Diario de Mallorca

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Desde Grecia

Un mes

Un mes

Les contaba hace un mes en pleno zenit de la temporada, corazón del verano, del estrés que sufrían mis amigos griegos - y digámoslo todo, un estrés muy llevadero, nada que ver con el desmadre y la desmesura del estío mallorquín - desbordados, se agobian pronto, superados por los acontecimientos, derrotados por el éxito de la "saison". Ha sido un agosto redondo, las cuentas han cuadrado al menos en el Jónico, hacía tiempo que no veía tanto barco, tanto turista, tanto todo€ Ahora, cuando las aguas del río vuelven a su cauce, aquí la temporada es corta, el personal recupera la sonrisa y espera con ilusión la llegada del otoño. Una estación generosa, cargada de promesas, el vino nuevo, las aceitunas, la caza, las setas€y otras actividades, entre atávicas y ludicas, todo a pequeña escala y con mesura. Otoño rima en estas islas con paraíso.

Un otoño que este año no se ha hecho esperar y llega puntual a su cita con el calendario, precedido por las primeras lluvias -llevábamos desde mayo sin ver una gota- aparatosas tormentas, potentes chubascos, y el viento rolando al sur, Sirocos y Garbis equinocciales. El inconfundible olor de la tierra mojada, esos cielos diáfanos, contraste de luces, las noches que refrescan, bendito septiembre. Ya les digo, vuelven las sonrisas y el ritmo habitual, más humano, con tiempo para charlar, hablar de todo, política, fútbol€y de nada, del tiempo, de si va a caer o no esa lluvia anunciada en el telediario.

En otro registro, un punto más nostálgico, es también el momento de las despedidas, los últimos veraneantes andan ya entre maletas, atrás quedaron los "ciaos" alegres de la llegada, ahora son los "ciao ciao" más apagados de los adioses, promesas de mantener el contacto, los "kalo xeimona", buen invierno, fórmula ancestral, ritual de los buenos deseos. Un servidor está ya inmerso desde hace días en mi particular bye bye tour, la tournée que pone punto final a mi semestre griego. Llevo aquí desde abril, desde Pascua, y la llegada del equinoccio me recuerda que ya he cumplido otro ciclo, que hay que volver a casa, preparar el barquito para el invierno, vararlo en el astillero, en mi querido Vliho, y pasar página, volver a París.

Un cambio radical, y a la vez placentero, el cuerpo me pide tierra tanto como al llegar la primavera me reclama mar. Y la tierra que me espera me inquieta, el ambiente está enrarecido en Francia y las noticias que me han ido llegando no son precisamente alentadoras. Si los brutales atentados de noviembre marcaron un antes y un después en el sentir de los franceses, la bofetada del 14 de julio, la masacre de Niza, ha disparado todas las alarmas, aumentando la sensación de inseguridad y de impotencia, reina la desconfianza, el miedo. La clase política anda descolocada, la vuelta de Sarko y sus tempestuosas y desafortunadas declaraciones al presentar su candidatura a la presidencia -la esencia de su programa, su bandazo hacia la extrema derecha- no ayudan precisamente a calmar, a serenar el enrarecido ambiente. Solo Marine le Pen y su Frente Nacional se frotan las manos mientras los socialistas, divididos, enfrentados en luchas internas, parecen haber perdido el rumbo. Pero no adelantemos acontecimientos, que las elecciones son en mayo€ serenidad es lo que necesita ahora el pueblo francés, y episodios como las "burkinadas" de los últimos meses -por un lado provocación y por otro exceso de celo- no hacen más que atizar el racismo más rancio. La convivencia pacífica entre las distintas comunidades francesas está en juego.

Y no me queda espacio para más, ya les contaré en octubre con que París me encuentro, la capital es el mejor barómetro de los humores del hexágono. Hasta entonces, solo me cabe desearles que entren ustedes con buen pie en el otoño.

* Desde Grecia. Joan Rigo es profesor de Historia y navegante. Reparte su tiempo entre Atenas y París.

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