Los periodistas que empezamos a hacer Sucesos a mediados de los noventa tuvimos en Biel Monroig a nuestro particular lazarillo. La Guardia Civil tenía aún resabios de opacidad propios de otros tiempos, pero Biel, desde su puesto de encargado de prensa, contribuyó como pocos a abrirla al exterior y a difundir en lo posible el trabajo que realizaban.

Era un guardia atípico. Como agente del Grupo de Información podía permitirse ir de paisano y lucir barba y melena. Natural de Petra, hablaba un mallorquín rico, plagado de giros del Llevant, y podía ser muy crítico con el Cuerpo. Amaba Mallorca y para él el paraíso era algo parecido a la Colònia de Sant Pere.

Pero al mismo tiempo era guardia civil hasta la médula. Hijo de guardia, había ingresado en la academía de Úbeda con 19 años. Fue además un agente valiente, que participó en enfrentamientos armados y en la desarticulación de varios comandos terroristas de ETA en el País Vasco durante los años ochenta. Estas actuaciones le valieron una Cruz al Mérito de la Guardia Civil con distintivo rojo, la mayor distinción que concede la Benemérita.

Él siempre restaba dramatismo a estas acciones, y contaba entre risas que resulta imposible tener los ojos abiertos al disparar mientras estás agazapado tras un coche con las balas silbando sobre tu cabeza. Durante esta época, con poco más de veinte años, estuvo infiltrado en círculos cercanos a ETA. Recordaba que, con las pintas que paseaba, cada vez que venía a Mallorca a visitar a la familia le cacheaban de arriba abajo en el aeropuerto. Años después se encontraría en la Comandancia con uno de aquellos agentes. "Ya me podías haber avisado de que eras guardia", le dijo. "Ya me hubiera gustado poder decíroslo", le contestó.

Tras regresar a Mallorca fue destinado a Información, y allí, durante casi una década, fue el responsable de prensa de la Comandancia, un trabajo que realizó con lealtad y rigor.

Pero probablemente aquellos años en los que había vivido al límite le marcaron, e influyeron en su estado físico. Llevaba varios años enfermo hasta que, el pasado martes, tras un súbito empeoramiento, falleció. Tenía 51 años. Deja mujer, cinco hijas y un hijo.

Ayer eran muchos los que recordaban en la Comandancia de Palma su figura desgarbada y su sonrisa tranquila. Descansa en paz, amigo.