, sostiene usted.

–Es una paradoja pero ocurre. Estamos viviendo uno de los momentos en que hay más consumo de la muerte y sufrimiento y del dolor de los otros: es un tema de consumo en películas y videojuegos pero, al mismo tiempo, no se habla de la muerte personal, de la muerte directa; se esconde, se deja en manos de los profesionales de los rituales del duelo. No surgen rituales propios y vividos en grupo, como ocurría antes. En todas las culturas hay rituales para facilitar esos tránsitos y hacer el duelo individual de forma grupal. Hoy, no, se aparta a los niños, se intenta hacer todo muy rápido y no hay despedidas.

–¿Qué se entiende por "duelo de segunda generación".

–Cuando hay muertes que socialmente resultan traumáticas se ponen en marcha unos mecanismos de duelo diferentes. La novedad en la investigación del 11-M es que se produjo un duelo de segunda generación. Aunque ya se había estudiado en Estados Unidos, en España es la primera vez que se analiza esa utilización de los espacios públicos como expresión del duelo ante un hecho traumático.